jueves, 7 de febrero de 2013

EL BULLYING ACABÓ CON LA VIDA DE DAVID BAUTISTA



Paola A. Praga
Saltillo.- La puerta principal azotó cuando David salió apresurado de su casa en la colonia Emiliano Zapata. “Ya me voy”, fue lo último que le dijo a su madre, que aún estaba dormida en la recámara. Tomó el camión y llegó puntual a la secundaria Ladislao Covantes. Entró a todas las clases como acostumbraba.

Después del recreo, David se aferró al barandal del segundo edificio del plantel. No podía dejar de llorar. Era lunes 18 de junio de 2012, llevaba puesto el uniforme de gala: zapatos negros, pantalón gris, camisa blanca de manga larga, corbata oscura.

“¿Por qué lloras David?”, le preguntó una de sus compañeras de salón. “Ya me tiene hasta la madre la maestra Sanjuana Alanís”. “Pero, ¿qué te dijo?, insistió la adolescente. “Me dijo muchas cosas. Como quisiera que hubiera una viga aquí para ahorcarme”.

Minutos después salió corriendo. Algunos estudiantes y maestros observaron. Nadie hizo nada. Pasaban unos minutos del mediodía, salió del plantel, caminó un par de cuadras y decidió ahorcarse con su propia corbata. Eligió el canal de desagüe de una casa, a espaldas del plantel.

Bajo sus pies colgantes quedó la nota, escrita en hoja de cuaderno, que decía: “Ya no puedo más, las maestras y los del salón me molestan mucho”.

Tímido, pero feliz

De cuerpo menudo, no pesaba más de 40 kilos; tez morena. Tenía el rostro limpio, sin acné. La frente ancha, cejas pobladas, muy negras, nariz recta y orejas pequeñas. El cabello lo llevaba corto, casi pegado al cráneo. Labios gruesos y bien delineados.

Era bien parecido, cuidaba su aspecto. Siempre le gustaba estar limpio, se cepillaba los dientes tres veces al día y no soportaba que se le ensuciaran los zapatos. Le gustaba andar en bicicleta y hacer la tarea puntual para no meterse en problemas

Tenía pocos amigos, la mayor parte del tiempo lo pasaba cerca de su abuela Rosa Elba y de su mamá Rocío. Compartía el cuarto con su hermana Diana, cinco años mayor que él. Pero le gustaba jugar con Misael, su medio hermano, un pequeño de 2 años, hijo de la segunda pareja de su madre.

David planchaba su ropa, sus corbatas. Le gustaba portarlas al cuello para los honores a la Bandera de todos los lunes en la escuela. A sus 12 años, tenía una curiosa manía de verse impecable y le gustaba que su espacio luciera así también.

Soñaba con ser doctor, muchas veces le dijo a su mamá que reuniera dinero para que le diera el estudio. Tenía calificaciones promedio, se esforzaba por mejorar, era cumplido y no le gustaba postergar las tareas.

El hogar de David es una pequeña construcción con ahora luce decorada en su honor con corazones rojos de papel brilloso. Resalta con las paredes verde pistache y la sala blanca de plástico, ordenada. “Yo le digo a mi hija, Rocío, tú arregla siempre como a él le hubiera gustado, a él en cada fecha del año le gustaba adornar las paredes de la casa; lo que se fuera a celebrar él pegaba recortes en las paredes”.

Acoso ignorado

Rosa Elba es una mujer aguerrida, lleva las riendas de su casa. De piel color chocolate, ojos almendrados y cuerpo robusto. La abuela de David llora al recordar aquellas veces en que su nieto no quería hablar más del acoso del que era víctima y que le provocaba un estado de aislamiento.

“Le decían que era un ratero, porque una de las compañeritas decía, ––sin tener pruebas ¿verdad?– que se había robado una flauta. Le decían que era gay, porque él tenía la voz ronca y de ahí lo agarraron de carrilla.

“Negrito, ¿qué te hacen m’ijo? Dime qué te hacen Davidcito, ¿por qué no puedes llorar? Mira como te veo m’ijo.

“Yo lo vi unas veces así y veía que se aguantaba las ganas de llorar, por eso fui a quejarme con las maestras, les tuve que ir poner un alto para que ya no lo estuviera molestando”.

La abuela acudió en representación de la madre que se encontraba trabajando en una pescadería en el centro de San Pedro de las Colonias. “Yo le dije a la maestra Patricia Ramírez que por qué el niño se sentía tanto de todo lo que le decían, que si en el algo estaba mal que me dijera y ya nosotros lo corregíamos en la casa. La maestra dijo: “Sí, lo regañé, pero se le pasó rápido, y se metió a la dirección y me dejó ahí parada”.

Ni la maestra Sanjuana Alanís, ni la prefecta Patricia Ramírez ni la directora Dora Elia Segura hicieron caso de las quejas de la abuela y del propio alumno de primero “D”. Ambos habían denunciado patadas y palabras dirigidas al menor como “gay” y “ratero”, por parte de sus compañeros, dentro y fuera del salón de clases. Tampoco accedieron a dar entrevistas.

Algunas compañeras vieron a David comer el lonche a la hora del recreo en el salón de clases o en el baño, lugares en los que se refugiaba para evitar los golpes y las burlas. La abuela lamenta no haber llevado a su nieto una tarde que llegó lastimado de los brazos y la nuca.

“Mire uno no sabe, es una ignorante. Yo, como me quedo pensando que fue mi error no haber tenido un papel del Seguro (IMSS) o de un doctor el día que m’ijo llegó todo torcido, que porque lo habían tenido en el salón ahí en la prefectura con las manos en el cuello porque se defendió de que le estaba diciendo cosas, y decía que las maestras le decían que ya las tenía hartas de que siempre se estuviera quejando”.

‘Él nunca dijo que se quería matar ni habló de la muerte’

Rocío Luévanos Galván vio a su hijo por última vez mientras él dormía en su cama. No quiso cenar aquel domingo, porque lo único que deseaba era dormir. Tampoco quiso contarle más a su madre y se fue a acostar a la cama individual, pegada a la pared.

El día en que David se suicidó, la madre había acordado con su hijo que por la tarde irían a comprar una mariconera, la funda de su celular y una “mancha”, que utilizaría para su tarea en el taller de carpintería.

“Él nunca dijo nada de que si se quería matar o algo, yo le decía: ‘a ver negrito, ¿ya no te molestan? Tú dime m’ijo, para ir a hablar con la maestra. Y me decía: “No ‘amá, tú estáte tranquila”. Y se reía, porque él sonreía mucho. David era muy muchacho muy bueno de verdad, no le gustaba andar en la calle”.

Rocío, de voz ronca, dice que su hijo tenía su mismo tono. “Le decían que era gay que por la voz, ¿eso qué tiene qué ver? Yo le preguntaba que qué tenía, porque de repente se hizo más serio de lo que era. Era un niño muy especial, se le notaba rápido si le cambiaba el ánimo”.

“Él nunca dijo que era gay, yo le pregunté un día y me decía que no. Le dije: ‘David, como tú seas, yo así te quiero, tú no te avergüences de nada, yo siempre voy a estar con ustedes, sola los saqué adelante’. A veces pienso que era pura envidia porque él no era drogadicto ni callejero como muchos de los muchachos de por aquí”

En la casa, la parte superior de un ropero resguarda a un Niño Dios grande, sentado sobre una silla de madera. Era de David, en diciembre de 2012 cumplió 2 años. Lleva puesto un vestido rojo tejido porque él quería cubrirlo así. Rezaba y creía en Dios, su abuela lo enseñó y cultivó su fe, sin embargo a veces tenía actitudes violentas.

“Yo sentía que se desquitaba a veces con m’ija Diana, le pegaba, la pateaba y yo pues les decía que ya estuvieran en paz, pero él nunca me dijo nada de que se quisiera matar ni habló de la muerte, por eso yo nunca me imaginé que eso iba a pasar, nomás decía que lo tenían bien fastidiado”.

La muerte llega en cualquier momento. A las mujeres Luévano las encontró comiendo nieve de vainilla. Rocío le había servido a su madre unas cucharadas de helado y juntas fueron a sentarse a la sala. Pasaban ya de las 3. La abuela se sintió desesperada, porque sabía por los vecinos que los de la secundaria terminaron las clases a las 12. De David no se sabía nada.

Un grupo de alumnos y maestros se pararon en la esquina de la casa de la abuela. Ella salió y cuando caminaba sentía que en vez de avanzar, una fuerza la devolvía. “Les dije: ‘Ahora sí, ya vienen todas, hijas de su pinche madre, por eso fui a hablar con ustedes, antes de que pasara otra cosa’. Yo preguntaba qué había pasado con mi nieto y nadie me contestaba, nomás veía las caras de espanto”.

El haber ignorado las quejas de David tuvo un desenlace triste. David fue encontrado sin vida, se ahorcó con su corbata. La familia no se quedó de brazos cruzados, su abuela y su madre, junto con un grupo de maestros y alumnos, al día siguiente tomaron las instalaciones de la escuela y pidieron justicia.

Luego acudieron a la Secretaría de Educación para entregar una carta y solicitar la remoción de las docentes que ignoraron las quejas del menor. Después se trasladaron a Saltillo a la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Coahuila.

El pasado 30 de enero, la dependencia educativa entregó un acta a la madre en la que se asegura que ninguna de las maestras incurrió en una falta administrativa. “No hay elementos para asegurar que se incurrió en ella”, asegura. La Comisión de Derechos Humanos atendió la queja de los familiares y pidió a la institución entregue una indemnización y ofrezca una disculpa pública “por la violación de los derechos fundamentales de un menor”.

Rocío y Rosa Elba no tendrán de regreso a David. “Nada nos lo va a devolver, esto pasó porque todo se salió de las manos, nadie supo qué hacer, nadie hizo caso, ya nada va a ser igual porque m’ijo ya se nos fue, pero que sepan los padres que siempre tiene que cuidar a sus hijos, siempre, porque ojalá que esto que le pasó a Davidcito nunca se vuelva a repetir”.




(ZOCALO/Paola A. Praga/ 07/02/2013 - 03:00 AM)
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario