domingo, 6 de enero de 2013

MALAS CALIFICACIONES


Javier Valdez   
La morra joven: güera, pelo lacio, esbelta y de formas discretas. Era muy buena en clases pero tenía sus ciclos y de repente sus números se iban para abajo a mitad del semestre. En esa ocasión el maestro le preguntó qué estaba pasando.

Ella volteó para otro lado. Nada, profe. Le prometo que voy a mejorar. Y se fue.
Sabía que no era de la ciudad. De volada se notaba que la morra venía de la sierra. Preguntando un poco se enteró que venía de la sierra. Uno de los conos invertidos de la Sierra Madre Occidental. 

Pensó entonces que estaba muy lejos de su tierra, que quizá había tenido que migrar por la violencia o la pobreza o tal vez estaba sin nadie, insondablemente sola, en la ciudad.
Había alcanzado diez en las primeras evaluaciones. Revisó su boleta y tenía similares evaluaciones en otras materias. Entregó tareas con puntualidad y durante la clase se desempeñaba eficientemente. Al rato en el salón todos le llamaban la Güera. Güera esto. Güera lo otro.

Y ella sonreía sin coquetear. Caminaba como si trajera témpanos en las caderas: como si algo quisiera ocultar bajo esa piel blanca: ese cuerpo apretado, retén de pasiones, algo contenía. No iba a fiestas. No puedo, tengo mucho trabajo. En qué trabajas, la interrogaron. En nada, le ayudo a mi papá.

Pero la tercera evaluación no fue tan buena. Así, sin más, bajó a ocho en uno de los trabajos. Y su promedio final fue de nadir: siete, seis, en algunas otras materias. Él la abordó de nuevo. Era buena alumna, inteligente y responsable. No podía ser tantos cambios y tan bruscos, en poco tiempo. Su maestro la abordó.

Quiero saber qué pasa, Güera. Nada, profe. No me digas que nada. Yo sé que algo pasa porque bajas de calificaciones y no solo en mi materia. Humedeció su piel blanca bajo esas cavidades y se soltó. Contó de dónde venía y que ella sabía todo sobre la siembra, cosecha y empaquetado de yerba.

Tuvimos que huir por la violencia. Ahora eran pobres: yo trabajo en una casa, limpiando, mi papá está muerto y mi mamá apenas puede moverse. Todos en la casa andamos así, buscándole porque aquí en la ciudad no es como allá. No tenemos a nadie ni hay trabajo ni casa.

Por eso estoy estudiando en la prepa nocturna, para luego entrar a la licenciatura. Pero no puedo dejar de trabajar. Y la verdad pues me agüita, me entran los recuerdos y me pongo triste y no puedo.

 Fíjese, llegaba el jefe, el patrón. Se ponía en la plaza del pueblo y nos aventaba billetes. Así, como Lupillo Rivera en sus conciertos.
Custodiado por hombres armados. Él sonriendo, en lo alto. Empuñando fajos y fajos. Aventándolos para todos lados. Y nosotros como perros, brincando, echándonos al suelo. Manoteando, tramados. Y ahora ni eso.

27 de diciembre de 2012.
 

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