viernes, 4 de mayo de 2012

EL NOTIFICADOR


Javier Valdez   

El notificador abrió la carpeta de los papeles que tenía pendientes por entregar. Encontró uno con un adeudo de trescientos pesos y lo puso encabezando el bonche de notificaciones que debía repartir durante la jornada matinal de ese odioso lunes.


Entre él y sus compañeros compartían información sobre los domicilios conflictivos, los fraccionamientos y colonias donde tenían problemas para entregar los avisos y cobrar los adeudos a los moradores. Le decían no vayas con ese, de esa calle. Siempre te recibe con pistola en mano.

Él les contaba los que a diario, en sus rutas, se unían a esos que les echaban a los perros rodguailer, babeantes y mequetrefes. Si en tal lugar debía mejor ni acercarse o tocar y correr o nomás asomarse para tirar por entre las rendijas o bajo la puerta de madera el aviso. Pase a pagar de inmediato. Se leía en la parte de abajo. Era un sello.

Pero ese no estaba en la lista negra de malos vecinos ni de agresivos ni de gente armada que los recibía y les apuntaba y les cortaba cartucho. A chingar a su madre cabrones. Aquí no andes notificando, ni me amenaces con que me vas a cortar el servicio. A la chingada si no quieres que te dé pa’bajo.

Así que llegó. Se tomó un refresco enfrente. Día soleado, sediento. Lunes de resaca, después de viernes, sábado y domingo de peda en peda, secando los botes, hurgando en las caguamas, frente a la mesa con las fichas de dominó, el televisor transmitiendo el box y el juego dominical de futbol.

Gluc gluc. Su garganta dijo gracias cuando él pronunció el ah. Qué rica la Fresca de toronja. Le pregunta a la señora qué clase de gente era la que vivía enfrente. Noombre oiga, ni se acerque. Es gente bien cabrona. Puros malandrines. Aquí ya no los aguantamos con sus fiestas de cuatro días, sus camionetas bloqueando la calle.

No hizo caso. Dibujó una sonrisa completa y apuró sus pasos. Tocó el barandal apenas una vez cuando alguien que no alcanzó a ver le dijo desde el otro lado, Muévase compa, aquí no hay nada de lo que busca. Le quiso explicar que solo quería avisar por escrito del adeudo, que para que no les cortaran el servicio, que… Nada, nada. A la chingada. El hombre, un joven con la cabeza rapada y voz cavernosa, dirigió su mano derecha al bulto que salía de la parte superior del pantalón. Era una pistola negra. Mire, nomás dejo este papelito y me voy. El hombre insistió, Que te vayas a chingar a tu madre, si no quieres que te troce.

El hombre sudó de nuevo la cruda de los días de farra y las borracheras que venían. Sudó la Fresca de toronja y las que aún no se bebía. Sudó todos sus sudores y hasta sintió que se meaba. Aquel sacó el arma, le apuntó. Solo viró y se retiró, aunque sintió que sus piernas no le contestaban.

Pinche gente, dijo. Se aguitó tanto que cortó ahí la jornada. Al otro día vio la nota en el periódico. El ejército les había caído. Tenían muchos fusiles y cargadores y cartuchos. Chalecos antibalas, teléfonos celulares y radios. Billetes que sumaban varios millones de dólares. Y entre los detenidos, ese que le blandió el arma. Qué bueno, pensó. Y se fue a recuperar líquidos.
27 de abril de 2012.

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