jueves, 15 de diciembre de 2011

CANDIDATOS SIN VOCACION POLITICA


Francisco J. Covarrubias
Los conocimientos que necesita tener una persona que se considere un verdadero “político de vocación”, así como la adecuada conducta y características de personalidad que debe presentar, no son precisamente una gracia que han recibido del cielo ni una especie botánica que florece abundante en el jardín de muchos de los candidatos mexicanos, quienes obsesivos y afanosos buscan ocupar los más altos puestos de elección popular, sea para diputados, senadores, gobernadores o incluso presidente del país. 

De aspirantes políticos desperfilados y suspirantes producto de mala selección interna de  organizaciones partidistas, existen no pocos antecedentes: cantantes, boxeadores, locutores, beisbolistas, opacas estrellas  de cine, e incluso verduleras del mercado y managers de antros, han figurado entre quienes se postularon en el pasado reciente como mejores “gallos”  dispuestos a gobernar el país y transformarlo. Sin contar a quienes juraron ganar la elección o en realidad ganaron, gracias a  poseer una peculiar o atractiva anatomía, contar con influyentes lazos familiares o con una creciente y abultada cuenta bancaria.

Y si bien en una democracia, es válido hasta apostar al mero “carisma” puramente personal de un presunto “caudillo”, sin que acredite haber leído siquiera el Memin Pingüin, por ejemplo, o sin haber culminado estudios básicos, como lo fue el caso del honrado panadero que hoy cobra como diputado, el tejido social ha mostrado ser cada vez más débil.

Asistimos a una crisis de legitimidad y credibilidad en la capacidad de representación política y social de los “políticos” y sus partidos: basta recordar que el 59% de los mexicanos no se sintió motivado por ninguno de los que esperaban ser favorecidos por sus votos, en la pasada elección federal.

Las distintas modalidades de  selección interna que hacen las organizaciones políticas de sus “mejores” hombres y mujeres  no es de cualquier modo la única explicación del retroceso cívico. Desmotivante por igual para las masas de potenciales votantes, es la asombrosa y abusiva cantidad de basura mental producto de estrategias de publicidad y propaganda empleadas de modo inmisericorde y mediocre, que a todas luces significa dilapidar recursos que se le niegan al presupuesto educativo y al gasto social.
La propaganda y publicidad política puede ser tan cínica como una suástica fascista o tan sutil como una broma, para buscar influenciar el comportamiento de los electores. Pero hablar de soluciones y propuestas más que de descalificaciones y problemas, indica la actualización de estructuras partidistas y estrategias electorales profesionales. Más dignas y congruentes con una autentica profesionalización política.

Pero sin que se pueda o se deba generalizar, al grueso de nuestros “políticos” les falta vocación y les sobra codicia, avaricia y ambición. Lo que sobreabunda con frecuencia  al colocar en la balanza y  evaluar aptitudes, habilidades y cualidades de los precandidatos o candidatos que presentan los partidos,  es un anhelo común y casi idéntico: exhiben una aspiración intensa y compulsiva a llegar al poder. 

Sea al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al “poder por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que este le confiere.

A este respecto, huelga decir que la lucha política por acceder al poder en las elecciones que se encaminan al 2012, no es muy diferente a las anteriores: como toda lucha entre partidos persigue no solo un propósito objetivo, ante todo, es una lucha por el control y distribución de los cargos. 

 La diferencia quizá más importante es que se da hoy en un marco distintivo de inequidad económica, y política, educativa y cultural.

 Las autoridades no están todavía abiertas a una participación real de la sociedad en el ámbito deliberativo, ampliamente público. 

Mientras que la sociedad no considera a los gobernantes bajo el imperio de la ley y desconfía de los políticos y la política, aun mas que en la sucesión presidencial previa. 

Entre un número no escaso de los mismos políticos, que se jactan de haber nacido para gobernar, o por lo menos de tener el “don” o el “llamado” para hacerlo, en forma similar a la “plebe” botada del sistema educativo nacional, sin haber logrado saltar la barrera de la educación elemental, campea el desconocimiento de la Constitución de la República,  como ley fundamental y suprema.

Se carece de una corresponsabilidad entre gobernantes/gobernados en los procesos de toma de decisiones en materia de diseño, planificación, observación, monitoreo y/o evaluación, entre ciudadanos y autoridades, de las  políticas públicas impuestas inopinadamente en los distintos ámbitos de gobierno.

Los ciudadanos, por otra parte, no hemos desarrollado a las claras un perfil político nuevo que pase de las demandas a las propuestas. En el peor de los casos, desde el gobierno tampoco existen ciudadanos sino solo subordinados.

 En la familia, la orientación que reciben los hijos es convencional, tradicional  y de corte autoritario. Por lo tocante al mercado, tampoco existen ciudadanos sino consumidores.

 Para los partidos hay solo electores. Y para los medios de comunicación tampoco parece haber ciudadanos pensantes y activos, únicamente receptores atolondrados y pasivos.

No obstante apostar a ganar una elección con candidatos de bajo perfil, “semiprofesionales”, es un riesgo que se puede pagar muy caro. La  decisión del voto no es tan mudable como una veleta impulsada por el viento. 

Ni expresa solo una opinión coyuntural, la “víscera” o el ánimo del momento.   Responde a actitudes políticas profundas, cultivadas las más de las veces durante un periodo de largo aliento.

Ignorar lo anterior y confundir los beneficios o pérdidas obtenidas en un debate, encuesta o “periodicazo”, con la imagen fiel y definitiva que proyectan las fuerzas y debilidades que posee un candidato, raya en la ineptitud. 

Un líder político infatuado, ensoberbecido, ofuscado, tiende a convertirse en un demagogo que simplemente va hacia donde el viento de la opinión pública le dicta y habla lo que cree que la gente quiere escuchar. 

 Prefiere menospreciar datos e información relevante que resultan de debates y encuestas y se cierra a realizar ajustes a sus estrategias electorales: semejante al dictadorzuelo que irresponsablemente dirige el  timón de su barco para ir lo más rápidamente posible, y zozobra.

Al respecto, Joseph Napolitan, uno de los padres “fundadores” del asesoramiento político sostiene que una estrategia correcta puede sobrevivir a una campaña política mediocre, pero hasta una campaña brillante puede fracasar si la estrategia es equivocada. En realidad no hay estrategia de un partido o candidato que valga si no se hace en función de las necesidades sociales.

En realidad, por ejemplo, los beneficios validos de realizar sondeos de opinión y encuestas, dependen no únicamente de un aspecto metodológico sino también de un factor ético.

 Con profesionalismo suficiente, son útiles para que los candidatos verifiquen la efectividad de sus estrategias en segmentos claves de los votantes. 

Mentir con cifras, por el contrario siempre tendrá consecuencias graves. La justa electoral puede derivar en una pelea de gallos, en un “corral” o palenque, que sustituya la civilidad.

En suma, no será con las patas, sino con luz de la inteligencia que se genere el brillo de quien legítimamente logre la predilección de los electores. 

Que sean los políticos profesionales y con real vocación los que sobresalgan. No políticos “mercachifles”  que en lugar de vivir para la política siempre pretenden vivir de la política. Que no es lo mismo ni es igual. ¿Usted qué opina amable lector?.  

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