lunes, 21 de noviembre de 2011

ANESTESIA



Javier Valdez   
Eran heridos de bala pero en el reporte médico decía que había tenido un problema estomacal. Y él, que era nuevo en esa clínica privada, quiso preguntar qué era lo que pasaba. Una enfermera le hizo una rotunda seña: mejor no preguntes.

Ahí llegaban desconocidos arrojados a la puerta del hospital. Los familiares llegaban por ellos y le pedían a los doctores que cerraran las heridas y evitaran el sangrado, que se los llevarían.

Y él atendió varios casos. Y en casi todos se negó, hasta que uno de los hermanos le blandió una nueve milímetros.

Lo hizo tembloroso. Una curación aquí y otra allá. Parapetó las lesiones, algunas suturas.

Le dijeron, Ya doctor, así déjelo. Nos lo llevamos. El mismo que le había mostrado la fusca le tiró un bonche de dólares. Sonrió de lado y le dijo un simpático gracias doc.


Ya le habían contado que ahí no se podía trabajar. Ni hospitalizarse ni enfermar.

La razón: muchas veces llegaban los enemigos para rematar a los heridos.


Entraban por los pasillos y los policías que vigilaban las entradas nomás se hacían a un lado.

Muchas veces encapuchados, otras nomás sujetando en ambas manos los fusiles automáticos, abriéndose paso, vigilantes y danzantes de una pieza mortal.

 Allá, a los metros, al fondo de la sección de terapia intensiva, solo se escuchaba la firma de las ráfagas.


Esa vez le dijeron, Usted viene conmigo doctorcito. Yo, preguntó. Y solo se contestó. Sí, sí, claro, con mucho gusto. Eran cuatro y no traían buena cara. Lo subieron a un vehículo deportivo, sin placas y con un olor a sudores ancestrales, güisqui rancio y cigarro adherido a los asientos.


Vio que los detuvo una patrulla. Era un retén, a pocas cuadras del hospital. El médico se sintió a salvo. Iba a hacer una seña o de plano a denunciar a aquellos hombres que lo llevaban a quién sabe qué lugar y en contra de su voluntad.


Los polis encendieron las lámparas de mano y empuñaron sus armas, por si acaso.

Se acercaron y el del volante sobó la matapolicías que traía entre las piernas.

El poli lo vio y lo saludó. Qué andan haciendo plebes. Nada, aquí, cotorreando, llevando a un mandado al doctor. Ah, pásenle, que les vaya bien.


Pinches polis, pensó el médico. Llegaron a una casa de cochera grande y un jardín que parecía bosque. Al fondo, unos cuartos. Entró a uno de ellos y ahí vio tirado, con unas ojeras que parecían orificios profundos, al jefe: ojos venosos, movimientos sismológicos y una mandíbula trabada.


Deme algo doctor. Por favor. Qué tiene, preguntó él. Nada, nomás que no puedo dormir. Llevo tres días así. Ha de ser la pinche coca.

El médico lo revisó y le dijo que lo sentía, pero no podía hacer nada. Como que no, le reviró el hombre.

A ver, atiendan aquí a este cabrón. Se fueron unos y volvieron con unos billetes, sin soltar sus armas.


Habló por teléfono con un especialista. Lo anestesió con un coctel: lo dejó tan dormido que parecía muerto. Le dieron los papeles con números. Los contó. Quinientos pesos. Pinche hospital. Y no volvió.
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1 comentario:

  1. U R A DUMNAZZ WHERE U @ SYTE??? 2 ZEE DIZ??/WHERE ABOUTS WHO HAD HIM KILLED/BETRAYED WHO? WHO HAD PABLO EL ZORRO D OJINAGA KILLEE ?? HE WAS A BOZZ?? WHO IS D KING NOW?? WHO?? I LIKE THEM ALL MOST. OK!!! I LIKE READING ABOUT THIS OK..

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