CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) nos haría un gran favor a todos
los mexicanos si elige a José Antonio Meade como su candidato presidencial para
las elecciones de 2018. El secretario de Hacienda encarna mejor que cualquier
otro aspirante la continuidad del sistema PRIANista de corrupción, desigualdad
y saqueo. La presencia de Meade en la boleta no dejaría duda alguna con
respecto a la disyuntiva central de los próximos comicios: ¿continuidad o
cambio?
Meade es hijo de un priista,
Dionisio Meade, y sobrino nieto de uno de los fundadores del PAN, Daniel Kuri
Breña. Como buen tecno saurio, estudió su licenciatura con Luis Videgaray en el
ITAM y su doctorado en las escuelas Ivy League de Estados Unidos, siguiendo el
ejemplo de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
A Meade no le interesan ni la
justicia social ni el fortalecimiento institucional. Tampoco es un hombre
carismático o atractivo que haya podido construir un liderazgo fuerte o una
imagen propia.
Lo que más caracteriza a
Meade es su fiel servilismo hacia el dinero y el poder. Los bancos y la
impunidad son sus negocios favoritos. Es precisamente por ello que quienes
comulgan con el sistema actual lo ven con tan buenos ojos.
Meade inició su carrera
política durante el sexenio de Ernesto Zedillo como secretario adjunto de
Protección al Ahorro en el Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB),
institución que fue creada en 1998 para legalizar el enorme fraude cometido
bajo el paraguas de su institución antecesora, el Fondo Bancario de Protección
al Ahorro (Fobaproa). Posteriormente, se incorporaría de lleno a los gobiernos
de Vicente Fox y Felipe Calderón como director general de Banrural,
subsecretario de Ingresos y secretario de Hacienda, entre otros cargos.
En 2012, Enrique Peña Nieto
tomó la sorpresiva decisión de mandar a Meade a la Secretaría de Relaciones
Exteriores, un cargo para el cual no tenía experiencia o preparación alguna.
Fue el único integrante del gabinete de Calderón que gozó de un pase directo a
la administración de Peña. Meade cobró así su recompensa por los invaluables
servicios que había brindado a Peña Nieto durante su campaña presidencial.
Meade recientemente confesó
públicamente que había votado por Peña Nieto en 2012, aun cuando en ese momento
formaba parte del gabinete de un gobierno panista. Esta confesión no debe
sorprender a nadie. En realidad, no solamente Meade, sino también Fox, Calderón
y toda la nomenclatura panista apoyó a Peña Nieto como el candidato que mejor
garantizaba la continuidad del régimen frente a la amenaza del
lopezobradorismo.
Como secretario de Hacienda
durante la campaña presidencial de 2012, Meade debe conocer perfectamente todos
los secretos sobre cómo y de dónde se financiaban las tarjetas Monex y los otros
instrumentos financieros que permitían a Peña Nieto rebasar más de 14 veces el
tope de gasto de campaña.
No hay duda, por ejemplo, de
que Meade hubiera tenido conocimiento de las transferencias de Odebrecht y
otros manejos similares orquestados por Emilio Lozoya. Meade seguramente
también tenía conocimiento de los depósitos triangulados hacia las tarjetas
Monex desde el Grupo Comercializador Cónclave, empresa administrada por Rodolfo
Dávila, operador financiero del Cártel de Juárez, como lo ha revelado Aristegui
Noticias (véase http://ow.ly/Y3zD30g8dzD).
Jesusa Cervantes, reportera
de Proceso, ha revelado asimismo que justo antes de dejar la Secretaría de
Hacienda en 2012, Meade negoció un importante convenio fiscal con Singapur que
facilitaría la fuga de capitales y el lavado de dinero en aquel pequeño pero
poderoso país asiático.
Después, como canciller de
Peña Nieto, Meade andaría por el mundo como vendedor ambulante de México al
capital financiero internacional. Promovía las “reformas estructurales” como
una gran oportunidad para el saqueo de las riquezas del país por las empresas
más poderosas del mundo.
Posteriormente, como
secretario de Desarrollo Social, Meade aprovecharía para pactar con los
gobernadores más retrógradas y corruptos del régimen. El aspirante presidencial
también fue el responsable de presionar al Inegi para que modificara sus
criterios de medición de los ingresos de los hogares más desfavorecidos con el
propósito de dar la impresión de que el gobierno actual ha reducido la pobreza.
Ahora, de regreso a la
Secretaría de Hacienda con Peña Nieto, Meade ha sido el autor de los
gasolinazos, de los recortes al gasto educativo y del aumento en el presupuesto
militar. También ha dado continuidad a la irresponsable política de
endeudamiento extremo iniciada durante el gobierno de Calderón, el cual se ha
agravado aún más durante el sexenio actual. Gracias a las gestiones de Meade y
Videgaray, desde 2010 en Hacienda la deuda pública ahora equivale a 50% del
Producto Interno Bruto.
De la misma manera, son
ampliamente conocidas las convicciones ultraconservadoras de Meade en materia
social. Es un fundamentalista religioso cercano a Antonio Chedraui y el Opus
Dei, que se opone al aborto, el matrimonio gay y la liberación femenina.
En suma, Meade no es más que
un chapulín reaccionario que salta de puesto en puesto haciendo gala de su
habilidad con el encubrimiento y el engaño. Meade es la viva imagen de la
continuidad del sistema de impunidad, corrupción, desigualdad y entreguismo que
ha malgobernado el país desde la creación del PRI en 1946.
En el contexto actual de
despertar ciudadano e indignación generalizada, un candidato como Meade
solamente podría imponerse en 2018 por medio de uno de los fraudes electorales
más grandes en la historia de la nación.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
Este análisis se publicó el 29 de
octubre de 2017 en la edición 2139 de la revista Proceso.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ JOHN M. ACKERMAN/ 3 NOVIEMBRE,
2017)
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