La reunión entre Enrique Peña
Nieto y Donald Trump en Hamburgo la semana pasada tuvo un resultado totalmente
inesperado y lamentable, anunciado por el Secretario de Relaciones Exteriores,
Luis Videgaray, al término del encuentro. Los presidentes acordaron, dijo,
negociar un acuerdo de trabajadores temporales de México para que vayan durante
periodos específicos a apoyar al sector agrícola de Estados Unidos y lo ayuden
a mantener sus niveles de competencia. Frente a la anécdota del
“absolutamente”, con lo cual Trump, en respuesta a una pregunta de la prensa,
ratificó su idea de que México pague por un eventual muro fronterizo, pasó
desapercibido la aberración de tan semejante intención. Un acuerdo de esa
naturaleza revive el nefasto Programa Bracero, que vigente entre 1942 y 1964.
El spin que le dieron las
autoridades mexicanas al acuerdo es que reconocía la realidad mexicana (¿cuál?,
¿qué México es un país cuyo destino manifiesto es ser el patio de Estados
Unidos?), y que era un avance dentro del Tratado de Libre Comercio con América
del Norte, con relación a la regulación del sector laboral, que en Washington
quieren que sea renegociado (en el entendido que este paso no abre las puertas
del mercado estadounidense a todos que tengan la capacidad y entrenamiento para
competir, sino sólo a la mano de obra intensiva en el sector primario). En
cualquier caso, la visión mexicana es cortoplacista y vergonzosa.
No se sabe aún de quién fue
iniciativa este nuevo programa, pero caben dos interpretaciones: si la idea es
estadounidense, los mexicanos están bailando al ritmo que les impuso Trump;
pero si la idea es mexicana, la ignorancia histórica sobre lo que este tipo de
programa significa, conduce a una subordinación política y el final de la
búsqueda del ideal asimétrico en las relaciones bilaterales. Sin embargo, hay
razones para suponer que el planteamiento surgió de los estadounidenses.
Videgaray explicó que la idea salió del déficit de mano de obra en algunas
partes de la economía de Estados Unidos, como el campo y la industria de la
construcción, con lo cual se subrayaba el mejoramiento de las relaciones
bilaterales. De dónde sacó el canciller esa idea, no se sabe. El acuerdo que
quieren estudiar no incluiría a obreros, sino solamente campesinos.
La analogía con el Programa
Bracero es monumental. Durante los 22 años que funcionó, este programa,
conocido como el Mexican Farm Labor Agreement, firmado en agosto de 1942,
permitió que casi 5 millones de campesinos mexicanos trabajaran en los campos
de 22 estados de la Unión Americana, principalmente en California y Texas. Una
vez concluido, nunca se remplazó. Años más tarde se crearon las visas de
trabajo temporal, conocidas como H2A, para trabajadores en el campo, y H2B,
para trabajadores no agrícolas. Otro programa, el H-1B, conocido como visas de
negocios, ha sido reducido significativamente por Trump.
El Programa, de acuerdo con lo negociado,
aseguraba condiciones de vida adecuados, en cuanto a salud, vivienda y comida,
así como un salario mínimo de 30 centavos por hora. Una parte muy importante en
el documento, es que los mexicanos no podrían ser sujetos de ningún tipo de
discriminación. Nada de esto se cumplió. En Texas, los mexicanos fueron
tratados como perros en el transporte público, donde los obligaban a viajar en
la misma zona de los animales, y lejos de asegurarles las condiciones de vida y
los salarios, sufrieron una explotación sistemática que violaban lo suscrito
por los dos gobiernos, que incluía abusos físicos. En California, los orillaron
a vivir en cuevas dentro de los campos de cultivo. Los braceros rara vez se
quejaban del maltrato, por el temor de que se les cancelara la visa.
Por años, el Programa fue
criticado. Los gobiernos mexicanos alentaron la expulsión económica de sus
campesinos al ser incapaces de abrir oportunidades en su país, mientras que en
Estados Unidos produjo externalidades, como la caída de los salarios de los
campesinos estadounidenses. La Comisión sobre el Trabajo Migratorio creada por
el Presidente Harry Truman, afirmó en un reporte en 1951 que mientras los
sindicatos se oponían a la inmigración mexicana sin restricciones, los
agroindustriales, con respaldos en el Capitolio, querían garantizar la
continuidad de la mano de obra “barata y dócil” mexicana.
El programa otorgó alrededor
de 200 mil visas anuales durante ese periodo y fue utilizado con otros fines
por Washington. El Departamento de Estado lo utilizó como un mecanismo para
frenar el creciente apoyo al Partido Comunista -ilegal en ese entonces-, y el
Pentágono encontró en él un mecanismo de reclutamiento para las guerras en las
que se embarcaba. De esa forma, reclutaron mexicanos para la Segunda Guerra
Mundial, la Guerra de Corea y la de Vietnam. El programa obligaba a los
mexicanos a regresar al término de la vigencia de la visa, sin generar
antigüedad ni derechos, y sólo podía ser utilizado para resolver los déficits
laborales, sin desplazar o remplazar a los trabajadores estadounidenses.
De acuerdo con lo que dijo
Videgaray, para allá van. El lobby agroindustrial ha presionado como ningún
otro a Trump para que fortalezca ese sector durante la renegociación del TLCAN,
y uno de sus impulsores es el Senador texano John Cornyn, a quien visitó en su
oficina el Canciller mexicano el lunes. ¿Indignidad completa la de los
mexicanos, y desdén por la historia y por los mexicanos? Si se trata de
complacer a Trump y el lobby agroindustrial, este será el primer paso, una
genuflexión ante los ojos de todos los mexicanos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 12/07/2017 | 01:00 AM)
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