martes, 21 de marzo de 2017

LOS VOTOS DE LA DISRUPCIÓN


> Las encuestas dicen que los mexicanos sí quieren ciudadanos en puestos de elección popular, pero que no compitan de manera independiente, sino arropados por un partido. Este es el México de los inconformes que quieren la disrupción, pero no terminan de hacerla, un país bronco que actúa como zombi en sus sueños colectivos.

1ER. TIEMPO: Los payasos profesionales y los votos. En octubre de 1980, Michel Colucci anunció en su Teatro del Gimnasio en París, que competiría por la presidencia francesa en 1981. La clase política se rió de Coluche, su apodo, quien era un afamado comediante que se caracterizaba por su irreverencia. Dos meses después, Le Journal de Dimanche, el único periódico francés que salía los domingos, publicó una encuesta que alarmó a la clase política. Coluche tenía 16% de las preferencias electorales, en una contienda donde participaban el presidente Valery Giscard d’Estaing, el socialista François Mitterrand, el favorito, quien apenas lo aventajaba por dos puntos porcentuales, el conservador Jacques Chirac, y el comunista George Marchais. Grandes figuras todas en el paisaje francés, que irrumpió Coluche, que estaba cachando todos los votos de protesta. Coluche utilizaba tantas palabras obscenas cuando aparecía de payaso en la televisión, que el mexicano Brozo sería casi un monje en comparación con él. Usaba como lema de campaña que era el único candidato de todos que no necesitaba mentir, que reforzaba los símbolos que tenían de él los franceses, de donde abrevaba, en los sectores frustrados y enojados con la clase política, todos sus apoyos. El Estado francés se preocupó. Los medios se comenzaron a cerrar y no permitían que lo entrevistaran. En plena campaña electoral en 1981, su director artístico, René Gorlin, fue asesinado de dos tiros en la cabeza, un crimen que la policía caracterizó como pasional. Era el comienzo. Cuarenta y ocho horas después, Coluche recibió una carta anónima. “¡Cuídate de la muerte!”, decía. Siguieron las llamadas telefónicas. En una de ellas, le advirtieron: “Su pasión por el libertinaje puede ser fatal. Puede seguir la misma suerte que su amigo”. Un mes antes de la elección, que finalmente ganó Mitterrand, Coluche se retiró de la contienda. El Estado francés había visto que la frescura entre el electorado de alguien que conectara con la gente, que le dijera cosas distintas por más inocuas y carentes de destino que fueran, horadaba la credibilidad de los partidos y los políticos establecidos. El peligro de que un don nadie en el campo que pensaban dominado los derrotara, era demasiado grande, como en los años venideros, comenzaron a comprobarlo.

2O. TIEMPO: Los comediantes rompen estructuras. La sociedad japonesa es compleja y se organiza en múltiples capas. Hay la creencia de que son únicos —no comen carne porque su intestino es más corto que el del resto de los humanos, es una de las ideas más falsas que tienen­—, y los niveles sociales juegan un papel determinante en su vida, que se aprecia en comportamientos cotidianos y en el lenguaje. No hay mucha diferencia, por cierto, de la sociedad mexicana, que es tan difícil de penetrar como la japonesa, donde las apariencias públicas son altamente valoradas, mientras que se esconde el fuero interno. Pero esta rígida estructura social comenzó a desmoronarse en los 90, cuando como resultado de un partido hegemónico, el Demócrata Liberal, que no pudo encontrar la salida tras cinco años de recesión, se pudrió por la corrupción y el contubernio con los empresarios, y los japoneses comenzaron a buscar opciones electorales. Las encontraron en Tokio y Osaka, las dos principales ciudades en el archipiélago, donde dos actores de teatro, uno de ellos interpretaba papeles de travesti, con menos de dos mil dólares invertidos cada uno en las campañas, derrotaron a los candidatos establecidos. No sería la última vez. En 2008, Hashimoto Toru, otra personalidad de la televisión de revista, arrasó en las elecciones para la gubernatura de Osaka con un mensaje sencillo: quería regresarle la sonrisa a los ciudadanos de esa prefectura. Menos lejos de México, en Guatemala, Jimmy Morales, el nombre que se puso James Ernesto Morales Cabrera en 2011, cuando inició su carrera política, asumió la presidencia de su país en enero del año pasado tras ganar la elección en segunda vuelta. Jimmy llegó a las urnas en un momento crítico para Guatemala, que vivía su Primavera Árabe en contra del presidente Otto Pérez Molina, que terminó en la cárcel por corrupción. Mucho descontento galvanizó Morales, quien durante 15 años en su programa de televisión abierta Moralejas, repitió lo que sería el lema más importante de su campaña: “Ni ladrón, ni corrupto”. Se lanzó a la contienda “en busca del cambio” y, como los japoneses, buscó un sistema de comunicación alterna, a través de las redes sociales, donde lanzaba ideas como “Quieres una Guatemala diferente, deja de ser tú, indiferente”. Los guatemaltecos le perdonaron que estuviera vinculado a exmilitares —esa nación tiene una negra historia golpista­—, pues lo que querían era acabar con el statu quo. Esta es una lección que se repetiría el año pasado en el Reino Unido y en Estados Unidos, la confirmación de un patrón donde los electores quieren que una nueva luz los alumbre.

3ER. TIEMPO: Los mexicanos también buscan el camino. Es cierto. Desde hace varios lustros, como cuota de los artistas, una curul del PRI se le da al sindicato. Ahora le está tocando a Carmen Salinas, cuyo paso por el Congreso ha sido memorablemente patético. Otros partidos han hecho lo propio. María Rojo fue senadora inocua por el PRD, y Bruno Bichir, Damián Alcázar y Héctor Bonilla fueron constituyentes prófugos en la Ciudad de México por Morena. Los partidos están buscando qué pueden hacer para ganar votos, elecciones y prerrogativas. Sin importar la historia de Cuauhtémoc Blanco como candidato del Partido Social Demócrata, que al ganar el ayuntamiento de Cuernavaca comenzaron a pelearse, Encuentro Social ya le ofreció la candidatura para la gubernatura el próximo año si se afilia a ese partido, y que también buscó a Hugo Sánchez para lanzarlo como candidato a jefe de Gobierno en la Ciudad de México. La mala experiencia en el gobierno de Nuevo León de Jaime Rodríguez El Bronco, el candidato independiente sobre el que tantas expectativas levantaron, casi ha aniquilado la posibilidad que en próximas elecciones en México, esa figura sea un hit. Las encuestas dicen que los mexicanos sí quieren ciudadanos en puestos de elección popular, pero que no compitan de manera independiente, sino arropados por un partido. Los partidos quieren que más ciudadanos vistan sus colores para tratar de neutralizar el coraje que tienen contra el statu quo, pero sin mostrar más creatividad que el mecanismo para corporativizar ciudadanos, a quienes se les secó el cerebro para buscar el poder por fuera de los partidos. Este es el México de los inconformes que quieren la disrupción, pero no terminan de hacerla, un país bronco que actúa como zombi en sus sueños colectivos. La pasividad y la irresponsabilidad, como lo demostraron los artistas-políticos, todavía no atraviesa el umbral como en tantas otras naciones. Pero nadie puede decir que es un camino que no se atravesará, porque apenas todo comienza.

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(EJECENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO | MIÉRCOLES 15 DE MARZO, 2017)

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