sábado, 31 de diciembre de 2016

MI TESTIMONIO SOBRE EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DE 1973 EN LA UNISON


A mediados de 2013, un grupo de amigos que participaron en el movimiento estudiantil que estalló en la Universidad de Sonora, en el año 1973, convocó a una serie de conferencias para analizar, reflexionar y recordar aquellos acontecimientos que cimbraron profundamente la vida de la Universidad de Sonora y, también, la de Hermosillo e, incluso, podemos decir, la de Sonora.

Preparé un escrito no sin cierto escepticismo pues me parecía que había pasado demasiado tiempo desde entonces, por lo que, un ejercicio de esa naturaleza ya no tenía importancia para los sonorenses de hoy, sobre todo, para los estudiantes de la Universidad.

Ahora hago público ese escrito, ligeramente modificado, una vez que reflexioné detenidamente sobre ello, tomando en consideración, sobre todo, dejar un testimonio personal alrededor de un hecho que dejó una honda huella en la vida de Hermosillo.

Lo que sigue es mi testimonio.

Como es sabido el  movimiento estudiantil estalló el año de 1973, con motivo de la propuesta de reforma a la ley orgánica de la universidad que fue rechazada por el voto de un integrante del Consejo Universitario: el de Rubén Gutiérrez Carranza, director de la escuela secundaria de la universidad, quien poco tenía de académico, y sí, en cambio, de hombre rudo y mente obtusa, muy poco respetuoso de los alumnos.

La propuesta de reforma contaba con el apoyo mayoritario de  alumnos y maestros, y buscaba la modernización de sus estructuras de gobierno y sus planes de estudios, la cual fue elaborada después de un largo proceso de consulta interna y la asesoría de algunos expertos de la ciudad de México.

La propuesta fue rechazada. Los acontecimientos que se produjeron a partir de ese hecho pueden ser mucho mejor descritos por quienes los vivieron y fueron actores o testigos directos de ellos. No es mi caso, pues, cuando sucedieron,  me encontraba estudiando en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la ciudad de México.

Sin embargo, puedo decir que tuve una relación estrecha pero indirecta con el movimiento estudiantil, pues formé parte de un grupo de amigos que estudiábamos en la entonces preparatoria de la Universidad de Sonora, quienes cobraron cierta fama, dentro y fuera de la universidad, por sus actitudes irreverentes, sus gustos artísticos y culturales novedosos, y su estrecha amistad. Algunos de ellos, posteriormente, se sumaron al movimiento estudiantil.

ANTECEDENTES INDISPENSABLES

Durante los años de 1972 y 1973, a semejanza de ese grupo de jóvenes estudiantes, que fueron conocidos popularmente como “Los azules”, surgieron otros más,  dentro y fuera de la universidad.

Debido en buena medida a una ola juvenil mundial, de la que ellos formaban parte, su ejemplo se  extendió—de forma sorprendente-- en diversos estratos de la sociedad hermosillense, aún entre jóvenes de alto nivel económico.

El grupo no era político. Rechazaba la política como instrumento de cambio social y humano, porque consideraba que el cambio debía ser interior, que debía producirse en la conciencia y el ser de los  del hombre.

En realidad el grupo nunca se propuso influir en otros con sus gustos y vagas ideas. No era un grupo organizado; sólo eran amigos que tenían los mismos gustos musicales y literarios. Les gustaba el rock norteamericano; y cantantes como Juan Manuel Serrat, quienes expresaban una nueva forma de sentir, vivir, y expresar los temas de la vida, el amor y del mundo.

También tenían gustos literarios incipientes como lectores de Octavio Paz, Carlos Fuentes, García Márquez, los hermanos Machado, Hesse, Goethe, Nietzsche, Cortázar, Gogol, entre otros.

Debido a ello, algunos de sus integrantes publicaron una revista en que expresaran sus ideas y gustos. Así surgió un folleto literario rústico que se denominó, Germen.

También echaron andar un programa en Radio Universidad en el que hablaban de sus todavía incipientes ideas artísticas y culturales, y tocaban música rock.

Lo descrito anteriormente es un rápido recuento que considero necesario para referirme a una de las consecuencias no deseadas que tuvo el movimiento estudiantil, y que me tocó vivir de forma directa: la radicalización de los estudiantes debido tanto a la influencia de grupos políticos  de izquierda  dentro de la universidad, como a la represión policiaca de la que fueron víctimas por parte del gobierno del estado en 1974.

Como he mencionado antes, para entonces, el movimiento “cultural hippie”, para bautizarlo de alguna forma, tenía una presencia cada vez extensa en Hermosillo.

Nadie que haya vivido en ese tiempo en la ciudad,  podrá olvidar la céntrica calle Rosales inundada de decenas y decenas de jóvenes, mujeres y hombres, con sus vestimentas estrafalarias, diseñadas por ellos mismos, o sentados en las escalinatas del museo de la Unison, conversando y conviviendo, tocando guitarras, cantando, leyendo, o únicamente pasando el tiempo tan sólo para sentirse parte de  esa nueva juventud emergente que no se había visto antes en Hermosillo.

Empero, una vez que estalló el movimiento en pro de la reforma universitaria, en 1973, muchos de esos jóvenes se sumaron a él y empezaron a conocer de política de forma elemental.

Para finales de 1973, y principios de 1974, algunos ya eran líderes políticos estudiantiles.

Sin embargo, en febrero de 1974, ocurrió un acontecimiento traumático: la muerte de dos estudiantes universitarios, Luis Peña y José Shepperd, en un presunto enfrentamiento armado con la policía en las afueras de la Universidad.

El hecho no se aclaró del todo, pero fueron arrestados varios integrantes del grupo, hombres y mujeres, casi todos universitarios, que formaban parte de un grupo presuntamente armado. La ciudad se conmocionó por el suceso, creándose un clima de alta tensión y paranoia en la ciudad.

Pocas semanas después otro asesinato sacudió a la opinión pública hermosillense. El de un conocido y apreciado policía de  edad avanzada que dirigía el tránsito frente a la Universidad,  conocido como “Moralitos”.

A partir de ese asesinato la situación cambió radicalmente.

PERSECUCIÓN Y EXILIO

Pocos meses más tarde, varios líderes estudiantiles y maestros salieron huyendo de Sonora debido a las numerosas órdenes de aprensión que emitió en su contra la Procuraduría General del Estado por  participar en el movimiento estudiantil que tenía paralizada la universidad.

Decenas de ellos escaparon de Hermosillo de las formas más insólitas, dejando atrás sus estudios, su hogar, sus familias, sus sueños. Mientras que otros fueron víctimas de una intensa vigilancia y hostigamiento policiaco. Menos fortuna tuvieron quienes fueron detenidos y encarcelados.

Ese fue el momento decisivo en el que, a mi juicio, se consolidó, plenamente, la radicalización política de muchos estudiantes y de algunos maestros.

Como amigo, o conocido de algunos de ellos, me tocó recibir a algunos de ellos en la ciudad de México, así como apoyarlos en sus esfuerzos para obtener  solidaridad para el movimiento universitario de parte de organizaciones sindicales, estudiantiles y magisteriales. Querían denunciar lo que había sucedido en la Unison y pedir solidaridad. Algo lograron, pero ya no pudieron regresar a la Universidad de Sonora, ni a Hermosillo. El golpe estaba dado y fue devastador. Sus vidas cambiaron para siempre, y la de Hermosillo, también.

Para finales de 1974, y principios de 1975, algunos de los “exiliados” y perseguidos se integraron a los diversos grupos y grupúsculos políticos  de izquierda, o ultraizquierda,  que proliferaban numerosamente en la UNAM.

 Algunos de esos grupos formaban parte de alguna organización política internacional dentro del escenario de la guerra fría entre las superpotencias: la entonces Unión Soviética, China, Corea del norte, Cuba o Estados Unidos, que los apoyaban o infiltraban de forma abierta o clandestinamente, con el fin de utilizarlos para sus objetivos cuando era posible o necesario.

Otros grupos políticos de izquierda buscaban desarrollar una política independiente de las potencias pero también eran infiltrados por los servicios de espionaje o caían víctimas de luchas intestinas, como era práctica frecuente en México y América Latina, en aquellos años de la “guerra fría”.

Por supuesto que con lo anterior no afirmo que todos los miembros de dichas organizaciones eran “agentes infiltrados” de servicios secretos de gobiernos extranjeros, o que todas sus acciones les fuesen ordenadas por servicios secretos extranjeros, ya que siempre existe un grado, mayor o menor, de libertad.

En ese periodo, quien escribe no estaba involucrado en la actividad política, aunque el país se sacudía por acontecimientos que impactaban fuertemente a la opinión pública nacional, como acciones guerrilleras, secuestros y asesinatos políticos.

En el año de 1974, un grupo de amigos y amigas, que asistíamos al taller de poesía de Juan Bañuelos, en la UNAM, empezamos a ser invitados a leer nuestras poesías a diversos lugares del país. Conocí, también, a Carlos Monsiváis, quien era director del suplemento cultural de la revista Siempre!, a quien ciertamente, todavía estaban lejos de serlo.

A pesar de ello, Monsiváis, generosamente, publicó mis escritos.

Cuando mis amigos llegaron a la Ciudad de México, huyendo de la policía, intenté sumarlos a los círculos culturales y artísticos de la ciudad con los que mantenía relación, pero no rechazaron hacerlo. Ya no les interesaba. Su politización había llegado al grado de negar sus anteriores inclinaciones artísticas y creencias filosóficas, y a postular, en cambio, la supremacía total de la acción política sobre el arte y la cultura.

Uno que otro llegaba al delirio.

Sucedió lo que dice el poeta, Dante Alighieri, en un verso de la Divina Comedia:

“Y como aquel que desiste de lo que anhela, y por un nuevo pensamiento renuncia a su propósito, de modo que enteramente se aparta de su primitiva idea…” (Infierno, canto II)

Desafortunadamente, en ese tiempo, la Ciudad de México vivía una profunda conmoción. Miles de jóvenes estudiantes reprimidos o asesinados en octubre de 1968 y, después, en junio de 1971, se radicalizaron tanto que llegaron a formar, incluso, grupos armados, porque consideraban que no había otra vía para democratizar la vida del país, o de derrotar al PRI, que hasta entonces gobernaba de manera absolutista y autoritaria el país.

Y esa poderosa vorágine de mil cabezas que existía en el DF atrajo, capturó, o confundió a muchos de los jóvenes sonorenses que llegaron de Hermosillo reprimidos, perseguidos y desorientados, a una sociedad que desconocían por completo.

En la década de los años 70s del siglo 20, en la Ciudad de México proliferaban numerosos grupos de izquierda cuyo problema más importante no eran sus buenas intenciones, esas eran indudables, sino el dogmatismo y el extremismo ideológicos; es decir, la tendencia a proclamar que sus ideas eran las únicas válidas o verdaderas.

Grupos supuestamente comunistas, vinculados directamente a la entonces Unión Soviética, a Cuba, a China, a Corea del norte, al troskismo internacional o al larouchismo, entre muchos otros, con y sin ligas al extranjero, existían al interior y fuera de la UNAM.

Esa situación que vivía México, en particular las universidades, impactó poderosamente no sólo a los jóvenes estudiantes sonorenses, sino a miles en todo el país.

La falta de diálogo, la resistencia a todo cambio, el radicalismo y el dogmatismo, de un lado o del otro, cierran las vías del entendimiento y sólo producen confrontación.

A la sociedad mexicana le ha llevado décadas aprender a dialogar y democratizar el poder. El abuso de poder, el autoritarismo y el dominio cuasi-absoluto del PRI, se habían consolidado en México. La democracia no existía. El camino hacia ella era casi impensable.

Fue debido a la reforma político-electoral de 1978, promovida por el entonces presidente, José López Portillo, que se abrieron los causes para el registro legal de nuevos partidos políticos, lo que posibilitó encausar por las vías legales la oposición al régimen político del PRI y garantizar su representación en los gobiernos locales y en las cámaras de legisladores; es decir, se abrió un proceso democrático en el país que no se había vivido desde la década de los 30s del siglo 20.

Lo que he escrito hasta aquí es mi testimonio personal sobre el Movimiento Estudiantil de 1973 en la Universidad de Sonora.

Muchos más que vivieron esos trascedentes acontecimientos pueden ofrecer sus testimonios con el fin de comprender mejor lo que sucedió, porqué sucedió y sus consecuencias.

No importa en qué bando político se haya militado o participado; derecha, izquierda o centro. Ha pasado bastante tiempo como para que las heridas causadas hayan cicatrizado  plenamente y que las diversas opiniones o filiaciones políticas se hayan matizado, enriquecido o modificado.

Además, México se ha democratizado, por lo que referirse a esos hechos no conduce a persecución o exilio.


(DOSSIER POLÍTICO/ HÉCTOR APOLINAR / 2016-12-31)

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