A
mediados de 2013, un grupo de amigos que participaron en el movimiento
estudiantil que estalló en la Universidad de Sonora, en el año 1973, convocó a
una serie de conferencias para analizar, reflexionar y recordar aquellos
acontecimientos que cimbraron profundamente la vida de la Universidad de Sonora
y, también, la de Hermosillo e, incluso, podemos decir, la de Sonora.
Preparé
un escrito no sin cierto escepticismo pues me parecía que había pasado
demasiado tiempo desde entonces, por lo que, un ejercicio de esa naturaleza ya
no tenía importancia para los sonorenses de hoy, sobre todo, para los
estudiantes de la Universidad.
Ahora
hago público ese escrito, ligeramente modificado, una vez que reflexioné
detenidamente sobre ello, tomando en consideración, sobre todo, dejar un
testimonio personal alrededor de un hecho que dejó una honda huella en la vida
de Hermosillo.
Lo
que sigue es mi testimonio.
Como
es sabido el movimiento estudiantil
estalló el año de 1973, con motivo de la propuesta de reforma a la ley orgánica
de la universidad que fue rechazada por el voto de un integrante del Consejo
Universitario: el de Rubén Gutiérrez Carranza, director de la escuela
secundaria de la universidad, quien poco tenía de académico, y sí, en cambio,
de hombre rudo y mente obtusa, muy poco respetuoso de los alumnos.
La
propuesta de reforma contaba con el apoyo mayoritario de alumnos y maestros, y buscaba la
modernización de sus estructuras de gobierno y sus planes de estudios, la cual
fue elaborada después de un largo proceso de consulta interna y la asesoría de
algunos expertos de la ciudad de México.
La
propuesta fue rechazada. Los acontecimientos que se produjeron a partir de ese
hecho pueden ser mucho mejor descritos por quienes los vivieron y fueron
actores o testigos directos de ellos. No es mi caso, pues, cuando
sucedieron, me encontraba estudiando en
la Universidad Nacional Autónoma de México, en la ciudad de México.
Sin
embargo, puedo decir que tuve una relación estrecha pero indirecta con el
movimiento estudiantil, pues formé parte de un grupo de amigos que estudiábamos
en la entonces preparatoria de la Universidad de Sonora, quienes cobraron
cierta fama, dentro y fuera de la universidad, por sus actitudes irreverentes,
sus gustos artísticos y culturales novedosos, y su estrecha amistad. Algunos de
ellos, posteriormente, se sumaron al movimiento estudiantil.
ANTECEDENTES INDISPENSABLES
Durante
los años de 1972 y 1973, a semejanza de ese grupo de jóvenes estudiantes, que
fueron conocidos popularmente como “Los azules”, surgieron otros más, dentro y fuera de la universidad.
Debido
en buena medida a una ola juvenil mundial, de la que ellos formaban parte, su
ejemplo se extendió—de forma
sorprendente-- en diversos estratos de la sociedad hermosillense, aún entre
jóvenes de alto nivel económico.
El
grupo no era político. Rechazaba la política como instrumento de cambio social
y humano, porque consideraba que el cambio debía ser interior, que debía
producirse en la conciencia y el ser de los
del hombre.
En
realidad el grupo nunca se propuso influir en otros con sus gustos y vagas
ideas. No era un grupo organizado; sólo eran amigos que tenían los mismos
gustos musicales y literarios. Les gustaba el rock norteamericano; y cantantes
como Juan Manuel Serrat, quienes expresaban una nueva forma de sentir, vivir, y
expresar los temas de la vida, el amor y del mundo.
También
tenían gustos literarios incipientes como lectores de Octavio Paz, Carlos
Fuentes, García Márquez, los hermanos Machado, Hesse, Goethe, Nietzsche,
Cortázar, Gogol, entre otros.
Debido
a ello, algunos de sus integrantes publicaron una revista en que expresaran sus
ideas y gustos. Así surgió un folleto literario rústico que se denominó,
Germen.
También
echaron andar un programa en Radio Universidad en el que hablaban de sus
todavía incipientes ideas artísticas y culturales, y tocaban música rock.
Lo
descrito anteriormente es un rápido recuento que considero necesario para
referirme a una de las consecuencias no deseadas que tuvo el movimiento estudiantil,
y que me tocó vivir de forma directa: la radicalización de los estudiantes
debido tanto a la influencia de grupos políticos de izquierda
dentro de la universidad, como a la represión policiaca de la que fueron
víctimas por parte del gobierno del estado en 1974.
Como
he mencionado antes, para entonces, el movimiento “cultural hippie”, para
bautizarlo de alguna forma, tenía una presencia cada vez extensa en Hermosillo.
Nadie
que haya vivido en ese tiempo en la ciudad,
podrá olvidar la céntrica calle Rosales inundada de decenas y decenas de
jóvenes, mujeres y hombres, con sus vestimentas estrafalarias, diseñadas por
ellos mismos, o sentados en las escalinatas del museo de la Unison, conversando
y conviviendo, tocando guitarras, cantando, leyendo, o únicamente pasando el
tiempo tan sólo para sentirse parte de
esa nueva juventud emergente que no se había visto antes en Hermosillo.
Empero,
una vez que estalló el movimiento en pro de la reforma universitaria, en 1973,
muchos de esos jóvenes se sumaron a él y empezaron a conocer de política de
forma elemental.
Para
finales de 1973, y principios de 1974, algunos ya eran líderes políticos
estudiantiles.
Sin
embargo, en febrero de 1974, ocurrió un acontecimiento traumático: la muerte de
dos estudiantes universitarios, Luis Peña y José Shepperd, en un presunto
enfrentamiento armado con la policía en las afueras de la Universidad.
El
hecho no se aclaró del todo, pero fueron arrestados varios integrantes del
grupo, hombres y mujeres, casi todos universitarios, que formaban parte de un
grupo presuntamente armado. La ciudad se conmocionó por el suceso, creándose un
clima de alta tensión y paranoia en la ciudad.
Pocas
semanas después otro asesinato sacudió a la opinión pública hermosillense. El
de un conocido y apreciado policía de
edad avanzada que dirigía el tránsito frente a la Universidad, conocido como “Moralitos”.
A
partir de ese asesinato la situación cambió radicalmente.
PERSECUCIÓN Y EXILIO
Pocos
meses más tarde, varios líderes estudiantiles y maestros salieron huyendo de
Sonora debido a las numerosas órdenes de aprensión que emitió en su contra la
Procuraduría General del Estado por
participar en el movimiento estudiantil que tenía paralizada la universidad.
Decenas
de ellos escaparon de Hermosillo de las formas más insólitas, dejando atrás sus
estudios, su hogar, sus familias, sus sueños. Mientras que otros fueron
víctimas de una intensa vigilancia y hostigamiento policiaco. Menos fortuna
tuvieron quienes fueron detenidos y encarcelados.
Ese
fue el momento decisivo en el que, a mi juicio, se consolidó, plenamente, la
radicalización política de muchos estudiantes y de algunos maestros.
Como
amigo, o conocido de algunos de ellos, me tocó recibir a algunos de ellos en la
ciudad de México, así como apoyarlos en sus esfuerzos para obtener solidaridad para el movimiento universitario
de parte de organizaciones sindicales, estudiantiles y magisteriales. Querían
denunciar lo que había sucedido en la Unison y pedir solidaridad. Algo
lograron, pero ya no pudieron regresar a la Universidad de Sonora, ni a
Hermosillo. El golpe estaba dado y fue devastador. Sus vidas cambiaron para
siempre, y la de Hermosillo, también.
Para
finales de 1974, y principios de 1975, algunos de los “exiliados” y perseguidos
se integraron a los diversos grupos y grupúsculos políticos de izquierda, o ultraizquierda, que proliferaban numerosamente en la UNAM.
Algunos de esos grupos formaban parte de
alguna organización política internacional dentro del escenario de la guerra
fría entre las superpotencias: la entonces Unión Soviética, China, Corea del
norte, Cuba o Estados Unidos, que los apoyaban o infiltraban de forma abierta o
clandestinamente, con el fin de utilizarlos para sus objetivos cuando era
posible o necesario.
Otros
grupos políticos de izquierda buscaban desarrollar una política independiente
de las potencias pero también eran infiltrados por los servicios de espionaje o
caían víctimas de luchas intestinas, como era práctica frecuente en México y
América Latina, en aquellos años de la “guerra fría”.
Por
supuesto que con lo anterior no afirmo que todos los miembros de dichas
organizaciones eran “agentes infiltrados” de servicios secretos de gobiernos
extranjeros, o que todas sus acciones les fuesen ordenadas por servicios
secretos extranjeros, ya que siempre existe un grado, mayor o menor, de
libertad.
En
ese periodo, quien escribe no estaba involucrado en la actividad política,
aunque el país se sacudía por acontecimientos que impactaban fuertemente a la
opinión pública nacional, como acciones guerrilleras, secuestros y asesinatos
políticos.
En
el año de 1974, un grupo de amigos y amigas, que asistíamos al taller de poesía
de Juan Bañuelos, en la UNAM, empezamos a ser invitados a leer nuestras poesías
a diversos lugares del país. Conocí, también, a Carlos Monsiváis, quien era
director del suplemento cultural de la revista Siempre!, a quien ciertamente,
todavía estaban lejos de serlo.
A
pesar de ello, Monsiváis, generosamente, publicó mis escritos.
Cuando
mis amigos llegaron a la Ciudad de México, huyendo de la policía, intenté
sumarlos a los círculos culturales y artísticos de la ciudad con los que
mantenía relación, pero no rechazaron hacerlo. Ya no les interesaba. Su
politización había llegado al grado de negar sus anteriores inclinaciones
artísticas y creencias filosóficas, y a postular, en cambio, la supremacía
total de la acción política sobre el arte y la cultura.
Uno
que otro llegaba al delirio.
Sucedió
lo que dice el poeta, Dante Alighieri, en un verso de la Divina Comedia:
“Y
como aquel que desiste de lo que anhela, y por un nuevo pensamiento renuncia a
su propósito, de modo que enteramente se aparta de su primitiva idea…”
(Infierno, canto II)
Desafortunadamente,
en ese tiempo, la Ciudad de México vivía una profunda conmoción. Miles de
jóvenes estudiantes reprimidos o asesinados en octubre de 1968 y, después, en
junio de 1971, se radicalizaron tanto que llegaron a formar, incluso, grupos
armados, porque consideraban que no había otra vía para democratizar la vida
del país, o de derrotar al PRI, que hasta entonces gobernaba de manera
absolutista y autoritaria el país.
Y
esa poderosa vorágine de mil cabezas que existía en el DF atrajo, capturó, o confundió
a muchos de los jóvenes sonorenses que llegaron de Hermosillo reprimidos,
perseguidos y desorientados, a una sociedad que desconocían por completo.
En
la década de los años 70s del siglo 20, en la Ciudad de México proliferaban
numerosos grupos de izquierda cuyo problema más importante no eran sus buenas
intenciones, esas eran indudables, sino el dogmatismo y el extremismo
ideológicos; es decir, la tendencia a proclamar que sus ideas eran las únicas
válidas o verdaderas.
Grupos
supuestamente comunistas, vinculados directamente a la entonces Unión
Soviética, a Cuba, a China, a Corea del norte, al troskismo internacional o al
larouchismo, entre muchos otros, con y sin ligas al extranjero, existían al
interior y fuera de la UNAM.
Esa
situación que vivía México, en particular las universidades, impactó
poderosamente no sólo a los jóvenes estudiantes sonorenses, sino a miles en
todo el país.
La
falta de diálogo, la resistencia a todo cambio, el radicalismo y el dogmatismo,
de un lado o del otro, cierran las vías del entendimiento y sólo producen
confrontación.
A
la sociedad mexicana le ha llevado décadas aprender a dialogar y democratizar
el poder. El abuso de poder, el autoritarismo y el dominio cuasi-absoluto del
PRI, se habían consolidado en México. La democracia no existía. El camino hacia
ella era casi impensable.
Fue
debido a la reforma político-electoral de 1978, promovida por el entonces
presidente, José López Portillo, que se abrieron los causes para el registro
legal de nuevos partidos políticos, lo que posibilitó encausar por las vías
legales la oposición al régimen político del PRI y garantizar su representación
en los gobiernos locales y en las cámaras de legisladores; es decir, se abrió
un proceso democrático en el país que no se había vivido desde la década de los
30s del siglo 20.
Lo
que he escrito hasta aquí es mi testimonio personal sobre el Movimiento
Estudiantil de 1973 en la Universidad de Sonora.
Muchos
más que vivieron esos trascedentes acontecimientos pueden ofrecer sus testimonios
con el fin de comprender mejor lo que sucedió, porqué sucedió y sus
consecuencias.
No
importa en qué bando político se haya militado o participado; derecha,
izquierda o centro. Ha pasado bastante tiempo como para que las heridas
causadas hayan cicatrizado plenamente y
que las diversas opiniones o filiaciones políticas se hayan matizado,
enriquecido o modificado.
Además,
México se ha democratizado, por lo que referirse a esos hechos no conduce a
persecución o exilio.
(DOSSIER
POLÍTICO/ HÉCTOR APOLINAR / 2016-12-31)
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