Confiaba
el Presidente hace pocas semanas a sus cercanos que no sentía que Aurelio Nuño
estuviera listo para salir a la calle y sin su manto protector jugar en la
política con sus propios recursos. Aun así, el presidente Enrique Peña Nieto sí
consideró que su asesor de cabecera, dueño de su oído y a quien más caso le
hace –por ejemplo, el no intervenir por semanas en el crimen de los normalistas
de Ayotzinapa; meter a los familiares de los jóvenes desaparecidos y a dos
jefes del EPR a Los Pinos; hacer que la primera dama se defendiera en YouTube
por las imputaciones de la “casa blanca”; apoyar la reforma fiscal del PRD y no
acortar la visita de Estado a Francia, tras la fuga de Joaquín “El Chapo”
Guzmán–, podía ser quien presidiera el PRI. Confianza plena para quien fue uno
de los gestores en las negociaciones del Pacto por México, y la persona con la
que el dirigente priista saliente, César Camacho, tenía sus acuerdos.
Peña
Nieto le había tejido el traje durante una reunión con el PRI el 26 de julio.
El nuevo líder, le dijo a las cúpulas del PRI, deberá ser alguien que buscara aquellos
segmentos de la población más informados e independientes –identificados entre
los 18 y 35 años–, con capacidad de ser interlocutor con los universitarios y
saber del manejo de redes sociales. En Los Pinos lo veían como la única persona
que “proyecta una imagen joven, (la) del nuevo PRI”. El que Nuño no cumpliera
con el requisito de militancia partidista exigido en los estatutos, era
irrelevante. Si el rey priista lo quería, dirigente sería. El 4 de agosto lo
destapó Camacho. “Es del PRI, tiene militancia y se pondera y se presume”,
dijo. Horas después, ya había habido un cambio de decisión. El Presidente le
dijo a Beltrones que él sería líder del PRI y al día siguiente, a través de los
voceros oficiosos, se socializó el dedazo.
¿Qué
hizo cambiar de decisión al Presidente? No se puede alegar que fue la fuga de
“El Chapo”, pues aún después de ella seguía con Nuño en la cabeza. ¿Los
crecientes niveles de desaprobación de su gestión? Venían –siguen– en picada,
con todos sus atributos a la baja y una pérdida de confianza aún más acentuada
entre las élites del país. En cualquier caso, sacrificó a Nuño para tomar aire
con Beltrones. El jefe de la Oficina de la Presidencia quiso recortar sus
pérdidas. A través de columnas políticas amigas, envió el mensaje que él
siempre quiso a Beltrones –lo que es falso–, y que tanto había ganado el
sonorense como él. Nuño reflejó debilidad y preocupación por la derrota
contundente.
Pero
el Presidente ya había dado señales que estaba dispuesto a deshacerse de Nuño,
cuya meteórica carrera lo llevó en tres años escasos a ser de asesor secundario
a uno de los hombres más poderosos del Gobierno. En lo que va del sexenio, Nuño
se ha convertido en el príncipe en Los Pinos, entendido no como el tratado de
ciencia política de Maquiavelo El Príncipe, sino como parte de la aristocracia
priista gobernante donde, si fuera una monarquía formal, sería el heredero del
poder. No es el caso, pero es el contexto.
El
presidente Peña Nieto está listo para hacer el primer ajuste programado de su
equipo de gobierno, pero todas las señales son que sus dos pilares, los
secretarios de Gobernación y Hacienda, permanecerán en sus puestos. Por
definición las dos figuras serían sus candidatos naturales a sucederlo en 2018,
pero las condiciones de la economía mexicana, la reforma fiscal, las
externalidades financieras y el maltrato del secretario Luis Videgaray a las
fuerzas productivas del país, lo colocan en una situación donde remontar la
suma de factores negativos se antoja, en este momento, sumamente difícil. En el
caso del secretario Miguel Ángel Osorio Chong, la fuga de “El Chapo” Guzmán
evidenció la debacle de la política de seguridad, que él asumió por diseño como
su responsabilidad, y la herida que le infligió no se ve cómo curarla. Sin sus
dos precandidatos en plena salud política, Peña Nieto tiene que abrir su
abanico de posibilidades para la sucesión presidencial, porque está en riesgo
de quedar mutilado.
Del
trío que compone la Presidencia tripartida con la que gobierna, el único que
está en condiciones de darle una fuerte bocanada de oxígeno es Nuño. Pero no en
la jefatura de la Oficina de la Presidencia, sino en el Gabinete. Peña Nieto
está casi obligado, en términos estratégicos, a moverlo hacia esa posición y
desde ahí construir una candidatura alterna, si no logra rescatar a ninguno de
sus dos secretarios. Posiciones para él existen. No Educación Pública, uno
puede suponer, porque ningún aspirante a la Presidencia podrá llevar a puerto
firme la reforma educativa. No a Gobernación, salvo que el Presidente terminara
de liquidar a Osorio Chong. ¿Alguna otra más con la exposición necesaria? La
Secretaría de Desarrollo Social, generosa, noble y constructora de dos
candidaturas presidenciales, es una posibilidad. Cuando menos es lo que mandó
decir Nuño a través de una columna política que refleja siempre su pensamiento,
Rozones, que lo publicó hace unos días. Suena bien como alternativa para el
Presidente. Ya se verá si las conjeturas se vuelven realidad.
(ZOCALO/
COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 27 DE AGOSTO DE
2015)
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