El
muro que divide México de Estados Unidos en Tijuana se ha convertido en un
lienzo que narra historias de familias divididas, migrantes deportados o
artistas. Es un recordatorio que una pared no divide, es una herida abierta que
hace referencia de los abusos ahí cometidos
Paradójicamente,
en la esquina de ambos países, las autoridades decidieron en la década de los
70 establecer ahí el Parque de la Amistad, en símbolo de la “unión” de las dos
sociedades
“La
razón por la que cometen esos crímenes muchas veces es por la guerra, porque
regresan dañados y empiezan en el alcoholismo"
Héctor
Barajas
Mexicano
que sirvió al Ejército de Estados Unidos
“Veteranos
sin Fronteras” es una organización civil que reúne a decenas de ex militares
que fueron deportados de Estados Unidos por haber cometido un delito como
ciudadanos
El
muro fronterizo que Estados Unidos construyó en su límite con México ha sido
referencia de odio, división y rechazo, pero también se ha convertido en un
tapiz de expresión.
Como
en un lienzo, en sus barrotes y paredes se leen cientos de mensajes plasmados
por personas que ven en él una herida abierta o un recordatorio de que ni un
muro puede dividir a dos países vecinos.
En
su tramo original, en la frontera de San Diego con Tijuana, el muro fronterizo
es un lienzo simbólico, donde personas con familias divididas, migrantes
deportados o artistas, han hecho de la división una paleta de reflexión y
color.
Frases,
dibujos, palabras y cruces de madera, convierten el lugar en uno de desahogo y
catarsis.
Acercarse
al muro es una experiencia abrumadora. A lo lejos, desde la parte alta de un
montículo de tierra en la esquina noroeste de México, se ven los edificios
altos de la ciudad de San Diego. Tan cerca y tan lejos a la vez.
El
muro se extiende a lo largo de cientos de kilómetros en la frontera entre ambos
países.
Se
constituye de 595 kilómetros de una pared de más de tres metros de altura y más
de 800 kilómetros de barreras que impiden el paso de automóviles.
A
pesar de los esfuerzos de los norteamericanos por sellar la frontera con su
vecino del sur, la frontera sigue siendo permeable.
Las
zonas más agrestes, como el desierto de Arizona, todavía son utilizadas para el
cruce de migrantes, contrabando y drogas.
El
muro fronterizo ha sido referencia de los abusos cometidos contra los migrantes
y hasta de las expresiones de rechazo de personajes como Donald Trump y sus más
recientes ataques contra los mexicanos.
LA
DIVISIÓN DE UNA TIERRA
En
un barrote oxidado y oscuro del muro fronterizo, la sentencia es clara y sin
mayores rodeos:
“Aquí
es donde rebotan los sueños”.
Es
la esquina noroeste de México, donde empieza –literalmente- la patria.
Ahí
comienza también el muro fronterizo que Estados Unidos comenzó a construir en
la década de los 90.
Sus
barrotes comienzan a varios metros de la playa que baña el Océano Pacífico; se
hunden en el agua para impedir que los migrantes crucen nadando hacia San
Diego, California, la ciudad vecina de Tijuana, Baja California.
Uno
a uno, la formación de postes da la idea de una barrera infranqueable.
Arriba
de los barrotes, láminas colocadas de forma vertical vuelven el paso
prácticamente imposible. Más de tres metros y medio de altura que lucen desoladores.
Del
lado mexicano, en la esquina donde inicia el país, un faro vigila el paso de
las embarcaciones y avisa a los navegantes que comienza el límite entre México
y Estados Unidos.
Paradójicamente,
en la esquina de ambos países, las autoridades decidieron en la década de los
70 establecer ahí el Parque de la Amistad, en símbolo de la “unión” de las dos
sociedades.
Una
placa da cuenta de la intención de establecer en ese lugar un “parque natural
colateral” en la frontera.
Del
parque no queda nada más que el nombre.
La
zona ahora es atravesada por dos muros que hablan de todo, menos de amistad.
Hasta
hace una década, el único muro que existía en la zona eran los barrotes altos y
oxidados.
En
esos años era común ver a familias divididas compartiendo los alimentos a
través de las rejas en ese parque.
Se
trataba de reuniones de familias divididas; unos, no podían pasar a Estados
Unidos, y otros no podían volver a México y dejar atrás su sueño americano.
A
finales del siglo pasado se concretó la construcción de un segundo muro, que se
reforzó años después, durante el gobierno de George W. Bush.
Ese
muro consta, en las zonas urbanas más importantes de ambos lados de la
frontera, con iluminación de alta intensidad, detectores de movimiento y equipo
de visión nocturna.
Está
inclinado hacia el lado mexicano para que escalarlo sea tarea de superhombres.
Todo
bajo el control de la Patrulla Fronteriza –Border Patrol-, los agentes realizan
actividades de vigilancia en camionetas todoterreno y a través de aeronaves no
tripuladas.
De
este lado, el muro fronterizo en la zona de Tijuana se establece entre las
colonias más pobres, llenas de migrantes internos que no pudieron pasar a
Estados Unidos o decidieron quedarse en la ciudad fronteriza.
Entre
las montañas va pasando la pared, implacable. En las faldas de las montañas de
Tijuana, los habitantes de casas de madera y desperdicios “del otro lado” ven
cómo el inalcanzable muro se cierne sobre ellos y sus destinos.
Del
otro lado, en cambio, junto al muro no hay nada más que terrenos vacíos,
caminos de terracería transitados solo por los guardias fronterizos.
EL MURO COMO UN LIENZO
Una
o dos veces al mes, Héctor Barajas acude al muro fronterizo a retocar la
pintura de una bandera de Estados Unidos que, en lugar de estrellas, tiene
cruces.
Héctor
es parte de un grupo de ex veteranos de guerra del Ejército de Estados Unidos
que combatieron en diferentes guerras bajo la bandera de ese país y que,
después de haber cometido una falta legal, fueron deportados de regreso a
México sin los beneficios a que tenían derecho como militares.
Originario
de Fresnillo, Zacatecas, Héctor emigró muy joven hacia Estados Unidos de forma
legal; a los 17 años entró a servir al Ejército como paracaidista. Ya en su
vida civil, disparó un arma de fuego contra un vehículo, acción que le costó 13
años de su libertad preso en una cárcel.
Al
volver a ser libre, a Héctor no se le permitió pasar más tiempo en territorio
estadounidense y fue deportado a México.
Pasó
una vez más a Estados Unidos y fue deportado por segunda ocasión. Fue entonces
que decidió cambiar su destino y comenzar con la organización civil “Veteranos
sin Fronteras”, en la que reúne a decenas de ex militares que fueron deportados
por haber cometido un delito.
“La
razón por la que cometen esos crímenes muchas veces es por la guerra, porque
regresan dañados y empiezan en el alcoholismo, con una adicción, y entonces lo
que nos preguntamos es por qué nos están deportando cuando debemos recibir tratamiento”,
comentó Héctor en entrevista.
Junto
a él, tres veteranos de guerra retocan la bandera con las cruces, un símbolo de
SOS, un reloj que marca las 7:00 horas y los nombres de todos los compañeros
que han sido expulsados de Estados Unidos a pesar de haber arriesgado su vida
por ese país.
No
son los únicos. Decenas de mensajes hablan del sentimiento de una sociedad
dolida por la existencia del muro.
“Bienvenidos
a la gran prisión del norte”, “Esto es una gran herida para la humanidad”,
“Estamos partidos en dos”, se lee entre el oxidado metal del muro.
La
imagen de una familia volando a través del muro jalados por globos de helio
habla del sueño de muchos de cruzar el muro y reunirse con sus seres queridos.
Algún
optimista pintó sobre los barrotes una puerta que nunca se abrirá. Alrededor de
ella formó un “Círculo de los Deseos” donde se hallan decenas de piedras con
mensajes de paz y hermandad que esperan hacerse realidad.
En
medio de la tragedia que representa para muchos, alguien quiso poner una gota
de humor entre tanto dolor.
“Comer
y no engordar”, escribió en una piedra que dejó en el Círculo de los Deseos.
‘DE ESTE LADO TAMBIÉN HAY SUEÑOS’
En
el nombre lleva la ironía. Se trata de la colonia Libertad, una comunidad que
se ubica entre barrancas y se acomoda a un lado del muro fronterizo.
En
esa zona, algunos poetas urbanos no han desperdiciado la ocasión de plasmar sus
palabras con pintura en las láminas oxidadas de la pared que se cierne frente a
una población en condiciones de pobreza.
“De
este lado también hay sueños”, se lee del lado mexicano, mientras la vista
lanzada al horizonte solo da cuenta de las bardas que se extienden entre las
montañas.
En
las partes altas de la colonia, cada 4 de julio se reúnen los vecinos para
observar sobre el muro los juegos pirotécnicos que son lanzados en San Diego,
en conmemoración de la Independencia de Estados Unidos.
La
verbena popular alcanza para que muchos lleven hasta sus azoteas sillas para la
playa y una cerveza para observar el espectáculo del sueño americano, aunque
sea de lejos.
A
unos metros, frente al aeropuerto de Tijuana, paso obligado de los visitantes a
esta ciudad, decenas de cruces dan la bienvenida a quienes llegan a la
frontera.
Cada
cruz blanca, con un nombre inscrito en ella, da cuenta de los migrantes que han
fallecido o desaparecido en su intento por cruzar a Estados Unidos.
Las
cruces recuerdan cada día que el muro fronterizo es más que una pared. Es el
lugar donde se han estrellado las ilusiones de quienes quieren pasar “al otro
lado” y esperan tener una vida mejor para sí y los suyos.
Es
también la línea que indica a los mexicanos que allá, en las tierras del norte,
no todos son bien recibidos.
Es
el muro en el que muchos han llorado. En el que muchos han lamentado que el
paso del norte sea una herida abierta para México y América Latina.
(REPORTE
INDIGO/ IMELDA GARCÍA / Viernes 10 de julio de 2015)
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