miércoles, 1 de abril de 2015

EL TEFLÓN DEL PRESIDENTE I, II y III


Use la imaginación por un momento. Si el presidente Enrique Peña Nieto, en una acción desesperada para reconquistar la aprobación de los mexicanos mediante el reconocimiento radical de las fallas y deficiencias en su gobierno, se inmolara en el Zócalo de la Ciudad de México, probablemente lo acusaría la mayoría de faltar a su responsabilidad y buscar una salida fácil. ¿Hay algo que puede hacer el Presidente para cambiar la tendencia en picada ante la opinión pública durante sus dos primeros años de gobierno? Por lo que se ha visto en este periodo, nada. Absolutamente nada, en los términos actuales, lo salvan de la debacle. El grito que tiene que escuchar de los mexicanos es que, o hace cambios radicales en su visión y equipo, o seguirá hundiéndose.

Tuvo razón el presidente al admitir en una entrevista con el diario británico “Financial Times” en marzo que existe en México la sensación de incredulidad y desconfianza. “Esto ha generado una pérdida de confianza que ha sembrado sospecha y duda”, dijo el presidente. En el mismo periódico y en el mismo texto, “su brazo derecho”, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, agregó: “El Gobierno ha logrado cosas maravillosas, pero podríamos hacer 10 reformas energéticas y si no agregamos la confianza, no desarrollaremos el potencial pleno de la economía mexicana”.

Videgaray estableció el rechazo mexicano al pobre comportamiento de la economía. Tiene razón. Peña Nieto, como sugiere el diario, debe esta pérdida de confianza a la crisis de Ayotzinapa y a las revelaciones de su casa en el barrio más elegante del país. También tiene razón. Sin embargo, el diagnóstico es reduccionista. El problema de la Presidencia de Peña Nieto es mucho más profundo. En Los Pinos, Peña Nieto tiene un teflón tan fuerte como el que tenía en el estado de México, pero por las razones y consecuencias contrarias. Como gobernador, todos los negativos se le resbalaban y sólo absorbía los positivos; como Presidente, todos los positivos se le resbalan y todos los negativos se le quedan impregnados. Lo grave para él, y necesario para un nuevo análisis con su equipo, es que no es nuevo lo que sucede; pasa desde que tomó posesión.

Peña Nieto asumió el poder con sólo la mitad del país aprobándolo y el 22% abiertamente desaprobándolo, y terminó su primer año con 43% de aprobación y 53% de rechazo. Estos datos contrastan con las encuestas que le daban a Vicente Fox el mejor rango de aprobación al iniciar un gobierno (74%), aunque perdió 29 puntos de aprobación en el primer año, y con las de Ernesto Zedillo, que inició con una aprobación de 76%, que para enero, por la crisis económica, se había reducido al 23%. Calderón, que llegó a Los Pinos tras un conflicto post-electoral doloroso, arrancó su gobierno con mejor calificación que Peña Nieto (57%), y para marzo, por la decisión de mano dura contra los criminales, había escalado a 73% de aprobación, que le duró todo el año.

Es decir, Peña Nieto, para efectos prácticos de consenso, llegó con un nivel de acuerdo muy frágil, que se rompió fácil. La razón de esta debilidad no está clara, pero podría plantearse como hipótesis de trabajo el daño que le hizo su traspiés en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara en 2011, cuando no pudo mencionar los tres libros que le cambiaron la vida, que lo pintó como un iletrado en todo el espectro demográfico. Peña Nieto dijo que eso le podría haber sucedido a cualquiera, pero quedó una marca en adultos y niños que se ha traducido, según evidencia empírica, en desprecio. También se puede plantear como hipótesis de trabajo que otro impacto severo que arrastra fue consecuencia de su visita a la Universidad Iberoamericana al 43 días de iniciada la campaña presidencial, que detonó el movimiento del #YoSoy132, donde por primera vez se le vio vulnerable.

El poder de la maquinaria político-electoral del Estado de México, que mostró su efectividad en las elecciones intermedias de 2009 y en la forma como conquistaba lealtades dentro del PRI –hacían filas en sus oficinas de Toluca aspirantes a gobernadores y diputados en busca de apoyo político y económico–, no pudo trasladar su dinámica a la campaña presidencial. La extrapolación de Toluca a México fue una decisión equivocada que nunca se corrigió.

A casi un mes de la elección, la campaña negativa del PAN contra Peña Nieto había sido tan exitosa que después de haberle quitado 18 puntos positivos en 26 días de spots en radio y televisión, tuvo en dos ocasiones al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, arriba de Peña Nieto en los “tracking polls” de los equipos de campaña. La suspensión de los spots negativos contra Peña Nieto y el PRI, y reorientar las críticas del PRI y el PAN hacia López Obrador, cambió la historia de la elección.

Peña Nieto empezó débil su sexenio, si se aleja uno de la parafernalia y el oropel del Momento Mexicano, y analiza las encuestas. Sólo tuvo un bimestre de gloria contenida, enero y febrero de 2013, y momentos de relumbre en agosto de ese año. Fuera de eso, su aprobación empezó su caída, el consenso roto y su fragilidad creciente. En agosto de ese año, el acuerdo sobre su gobierno fue más bajo que el desacuerdo. Y no cambiaría nunca más.


EL TEFLÓN DEL PRESIDENTE (II)

La sensación de incredulidad y desconfianza que expuso el presidente Enrique Peña Nieto durante una entrevista con el diario británico “Financial Times” en marzo no es resultado de la coyuntura de los últimos seis meses ni de la falta de crecimiento de sus dos últimos años. Peña Nieto arrastra un karma político que se niega a reconocer, que no alcanza a ver o, peor aún, que no le permiten entender. El parteaguas de su gobierno no comienza con la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, en septiembre, ni con los conflictos de interés en noviembre. Desde el 1 de diciembre de 2012, cuando tomó posesión y la mitad del país no se sentía a gusto con una Presidencia que aún no comenzaba, arrastra déficits de credibilidad y confianza.

Ese día, Peña Nieto cautivó a la sociedad política con acciones para los primeros 100 días de gobierno, dispuesto a romper tabús y enfrentar resistencias. Al día siguiente de sentarse en la silla presidencial, se anunció el Pacto por México, el acuerdo político envidiado por decenas de países que permitió cocinar 11 reformas transformadoras en 18 meses. La sociedad política no miraba la realidad mexicana. Veía la  reinstauración de los ritos, la nostalgia del viejo régimen. La sociedad civil pensaba otra cosa.

Una revisión de la encuesta de encuestas de aprobación –un aglutinado de todas las mediciones públicas en los dos primeros años de gobierno de Peña Nieto– de la empresa Parametría permite ver la manera cómo se va comportando la opinión pública frente a las acciones del Presidente. Empezó con 50% de aprobación y 22% de rechazo. Tuvo su primer envión tras la liberación en enero de la francesa Florence Cassez,  y por la captura a finales de febrero de la maestra Elba Esther Gordillo, aunque significativamente, los negativos crecían, como se vio en las mediciones de marzo, cuando obtuvo 58% de aprobación contra 29% de desaprobación.

En abril de 2013 comenzaron las movilizaciones contra la Reforma Educativa en las calles de la Ciudad de México. Asimismo, la curva de aprendizaje estaba causando estragos en la Secretaría de Hacienda, pero aún no se apreciaba el atorón económico. En mayo se mantuvo en 58% de positivos, pero sus negativos habían subido 12 puntos desde la toma de posesión. En agosto, cuando propuso la Reforma Energética,  se empezaron a notar los desacuerdos dentro de los partidos por el moribundo Pacto por México, y con movilizaciones cada vez más violentas contra la Reforma Educativa, Peña Nieto empezó su caída definitiva. A mediados de septiembre tenía 52% de aprobación, con negativos de 44 por ciento. Era cuestión de tiempo que se cruzaran.

El Gobierno preparaba la reforma fiscal que incluía homologar el IVA en 16 por ciento. Pero el Presidente, aconsejado por su jefe de Oficina, Aurelio Nuño, que estaba seguro que habría perredistas que se sumarían a la Reforma Energética, cambió el sentido y envió a su secretario de Hacienda, Luis Videgaray, a presentar un plan para elevar impuestos a quienes ya pagaban impuestos, a propuesta del PRD. Un empresariado molesto por el maltrato en Los Pinos y la Secretaría de Hacienda, así como por la pérdida de acceso al Presidente, se tradujo en una molestia pública y beligerante como no se veía desde la nacionalización de la banca en 1982. En octubre se dio el cruce: 49% desaprobaban su gestión; 46% la respaldaban. Desde entonces, la encuesta de encuestas muestra que Peña Nieto no ha podido superar el rechazo  de los mexicanos.

En diciembre de 2013 se vio cómo terminaría su primer tercio de gobierno. El mal crecimiento económico y la violencia en las calles, junto con la crítica sistemática en los medios y la inconformidad interna en el Gobierno por su aislamiento, lo llevaron a su primera gran caída: 42% aprobaban su gestión; 53% la desaprobaban. En su gran primer semestre en 2014 por la aprobación y promulgación de las reformas, Peña Nieto  sólo pudo recuperar cinco puntos de positivos en agosto, pero el rechazo de los mexicanos se mantuvo estable entre el 49 y 50 por ciento.

Otoño fue la debacle. La desaparición de los normalistas en septiembre, la cancelación de la licitación del tren rápido México-Querétaro y la revelación del conflicto de interés en la adquisición de la “Casa Blanca” socializaron la caída en la aprobación presidencial. La encuesta de encuestas de Parametría refleja que en septiembre la aprobación de Peña Nieto empató (48%) con la desaprobación (49%), pero fue ilusión de unos cuantos días. En octubre, la desaparición de los normalistas y su errática intervención en el crimen lo tiró en las mediciones: 44% aprobaban su manejo contra 52% que lo desaprobaban. La caída no pararía.

Dos encuestas publicadas al final del segundo año de Gobierno lo revelaron: “Reforma” mostró un nivel de aprobación de 39% contra 58% de desaprobación; “El Universal”, 41% de aprobación, contra 50% de desaprobación. Aún así, la decisión del Presidente fue que seguiría por el mismo rumbo de los dos primeros años. La decisión es valiente, como él mismo lo ha dicho, para alcanzar la consolidación de sus reformas.

Pero es ingenuo pensar que podrá mantener la lucha con el equipo que lo ha llevado a la ignominia. O cambia equipo, o enfrenta el riesgo de que se las desmantelen, porque en el tema de defenderlas y fortalecerlas, su ejército resultó un fiasco.

EL TEFLÓN DEL PRESIDENTE (Y III)


En dos ocasiones este mes, el presidente Enrique Peña Nieto ha utilizado las palabras “unidad”, “valor” y “determinación” en sus discursos. Una, cuando se presentó en la Cámara de los Lores durante su visita al Reino Unido y usó como ejemplo el discurso de Winston Churchill de llamado a las armas para enfrentar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y otra, al inicio de la colecta de la Cruz Roja. Unidad, dijo, para superar las diferencias; valor, para actuar con visión de largo plazo; y determinación para vencer las resistencias y alcanzar los objetivos trazados. No hay vuelta atrás en la meta propuesta al arrancar su gobierno, lo que refleja claridad en sus objetivos, aunque no en sus medios. La duda es si sus operadores actuales son los que necesita para llegar a buen puerto.

Peña Nieto ha podido avanzar pese a las resistencias, pero con un costo político inmenso. Inició su sexenio con un nivel de aprobación de 50% y un nivel de rechazo de 22%, que se cruzó al finalizar el primer tercio del sexenio, cuando el acuerdo a su gestión se desplomó a 39%, y el desacuerdo subió a 57%; es decir, bajaron 11 puntos sus positivos en este periodo, y sus negativos subieron 35 puntos. ¿Cómo fue posible?
Explicar este fenómeno es relativamente sencillo.

En este mismo espacio se apuntó este lunes que el teflón que tenía Peña Nieto como gobernador en el Estado de México, donde todos los negativos se le resbalaban y sólo absorbía los positivos, se han invertido en Los Pinos, donde los positivos se le resbalan y los negativos se le quedan impregnados. La razón es que su equipo no sirve como escudo protector, ni le amortigua los golpes. Lo dejan solo en los momentos
críticos o lo sabotean, seguramente en forma inopinada, en sus momentos de mayor gloria.

Por ejemplo, durante su visita al Reino Unido, donde el esplendor del viejo imperio le estaba rociando un bálsamo a su atropellada gestión por el cuidado de las formas y los protocolos reales, no pudo terminar de gozar que se proyectara en México el brillo del momento porque, de la nada, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, declaró –una reiteración a un discurso previo– que para 2016 se construiría un presupuesto a  partir de cero, con lo cual los reflectores cambiaron de protagonista. Días antes, el propio Videgaray lo metió en una encrucijada cuando declaró al diario “Financial Times” que el Gobierno tenía que reconstruir la confianza para que tuvieran éxito las reformas. En ambos casos, los positivos de dar primero la cara se los llevó Videgaray, mientras que los negativos, por repetir lo que su secretario dijo antes, reflejo de falta de  iniciativa, se los llevó el Presidente.

La segunda pata de su Presidencia de tres cabezas –la tercera es el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño–, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, es otro ejemplo. Convenció a Peña Nieto que uniera las secretarías de Gobernación y de Seguridad Pública, que son dos de las áreas más fallidas del sexenio. En materia de gobernabilidad, lo que proliferó fue la ingobernabilidad, como  consecuencia de la Reforma Educativa, cuya protesta social ha puesto en riesgo las elecciones de junio en Guerrero y Oaxaca, y por  la decisión de casi nueve meses de no confrontar a los cárteles de la droga, que puso a Michoacán al borde de la guerra civil hace un año. El costo de los bolsones de ingobernabilidad, la violencia en las calles y ciudades, provocó una pérdida del 17% del producto interno bruto el año pasado,  pero no impactó a Osorio Chong –el secretario mejor evaluado del Gabinete–, sino que cayó sobre Peña Nieto.

Sus dos pilares en el gabinete, a través de los cuales se desdobla el accionar del resto del equipo presidencial, no han estado a la altura que la defensa de las reformas requiere. Dejar al Presidente a campo abierto lo ha llevado al sacrificio. Su creciente nivel de desaprobación en las encuestas refleja que cada vez más se le estrecha el margen de maniobra. El desacuerdo sobre su forma de gobernar tiene niveles de último tercio de sexenio, cuando va de salida, no de arranque de sexenio.

Esta tendencia, que según las encuestas se va ampliando, abre el riesgo de una regresión, no para desmantelar las reformas, pero sí para que no se apliquen aquellas que provocan más discordia nacional. Los péndulos políticos en las democracias incipientes son muy peligrosos –como se apreció en Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín–, y llevan a la restauración del viejo régimen, que es lo que Peña Nieto ha  empezado a desmontar. Si el Presidente está decidido –como debe estar– a mantener el curso y éxito de las reformas, debe buscar un nuevo equipo que contenga primero su caída, y luego le permita remontar el vuelo.

Si quiere Mover a México, como dice su grito de guerra, tiene que hacer cambios en el Gabinete. No uno, o dos. Cirugía completa de personas y diseño. El segundo tercio del sexenio requiere de otro equipo, que lo cuide y que allane al camino para el último tercio del sexenio, que dé vida transexenal a su proyecto, que hoy se encamina a la derrota. Pero para esto necesitará del valor y determinación que predica, pero no aplica.



(ZOCALO/ Columna Estrictamente Personal de Raymundo Riva Palacio/ 01 de abril 2015)

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