Óscar Fidel González
Mendívil/Opinión/Riodoce
El pasado 6 de marzo la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) resolvió el amparo directo en revisión número 2806/2012, con tres
votos a favor y dos en contra, y fijó su postura respecto del problema que
plantean las manifestaciones discriminatorias, específicamente las expresiones
homofóbicas, frente a la libertad de expresión.
De acuerdo con el boletín de prensa número 46/2013, la SCJN analizó “la
fuerte influencia del lenguaje en la percepción que las personas tienen de la
realidad, pudiendo provocar prejuicios que se arraigan en la sociedad mediante
expresiones que predisponen la marginación de ciertos individuos o grupos”.
La Primera Sala estableció que las expresiones de aversión hacia las
personas homosexuales constituyen manifestaciones discriminatorias, ya que
mediante las mismas se promueve o justifica la intolerancia hacia la
homosexualidad.
La resolución considera que las manifestaciones homofóbicas pertenecen a la
categoría de discursos del odio y pueden generar sentimientos sociales de
hostilidad contra las personas homosexuales.
De conformidad con estos razonamientos, la Corte determinó que las
expresiones “maricones” y “puñal”, empleadas en el caso concreto, fueron
ofensivas y no se encontraban protegidas por la Constitución.
Si bien se trata de palabras que forman parte del lenguaje cotidiano de los
mexicanos, la SCJN concluye que tal circunstancia no puede convalidar
violaciones a derechos fundamentales.
El Inventario General de Insultos de Pancracio Celdrán (Ediciones del
Prado, Madrid, 1995) nos dice que durante los siglos XVI y XVII en España, el
término “marica”, derivado del diminutivo de “María”, era empleado para
referirse al hombre afeminado.
Señala que es probable que originalmente la expresión diera cuenta de los
hombres de carácter débil, subyugables y amanerados, pero no de los
homosexuales.
Por su parte, la palabra “maricón”
es el aumentativo de “marica” y se refiere al hombre, afeminado o no, que busca
para el goce sexual la compañía de otro hombre, adoptando el papel pasivo.
Durante el siglo de oro español la expresión utilizada era la de “marión” y
todavía hasta mediados del siglo XIX no era el insulto grave que significa hoy
en día.
El primer diccionario general de nuestro idioma, el Tesoro de la Lengua
Castellana o Española de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611, define al
“maricón” como el hombre afeminado que se inclina a hacer cosas de mujer, a
quien además denominan “marimaricas”.
El Colegio de México, en su Diccionario del Español Mexicano agrega que
“maricón” se usa en nuestro país como adjetivo para referirse a una persona
cobarde, miedosa o llorona.
¿Es “maricón” una expresión homofóbica en sí misma? A pesar de que la Corte
habla de “ciertas expresiones que, en abstracto, pudiesen conformar un discurso
homófobo”, una gran parte de lingüistas responderán que depende del contexto en
el cual se profiere y de la intención del hablante.
No es igual decirle a un futbolista que se duele de una lesión, “¡eres un
maricón!”, que decirle “¡mira, si no es tan maricón!”.
La primera expresión es un insulto, la segunda pretende ser un halago,
aunque ambas aluden a una persona llorona que se comporta como mujer, con una
connotación negativa, lo que parece ser discriminatorio.
De esta manera, parece que la calidad de insulto es la clave para
establecer cuándo una palabra representa la verbalización de una conducta
homofóbica.
El insulto busca hacer daño con la palabra, pretende ofender y humillar.
Desde el punto de vista etimológico, el insulto es un asalto, un ataque, un
acometimiento.
No deja de ser curioso que
generalmente, para ser un insulto, debe uno decirle “maricón” a un hombre
heterosexual.
Y tampoco debe pasarse por alto que en el imaginario colectivo del ranking
de ofensas, “maricón” parece un término a medio camino entre el neutral gay y
el punzante “puto”, mucho más popular, sobre todo entre nuestros jóvenes.
Sean cuales fueren las palabras que se emplean para insultar, ofender,
agredir o discriminar, son estas las conductas que debemos evitar. Después de
todo, el respeto a la dignidad humana es mejor parámetro para fomentar la
convivencia pacífica que la identificación de nuestras preferencias sexuales.
¿O acaso paisano, eres como el amigo que al oír a su esposa platicar sobre
los hijos de una familia de vecinos en su infancia, a cada nombre que escuchaba
respondía con un “joto”, “joto” y remató diciendo “puro pinche joto vivía en
esa casa”?
(RIODOCE.COM.MX/ Óscar
Fidel González Mendívil/ marzo 17, 2013)
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