“Esto es ficción, no
mentira”
Alan Moore.
Óscar Fidel González
Mendívil/Opinión/ Riodoce
Cuentan que hace algunos años llegó a Culiacán el General Chiquito. Dicen
que llegó silbando una famosa canción que Angélica María cantaba en la época
dorada del rock mexicano. Como suele suceder con algunos miembros de la familia
Chiquito, se presentó con aires de grandeza y, acompañado de la parafernalia
que rodea a los símbolos de poder castrense, anunció voz en cuello que iba a
acabar con los malosos y que traía entre ojos a otro chapito.
A los días, el General Chiquito inició su batida contra los pillos,
haciendo un ostensible despliegue de fuerza que maravilló a quien quería
dejarse maravillar. Cortejó a quien consideró necesario para embelesarlo con su
recia y ruda personalidad, en la esperanza de convencerlo de que verdaderamente
era muy fiero.
Sinaloa ya había conocido ese tipo de personalidades. Muchos todavía
recordaban al Coronel Takata y su particular gusto por presumir el armamento y
equipo de sus policías. Era tanto y tan visible su entusiasmo por publicitar lo
que decía que hacía, que más de algún periodista se refería al stand de tiro
electrónico como “Nintendo Takata”, a la Academia de Policía como “Atracciones
Takata” y al centro de adiestramiento como “Rancho Takata”.
También recordaban al Comandante Timón. Ese que encapuchado y ataviado como
integrante de un equipo de asalto hablaba con acento salido de La Zulianita. Él
y su amigo Sábado Luis López eran expertos en adquirir lo último en tecnología
para después presumirlo en público y en privado.
Pero al General Chiquito no le preocupaban los otros militares alfa, le
tenía sin cuidado que alguien pudiera robarle su estrategia. Lo que en realidad
le preocupaba era perder su presencia mediática, o bien, tener “mala prensa”.
Le obsesionaba que su versión de los hechos fuera la que prevaleciera siempre,
que nadie lo contradijera, que nadie lo cuestionara. A pesar de esta obsesión,
no pudo cambiar el hecho de que nunca atrapó al otro chapito. Un día se fue y
regresó por muy poco tiempo antes de partir o otras tierras y concluir su
carrera militar.
Cuentan que tiempo después se apareció en una ciudad hídrica y térmica que
había visto con preocupación que los malosos se hacían cada vez más osados y se
robaban la tranquilidad que siempre habían disfrutado. Llegó silbando la
melodía que cantaba Angélica María. Lo nombraron sheriff. Se presentó con aires
de grandeza y junto a los símbolos de poder policial anunció voz en cuello que
iba a acabar con los malandrines.
El General Chiquito inició su batalla contra los malosos, haciendo un
ostensible despliegue de fuerza para gozo de quienes disfrutan de ese tipo de
espectáculos. A unos con gritos, a otros con favores, fue cortejando a quienes
consideró necesario para convencerlos de que era muy rudo. A los gobernantes
les convino y les gustó el estilo. Le dieron todo lo que pidió, dinero, armas,
personal, equipo, vehículos. Hasta le dieron el mando de todas las policías.
Al General Chiquito le gustó eso. Mandar a las personas, disponer de los
recursos, gastar el dinero. Eso era lo suyo. Hasta los malosos se acomodaron a
ese esquema. Se reportaban con él, pedían permiso para actuar y entregaban
religiosamente su cuota.
Hubo quien le recordó su promesa de acabar con los pillos, entonces el
general ordenó que se hiciera un nuevo despliegue de fuerza, que el personal
portara vistosos uniformes oscuros arriba de patrullas equipadas con
ametralladoras. A continuación los instruyó para que pasearan por las calles de
la ciudad y todos se dieran cuenta de lo seguros que estaban con él al mando.
Los crímenes no disminuyeron, pero los desfiles eran bonitos. Muchos
estaban apantallados y se contentaban con admirar el equipo y armamento que el
general compraba, con escuchar las constantes declaraciones que hacía y con ver
las imágenes de los desgraciados que detenía, torturaba y eran presentados como
peligrosísimos delincuentes.
Fueron días de circo para el pueblo. Los políticos gobernantes estaban
complacidos. Sabían de sus negocios y sus relaciones con los malosos pero no
les molestaba. Más de uno se imaginó que algo les debía de tocar a ellos
también.
Dicen que allá sigue el General Chiquito, acumulando riqueza,
despilfarrando recursos y haciendo circo. A quien reclama lo amenaza
enfurecido, se pone colorado, las manos se le crispan y mienta madres. A otros
los compra y a quien considera una amenaza lo chantajea o lo difama.
La moraleja de esta
fábula es: el apantallador dura hasta que el pendejo quiere. ¿Tú de qué lado
estás paisano?
(RIODOCE.COM.MX/ Opinión/
Óscar Fidel González Mendívil /Marzo 3, 2013)
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