Javier Valdez | |
Esa vida predecible de rutinas y desapasionada la llevó a dejar todo: niños,
esposo y el moho empolvado de ese hogar sin calor. Primero frecuentó bares
fresas y luego se echó un clavado en los senderos oscuros de antros ruidosos, de
pisos resbaladizos y movedizos. Pisteó con conocidos y con hombres que mentían sobre sus identidades y oficios. Se revolcó en sus sudores y líquidos cuando le parecieron guapos o interesantes. Y los desechó sin el menor reciclaje. Probó lo que antes se negaba: tequila, vodka, güisqui y los polvos blancos y barbitúricos le pasaron rozando. Por eso cuando lo conoció accedió sonriente a los sótanos de la vida nocturna y conoció gustosa y rendida, abierta, los centímetros púbicos de la piel de la ciudad, las otras pieles, los orificios oscuros, las catacumbas que solo abren y dan paso cuando las manecillas del reloj no conoce de números y olvida el compás de sus movimientos. Era un hombre bien parecido, de facciones rudas. Le gustó porque era hosco o por poderoso o por esas manos torpes que sabían asirla pero no soltarla. La llevó a su casa y ahí quemó las naves, todas, aún las más queridas, nacidas de su carne y vientre. Le dio un automóvil deportivo y le dijo todo es tuyo, quédate. Polvos y pastillas ya no pasaban de largo. Tuvo joyas y lujos y viajes y ropa y confort. Y sacó el animal, la bestia que ocultaba esa fase de mujer bonita y buena y bien portada. Un día llegó con la pistola caliente, apretada por esas manos de robot sensual y se excitó. Otra noche la sorprendió con un cuernote pendiendo de su espalda y se le echó encima con el doble de ganas. Dejó los recorridos por bares y rincones oscuros de la ciudad para instalarse en esa casona de siete recámaras, sala y cocina industrial y alberca. En el jacuzzi comió y bebió todo y todo venía de él. De ese cuerpo henchido. De esas piezas como de riel. Un día oscuro, de golondrinas que nunca vuelvan y cantos sordos que no aparecen, regresó de hacer un jalesón: parecía haberse quedado en medio de un proceso de transformación de humano a hombre lobo: pelos en uñas de las manos, sangre en brazos y abdomen, lodo en botas y parte baja del pantalón, moretes, raspadas, cortadas. Qué te pasó. Nada. Lava esto. Y mientras limpiaba las botas se le alborotó esa bestia interior. Lo alcanzó en el baño y mientras le tallaba para quitar sangre y lodo y restos, se lo devoró a besos y jadeos. Amaneció preguntándose qué pasó, quién soy, en qué ando. Se lo dijo a él. Le contestó que era pesado. Le sugirió, Revisa el periódico y verás. Había sido un agarrón, leyó en el encabezado de la nota. No saliste, reviró. Él se le acercó y le dijo, El día que salga vas a llorar. Yo nunca he dejado a una mujer. No lo haré contigo. Y si te vas, no hay pedo, nomás no te lleves nada. Así sabré que me quisiste, que no fue por dinero. Consiguió que fueran por ella. Tomó su carro y su vieja vida, regresó a sus hijos, pero no al esposo. A los meses ya estaba divorciada. Una vez leyó la sección policiaca de un diario. Y lo vio a él. Su foto, su mirada congelada. Y se puso a llorar. 14 de marzo de 2012. |
jueves, 22 de marzo de 2012
VAS A LLORAR...
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