MÉXICO, D.F. (apro).- Una vez que entregue la banda presidencial, en
diciembre próximo, posiblemente el presidente Felipe Calderón dejará el
país.
De ser cierta esa versión, que ha comenzado ya a difundirse en Estados
Unidos, la decisión del panista sería tomada como una señal del fracaso en
cuanto a su declaración de guerra contra el crimen organizado, pero también como
una medida vergonzante, pues estaría huyendo de una situación que él mismo
provocó.
De acuerdo con información proporcionada por Dolia Estevez, corresponsal de
MVS Radio en Washington, en una de sus últimas visitas a Estados Unidos,
Calderón expuso su temor de recibir atentados del crimen organizado una vez que
deje la presidencia de México.
No obstante, la medida también estaría pensada para protegerse desde el
extranjero de cualquier demanda que pudieran estar planeando las familias de las
víctimas de la violencia –50 mil y 10 mil desaparecidos– afectadas por la guerra
contra el crimen organizado, que declaró desde el arranque de su gobierno.
A la memoria (con lo que se puede caer en la imprecisión), desde Porfirio
Díaz no se tiene registrado que un Presidente mexicano salga del territorio
nacional por decisión propia. Al triunfar la Revolución, el dictador oaxaqueño
huyó a Francia y dejó detrás de sí un país desecho por la violencia, generada a
raíz del enfrentamiento con distintas fuerzas que querían un cambio en el
país.
La razón de los presidentes que posteriormente salieron de México, luego de
concluir su gestión fue porque el mandatario entrante lo decidía así, a fin de
evitar problemas de ajustes políticos, como fue el caso de Plutarco Elías
Calles, a quien el general Lázaro Cárdenas sacó del país.
No es así en el caso de Felipe Calderón. Su decisión estaría fundada por el
miedo, el temor a represalias por parte de algún grupo criminal en su contra,
por las decisiones que tomó como jefe de las fuerzas armadas para combatirlos.
Aunque hay razones para entender esta voluntad, también habría que preguntarse
si realmente afectó los intereses de alguno de estos grupos, si minó su fuerza
real o perjudicó sus negocios millonarios.
A simple vista, esto no ocurrió. Hasta el momento no sólo siguen operando los
grandes capos, también ha crecido su poder y su presencia en todo México y otros
países, sin que su estructura de organización y sus ganancias hayan sido
afectadas.
Despojado de su investidura, Calderón será a partir de diciembre próximo otro
ciudadano más, sujeto a la violencia que él mismo exacerbó con decisiones
temperamentales, como querer acabar la violencia con más violencia.
Sin la
seguridad con la que hoy cuenta el panista habrá de enfrentar lo que miles de
mexicanos sufren todos los días: el miedo a ser atacados por estas bandas
delincuencias que le han perdido el temor a toda autoridad y, además, tienen un
poder desmesurado.
Pero lo que dejará atrás, luego de seis años de gobierno, será un país en
crisis, con más desempleo y menos educación, más corrupción y menos
transparencia, más inseguridad y menor tranquilidad, más impunidad y menos
justicia; es decir, un país con un tejido social roto, de víctimas que le
reclamarán su responsabilidad donde quiera que esté.
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