Jorge Zepeda Patterson
Acotar el intervencionismo político del clero fue
indispensable para el surgimiento de una república con gobiernos laicos y de una
sociedad más plural |
No sé si la religión sea el opio de los
pueblos, como solía decir Marx, pero por la misma razón que sostengo que el opio
(y las drogas) no deberían ser prohibidas, no veo por qué las prácticas
religiosas deban ser restringidas por la ley hoy en día.
No soy creyente
y en lo personal suelo colocarme en posición contraria a muchas de las tesis y
actitudes de la Iglesia Católica con respecto a la ciencia, los temas de género,
o su enfoque de la vida social y familiar en general. Pero creo que la libertad
de opinión y de conciencia, incluyendo el culto religioso, no tendría por qué
ser restringida, salvo en aquellos casos en que afecte la libertad de otros.
Entiendo los temores de muchos frente a la reforma del artículo 24
constitucional aprobada en la Cámara de Diputados hace unos días, que entre
otras cosas permitirá la celebración de ceremonias religiosas en lugares
públicos sin necesidad de permiso. No podemos olvidar el protagónico papel
político de la Iglesia a lo largo de la historia de México, particularmente
durante el siglo XIX, con su carga intolerante hacia cualquier expresión de
disidencia ideológica o religiosa.
Acotar el intervencionismo político
del clero fue indispensable para el surgimiento de una república con gobiernos
laicos y de una sociedad más plural. Pero llegados a este punto, si queremos
construir una vida pública democrática tendríamos que apostar por una sociedad
más madura, capaz de ventilar sus diferencias y desequilibrios sin necesidad de
tantas restricciones. Menos legislación y más educación, como se ha dicho con
frecuencia.
Lo que me incomoda del estado actual de las cosas es la
hipocresía. Hay un par de canales religiosos en la televisión por cable, los
obispos son figuras públicas, buena parte de las ceremonias religiosas populares
tienen lugar en la calle, las escuelas católicas está diseminadas por todo el
territorio, y periódicos religiosos son entregados casa por casa en muchas zonas
del País. Si quisiéramos aplicar cabalmente la ley, probablemente tendríamos que
incurrir en estrategias policíacas muy parecidas a la persecución religiosa. En
la práctica, hemos optado por el muy hispano "se acata pero no se cumple". Otra
vez, un paralelismo inevitable con el tema de consumo y circulación de drogas;
resulta imposible hacer cumplir la ley, pero, inmersos en la negación, nos
rehusamos a cambiarla pese a que resulta obsoleta.
Hay desde luego un
riesgo en abrir los espacio públicos a la intervención del clero. El
fundamentalismo religioso es un virus para la salud de la conversación pública.
La regresión social y democrática que hoy padecen las sociedades islámicas tiene
mucho que ver con la irrupción de este fundamentalismo en los espacios
políticos. Tendríamos que encontrar mecanismos para evitar ese riesgo en última
instancia.
No será un debate sencillo, porque no hay soluciones fáciles.
Pero creo que el peor de los escenarios es seguir asumiendo que los mexicanos
están en un permanente estadio infantil que debe protegerse con barreras y
restricciones. Preferible abrir la discusión sobre el aborto que ver a los
obispos trabajar en lo oscurito con la clase política para implantar leyes
prohibicionistas en las legislaciones estatales, como ha venido sucediendo. El
debate apenas comienza.
Priistas divididos
La reforma del
artículo 24 fue aprobado por los diputados, aunque aun no ha sido discutida por
lo senadores. Pero es interesante ver la manera en que el asunto ha dividido a
los priistas. La Senadora María de los Ángeles Moreno abanderada del laicismo
que ha caracterizado a su partido, criticó tal modificación y cuestionó el
desempeño de sus correligionarios de la cámara baja. "Los cambios en el 24 de
libertades religiosas implican, entre otras cosas, que tengan derecho a tener
concesiones de radio y televisión o que tengan derecho a impartir instrucción
escolar", señaló la legisladora. Aseguró que la mayoría de los priistas en el
Senado se oponen a estas reformas y ya preparan una iniciativa para
contraponerse a lo aprobado por los diputados.
En el fondo, se trata de
dos concepciones al interior de su partido. Los diputados están políticamente
más cercanos al candidato presidencial Enrique Peña Nieto, quien no esconde su
conservadurismo religiso. Crecido en un hogar de catolicismo practicante,
formado en la Universidad Panamericana, del Opus Dei, Peña Nieto resulta un
priista de religiosidad atípica.
Pero a diferencia de los diputados, un
grupo de senadores se asume como depositario de la conciencia histórica del
priismo y de sus compromisos sociales y políticos para con el País. La bandera
del laicismo es uno de los pilares fundacionales del PRI y no estarán dispuestos
a descartarla tan fácilmente. Será un pulso interesante a observar en las
próximas semanas.
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