La plaza pública en México
está destruida. La arena para debatir temas y confrontar ideas ha sido
remplazada por la descalificación, el insulto, la denigración y hostilidad. Las
normas de convivencia están trastocadas, y aunque las amenazas retóricas aún no
se trasladan a la calle, al paso que vamos, no tardará. ¿Quiénes serán los
primeros en ser linchados por la muchedumbre? Cada quien tendrá sus candidatos
y la coyuntura la dará posiblemente el espacio y el tiempo. Ante tal posibilidad,
habrá división una vez más, entre quienes festejen y animen a la profundización
del odio, y quienes lo condenen porque eso lleva a la coartación de las
libertades.
Pero no estamos en un momento
en que las libertades civiles y de expresión importen a mucho. Vivimos una
transición hacia un estadio que sabemos cuándo comenzará pero no cuándo ni cómo
terminará. Los prolegómenos de lo que viene no son alentadores, y evocan lo
conflictos que se viven en otras naciones donde la ola antisistémica llevó al poder
a políticos que entienden el mandato popular como la orden suprema, por arriba
de las instituciones y las leyes. Los espejos de Donald Trump en Estados
Unidos, Viktor Orbán en Hungría, o Jair Bolsonaro en Brasil, dibujan lo que
podría ser nuestro futuro si no nos detenemos a reflexionar si caminar la misma
ruta tendrá más costos que beneficios.
En esta fragmentación explica
la balcanización mexicana, donde prevalece la división. No hay construcción de
puentes, sino destrucción. No hay acercamiento para saber cómo nos percibimos,
sino alejamiento a partir del juicio a priori que lo diferente es veneno. Las
palabras cargan resentimiento, frustración y encono. No hay territorios claros,
al mezclarse puntos de vista que nunca buscan coincidir sino excluir a los
otros. Los sentimientos y el estómago dominan la razón, aunque habría que
preguntarse si a alguien le importa hoy en día la razón. La arena pública se ha
convertido en una especia de cuadrilátero de boxeo tailandés.
Julio Hernández, columnista
político de La Jornada por toda una generación, reprodujo hace unas semanas las
críticas que le habían hecho a la banda sueca de heavy metal Marduk por su
talante racista y neo nazi, citando las frases entre comillas. Los ataques
contra él en Twitter fueron tan agresivos y masivos, que respondió: “Creo que
pierdo demasiado tiempo tratando de explicar lo que son las comillas y
reiterando que estoy en contra de la censura de #Marduk. Cada vez se vuelve más
difícil tuitear. Mucha desinformación, rispidez y polarización”. Javier Lozano,
el polémico político fue atacado por los francotiradores anónimos en Twitter
cuando cuestionó la legalidad de la consulta ciudadana sobre el aeropuerto en
Texcoco, con epítetos como “analfabeta”, “pendejo”, “bastardo”, “mercenario”.
La ignorancia a veces toca
los límites de la sandez, como cuando una vez una señorita lanzó una perorata a
partir de la información que le había dado su medio de cabecera, el Deforma.
Hay muchos que no sólo están desinformados y exudan ignorancia, sino se asumen
como portadores de la verdad y pontifican contra quienes piensan de manera
diferente. Cada vez más los argumentos que utilizan para lanzar fuego por la
boca, se parecen a los arrebatos del presidente Donald Trump y sus seguidores
de la extrema derecha, al utilizar el mismo método: cuando los cuestionamientos
los colocan en contradicción, la salida es decir que todo el pasado era peor, y
cuando se difunden opiniones incómodas o difieren de lo que perciben como su
realidad, hablan de la posverdad. Sin importar colores, religiones o
ideologías, el rencor anima su rechazo contra todo lo que muestra grises. El
mundo para ellos es distinto, y reaccionan con virulencia cuando alguien se
atreve a desafiarlos.
Kurt Andersen escribió
“Fantasyland: How America Went Haywire: A 500-Year History” (“Fantasilandia,
Cómo Estados Unidos Se Desordenó: Una Historia de 500 años”), en donde alega
que cada estadounidense se encuentra sobre un espectro en algún lugar entre los
polos de lo racional y lo irracional. “Nosotros, los estadounidenses, creemos,
realmente creemos, en lo sobrenatural y lo milagroso, en el Diablo en la
Tierra, en los reportes de viajes recientes a y desde el cielo, y en una
historia de la creación de la vida instantánea hace varios miles de años”,
observó.
“Creemos que el gobierno y
sus conspiradores están escondiendo todo tipo de monstruos y verdades
sobrecogedoras sobre asesinatos y extraterrestres, la génesis del Sida, los
ataques del 11 de septiembre, los peligros de las vacunas y muchos más.Y todo
esto era verdad antes de que nos familiarizáramos con los términos de post
factual y posverdad, antes de que eligiéramos un presidente con una
asombrosamente abierta mente sobre teorías conspiracionistas, sobre lo que es
verdad y lo que es falso, y la naturaleza de la realidad. Estados Unidos ha
mutado a Fantasilandia. ¿Qué tan expandida es esta promiscua devoción a lo que
no es verdad? Cada tribu y feudo y cada principado y región de Fantasilandia,
súbitamete tiene una forma sin precedente para instruir, sacar de quicio,
mobilizar creyentes, y seguir reclutando más”.
¿Suena conocido? La
fragmentación en Estados Unidos es la balcanización mexicana, donde se viven
distintas realidades y se ataca con furia aquella con la que no se concuerda.
Esta sociedad está en riesgo de quiebra, aunque haya quien dispute el alegato.
Pero para ganarlo tiene que demostrar que la violencia política que se vive, la
lucha de clases que se extiende, la división entre el pueblo bueno y el pueblo
malo, es una verdad alterna que no existe, porque lo que prevalece es la
concordia y el acuerdo. ¿Alguien lo creería? Yo tampoco.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ESTRICTAMENTE
PERSONAL/9 DE NOVIEMBRE DE 2018)
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