Dibujo: Archivo
Muchas personas dicen y no se
puede negar que Tijuana es una ciudad insegura. Reporteros de otras ciudades y
países me han preguntado antes de venir o cuando están aquí, si pueden andar en
las calles sin temor a ser asesinados. Las pocas veces que viajo en México o al
extranjero, se sorprenden cuando les digo que vivo en Tijuana. Muchas me creen
en Estados Unidos. Y cuando preguntan si no tengo miedo de vivir con mi familia
y trabajar en la frontera mexicana, siempre les explico: La gran mayoría de los
tijuanenses nativos o por adopción, no somos la causa de la delincuencia.
Sufrimos el efecto. Nuestra desgracia son narcotraficantes y migrantes.
Tenemos la desventura de
estar geográficamente en el paso natural al Estado más rico de la Unión
Americana. Allá tienen los mafiosos a su enorme clientela de consumidores. Allá
buscan ganar dinero los paisanos hundidos en la pobreza mexicana. Angustiados,
con derecho a una mejor vida para sus familiares y propia.
Foto: Internet
Transportadores, vendedores y
compradores de droga llegan a Tijuana de otros Estados. Se topan en el mercado
con los “dueños de la plaza”. Estos señores, adinerados y con pistoleros a
sueldo o “por cabeza”, no permiten la competencia. Por eso asesinan a los
ocurrentes. Estos pobres vienen con dificultades a la frontera. Sueñan con
imitar a los capos desde su niñez. Quieren tener su “cuerno de chivo”, el matón
que los proteja, una camioneta Lobo último modelo, la güera por un lado y hasta
su corrido con la tambora. Por eso la gran mayoría de los ajusticiados no son
de Tijuana. Tampoco los pistoleros. Vienen para vengar o matar por encargo y
pago. Muchos, de los Estados al sur de Baja California. Desgraciadamente
también sicarios descendientes de mexicanos nos caen del norte estadounidense
inmediato.
Otros llegan no para competir
con los poderosos. Producen y venden drogas que no manejan los cárteles:
“crystal” y “crack”. La dosis es barata. Desde 50 pesos. Rentan un cuartucho o
una vivienda. Las convierten en lo popularmente conocido como “tienditas”.
Operan tantas, que antes de ser ejecutado el Director de la Policía, Alfredo de
la Torre, hace más de un año, me aseguró que había unas cinco mil. La mayoría,
comentaba, propiedad de recién llegados o que no son de Tijuana. Eso, sin
contar los “picaderos”, llamados así por funcionar bajo los puentes elevados de
las avenidas, en lotes y viviendas abandonadas o en las afueras de la ciudad.
Allí compran y se inyectan la heroína. Aparte de consumir, desparraman el SIDA.
Son lugares tan conocidos como la ubicación del más popular super-mercado.
Estos “negocios” provocan competencia. Increíble. Tanto en calidad como precio.
Y esa rivalidad nunca se arregla con palabras ni diálogos. Se soluciona
asesinando. El que más puede sobre el menos armado. La ley de la fuerza. Por
eso aparecen de la noche a la mañana “encobijados” luego de ser torturados o
ejecutados. Descuartizados en bolsas de plástico. Otros con un tiro en la nuca.
Y lo que más sorprendió saber: Muertos los sumergen en ácido hasta
desbaratarlos y tirar sus restos en el drenaje.
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Esto provoca la venta
callejera y fácil de armas. La importación “hormiga” de ametralladoras y
pistolas. Todo viene de Estados Unidos, nunca de territorio mexicano por una
razón: Para transportar por tierra desde el interior del país, hay que
atravesar el extenso desierto sonorense. Abundan los retenes. Y por aire, son
fácilmente detectables en los aeropuertos.
El de los migrantes es tan o
más grave que el embrollo del narcotráfico. Viajan a Tijuana desde casi todos
los Estados del país, Centro y Sudamérica. También asiáticos y europeos. Muchos
se cuelan a Estados Unidos para convertirse en indocumentados. Otros tantos no
pueden. Miles son deportados. Más tardan en regresarlos a territorio mexicano
que ellos insistir en regresar hasta una, dos o tres veces. Bastantes lo
alcanzan. Cientos y cientos no. Entonces se anclan irremediablemente en
Tijuana. Sin dinero para telefonear a su casa, comprar un pasaje de regreso o
de perdido para comer. Así, unos buscan y logran empleo decente. Pero muchos
encuentran ocupación indecente. Roban en la calle o asaltan casas. Es la única
forma que encuentran para sobrevivir. Luego se hacen de una pistola. Hay
estadísticas oficiales de la Cámara Nacional de Comercio en Tijuana: Muchas
tiendas modestas en las colonias han sido atracadas hasta cuatro o cinco veces.
Luego se les hace fácil comerciar con la droga. Ponerse a las órdenes de la
mafia para matar cristianos o transportar. Otros se dedican a desvalijar bancos
o a secuestrar adinerados. Y en todo esto hay una clara referencia de los
delincuentes foráneos: El 80 por ciento de los internos en las cárceles son de
otros Estados.
Recientemente familiares de
sinaloenses desaparecidos en Tijuana vinieron y reclamaron a las autoridades.
Aseguraron que sus parientes fueron víctimas de un “comando de la muerte”
cuando viajaron a nuestra ciudad. Organizaron conferencias de prensa.
Aparecieron en televisión y hasta “hicieron plantón” cerca de la Línea Internacional
para llamar la atención. Su resultado fue nada. En medio de todo esto existe
una serie de realidades. Bajo el supuesto no concedido de un “comando asesino”
sería de las mafias. Y lo más dramático: La mayoría de los desaparecidos
debieron tener relación directa o indirecta con el narcotráfico. No se los
deseo, pero muchos cadáveres deberán estar en la fosa común cuando no fueron
identificados. Otros fueron desbaratados en ácido. Y hace pocas semanas
informamos en este espacio sobre la aparición de 39 cadáveres en el Servicio
Médico Forense no identificados.
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Respeto absolutamente el
dolor de los familiares. Pero debe aceptarse la realidad. En la gran mayoría de
sus denuncias no puede ser casualidad que desaparezcan sinaloenses simplemente
por visitar Tijuana. Sinaloenses en Tijuana los hay luchones y honrados por
montón. Emprendedores. He trabajado y trabajo con ellos desde hace mucho.
Conozco compañeros que de la nada han hecho su patrimonio decentemente. Y
muchos de los principales capitales de Baja California son de distinguidas
familias que se vinieron de Sinaloa. Merecen respeto.
En Tijuana nos desagradan los
narcotraficantes y también los migrantes fracasados. Unos y otros vienen a
cometer delitos. A matar. Nos incomodan nuestras policías estatal y federal.
Permanecen como si nada hubiera pasado. Solamente la Municipal enfrenta las
peores situaciones. Bien claro debe quedar: Los tijuanenses no hicimos insegura
nuestra ciudad. De fuera han venido para convertirla en escenario de crímenes y
robos.
Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús
Blancornelas, publicado por última vez en mayo de 2008.
(SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA/ JESÚS BLANCORNELAS/ LUNES, 8 OCTUBRE, 2018
12:00 PM)
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