En junio de 2001, cuando el
gobierno de Vicente Fox cumplía apenas su primer año, estalló el primer
escándalo de esa primera alternancia que despertó tanta expectativa después de
echar de Los Pinos por primera vez en la historia, al PRI.
Y estalló, el escándalo,
gracias a los incipientes ejercicios de transparencia gubernamental, pues la
página web de la contraloría federal publicó el monto de adquisiciones hechas
por la presidencia de la República: unos ocho millones de pesos en menaje para
la residencia oficial de Los Pinos y otros cinco millones en remodelaciones.
Una bicoca, visto el caso en
retrospectiva y comparándolo con los montos a los que escalaron sucesivos casos
de corrupción a lo largo y ancho del país, por parte de gobernadores, legisladores,
los propios presidentes que le precedieron a Fox, allegados y familiares.
En un país donde por décadas,
el discurso gubernamental (y de campaña electoral) está cruzado por el combate
a la pobreza, el presidente Fox adquirió toallas con valor de 400 dólares cada
una; cortinas a control remoto, de 17 mil dólares y sábanas con un precio
superior a los 3 mil 500 dólares.
El asunto abolló seriamente
la corona del campeón guanajuatense que había hecho la proeza de enviar a la
lona al invicto PRI y lo siguió hasta el término de su administración, como la
fallida guerra contra el narco siguió a Calderón y los casos de Ayotzinapa y la
Casa Blanca (entre otros), acabaron con la imagen de Peña Nieto.
Las toallas de Fox estuvieron
lejos de representar un riesgo para la legitimidad del régimen, pero sin duda
abrieron la puerta a la decepción, el escepticismo y sobre todo, la falta de
respeto hacia la investidura presidencial. Un cúmulo de desaciertos posteriores
contribuyeron a que hoy, al guanajuatense no lo bajan de loco, payaso.
Desde el toallagate foxista
hasta nuestros días han pasado ya 18 años. Las redes sociales revolucionaron
los sistemas tradicionales de comunicación vertical, democratizando la
información (excesivamente, a veces), y en este campo no hay vuelta atrás.
Es natural pues, que la boda
de César Yáñez quien será el coordinador general de Política y Gobierno en el
gabinete de Andrés Manuel López Obrador, y Dulce María Silvia Hernández se
convirtiera en trending topic durante todo el día de ayer, y seguramente se
conservará en la agenda mediática varios días más y sus reverberaciones durarán
todo el sexenio.
Y es que el enlace nupcial
fue un despliegue de fastuosidades que no tienen nada que ver con la cacareada
austeridad republicana, que se presume el eje de la llamada cuarta
transformación.
Nueve mil rosas blancas para
decorar la capilla del Rosario en la iglesia de Santo Domingo, en Puebla;
vestido del mismo diseñador que trabajaba para La Gaviota, mesa de regalos en
El Palacio de Hierro con valor de 1.47 millones de pesos; el maquillista de la
novia fue el mismo que alguna vez fue víctima de escarnio por acompañar en un
viaje a la ex primera dama, Angélica Rivera, icono de la frivolidad y el
despilfarro; la fiesta en el hotel más caro de Puebla, el Rosewood, donde
amenizaron Los Ángeles Azules, entre otros artistas. Y un menú para complacer
el gusto del más atildado sibarita.
No está mal. Si tienen con
qué pagar esos excesos, pues que lo hagan.
Pero digamos que es
políticamente incorrecto, por no sugerir que es éticamente reprobable, emular
sin el mínimo arrebol en las mejillas, los cartabones fifí de la oligarquía tan
odiada. A menos que sea cierto aquello de que en realidad todo el discurso
contra la mafia del poder no era odio, sino envidia hoy superada.
Insisto, si tienen dinero
para pagar esos excesos, adelante. Pero el espectáculo de la boda es tan
plausible como ver al pueblo venezolano huyendo de la miseria y la represión en
Venezuela, mientras Nicolás Maduro aparece sentado a la mesa en un lujoso
restaurante turco en Estambul, atendido personalmente por el chef internacional
Nusret Gökce, mejor conocido como Salt Bae.
La boda Yáñez-Silvia,
apadrinados por López Obrador va más allá de lo anecdótico; rebasa las páginas
de revistas especializadas en la chismografía de los famosos y encumbrados y se
sitúa en el centro de las cosas que abonan al desencanto prematuro, ese que se
pregunta ¿Qué será cuando ya estén al frente del gobierno?
“Ya ganamos, todos tenemos
que hacer un esfuerzo, yo ya me modero más, ya estoy descartando como la mitad
de mi vocabulario por la investidura. Ya me tengo que autolimitar, me tengo que
volver fresa hasta fifí”, dijo recientemente Andrés Manuel en un mitin en
Querétaro, donde sus seguidores lanzaron una rechifla al mencionar al
gobernador de esa entidad, Francisco Domínguez.
Y está bien, porque como dijo
allí mismo, las campañas ya terminaron y hay que darle vuelta a la página y
trabajar juntos por México. Pero el faraónico sarao en el que fungió como
padrino de bodas manda una mala señal a un pueblo al que todavía le están aplicando
gasolinazos diarios que, por cierto, seguirán en su gobierno.
Y en un país donde a sus
habitantes no nos embona ningún chile, es posible que temas como el del nuevo
aeropuerto, el tren maya, las negociaciones del TLC o las presidencias de comisiones
legislativas despierten debates focalizados, pero un tema como el de la
multicitada boda, puede impactar con más fuerza, negativamente en el llamado
bono democrático que, dado el protagonismo del tabasqueño que ya aparece como
presidente de facto, se está desdorando antes de que se cruce la banda
presidencial al pecho.
Guardando las proporciones,
es un poco lo que sucede en Sonora con los casos de nepotismo en los
ayuntamientos presididos por alcaldes (as) de Morena. No es que ese nepotismo
no existiera en administraciones panistas y priistas, pero el mensaje de las
urnas (tan recurrentemente citado por los propios morenistas) fue en el sentido
de que ya no querían más de eso.
Y lo que sucede es que no
sólo se sigue presentando, sino que aparece corregido y aumentado.
Ojo con eso.
II
Este lunes y martes se
suspenden clases en los municipios de San Luis RC, Sonoyta, Puerto Peñasco,
Pitiquito, Trincheras, Altar, Tubutama, Oquitoa, Átil, Sáric y sus comunidades
aledañas, en previsión de los riesgos que pudiera representar el huracán Rosa
que afectará la región noroeste del estado.
La Unidad Estatal de
Protección Civil hizo este anuncio ayer e informó que ya se están habilitando
albergues en aquellas poblaciones.
La respuesta de las
autoridades estatales ha sido puntual en el caso de las lluvias registradas en
las últimas semanas, especialmente en el sur del estado, a donde acudió
personalmente la gobernadora Claudia Pavlovich supervisando los daños,
entregando apoyos a damnificados y girando instrucciones para corregir los
estragos, en comunidades rurales de Guaymas, Empalme, Benito Juárez, San
Ignacio Río Muerto, entre otras.
Dependencias como la
Secretaría de Salud y la de Educación también han estado atentas, y el DIF
Sonora ha tenido un papel relevante en el acopio y distribución de víveres,
medicinas y apoyos diversos para los afectados.
La presidenta de ese sistema,
Margarita Ibarra Platt y la directora Karina Zárate recibieron el pasado
viernes más de 30 toneladas de alimentos, agua embotellada, ropa, artículos de
higiene personal y kits de limpieza provenientes del centro y sur del país.
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(DOSSIER POLITICO/ ARTURO SOTO MUNGUÍA/2018-10-01)
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