La mañana del domingo 19 de agosto,
entre un monte que circunda a unas parcelas al sur oriente de la ciudad, un
cadáver fue plantado justo a un lado del bordo del canal Lateral 18.
No era novedad el hallazgo,
porque el sitio ya había sido elegido por asesinos para dejar los cuerpos de
sus víctimas, incluso desde tres meses atrás de que la policía municipal los
encontrara. Los restos mortales los habían dejado a flor de tierra, envueltos
en hule agrícola negro y hasta colgados en ramas de árboles. Algunos tenían
mensajes con el que los desalmados justifican el asesinato, pero no se lo
adjudicaban ni se identifican como grupo letal.
La oleada de homicidios
dolosos llevó al director de la Policía Municipal, Carlos Alberto Acuña
Ronquillo a justificarlos: todos tienen relación con drogas o tuvieron relación
con grupos delictivos locales.
La misma siembra de cadáveres
tuvo otro efecto: silenció a la Vicefiscalía de Justicia en la Zona Norte, y
peor aún, los funcionarios encargados de dar la cara por los hechos violentos
que sacudían a la ciudad cada 36 horas, se ocultaron bajo las enaguas de las
secretarias y la fortificación de sus oficinas refrigeradas.
Pero el hallazgo de la
víctima de ese domingo era diferente. Entre los jefes de la policía municipal
comenzó el rumor que se extendió como reguero de pólvora: es el Diego. Y luego
surgieron los vaticinios: habrá una nueva matanza en la ciudad basados en sus
propias hipótesis, que formularon bajo la premisa de traiciones internas o
lucha por ascensos en el clan local de “Los Mazatlecos”, brazo narcomenudista y
de asesinos leales al Cártel de Guasave que fundó Fausto Isidro Meza Flores, el
Chapo Isidro, resquicio del diezmado Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva que a
su vez se separó del Cártel de Sinaloa tras la traición y entrega de Alfredo
Beltrán Leyva, el Mochomo, el 21 de enero del 2008 en Culiacán.
Los uniformados hablaron a
condición de no ser identificados y ofrecieron sólo datos generales, pues aseguraron
que el acopio de información de inteligencia se da en filas militares.
Aseguraron que al Diego se le fincaba ser organizador de una célula que operó
en el poniente de la ciudad, pero tras una recomposición interna fue
desbancado.
Un día antes de ser
encontrado sin vida, policías recibieron una denuncia sobre la privación de la
libertad de un civil en la colonia Jiquilpan. Se enteraron de que se habían
llevado a Diego A. R. R.
En sus indagaciones, también
se enteraron de una segunda versión de la desaparición del joven de 29 años de
edad, que habría sucedido camino a la colonia José Ángel Espinoza Ferrusquilla,
a donde se dirigió tras recibir un telefonazo.
CARLOS ACUÑA. ‘Información
reservada’.
El jefe de policía Acuña
Ronquillo, parco y escurridizo aceptó que Diego era relacionado en hechos
delictivos sucesivos y continuos relacionados con delincuencia organizada. “No
puedo decir más, esa información es reservada por inteligencia. Nosotros sólo apoyamos
las tareas que nos asignan”, dijo.
Diego era un viejo conocido
de policías veteranos, pues apenas cumpliendo la mayoría de edad, fue preso por
el asesinato a sangre fría del soldado Jesús Alberto Gutiérrez y de balear a su
acompañante, Austreberto Arredondo Osorio, a las afueras de un expendio
cervecero, en el bulevar Centenario y Emiliano Zapata, en febrero del 2010.
Una fuerza de tarea militar
lo atrapó en el hotel El Pueblito tras recibir la denuncia anónima de que en
una de las habitaciones se encontraba el homicida del soldado. Entonces se
decomisó una pistola reglamentaria.
El joven Diego había tenido
una adolescencia azarosa, pues su padre Antonio Rubio, el Toño Cerote había
desaparecido dos años antes, luego que un grupo de sicarios lo privara de la
libertad responsabilizándolo de haber consumado un cuantioso robo domiciliario
en la casa de un narcotraficante en el poblado Gabriel Leyva Solano, Guasave.
Desde entonces, Toño Cerote, quien contaba con detenciones por venta de drogas,
no ha sido localizado.
Los forenses que revisaron el
cuerpo de Diego encontraron signos de tortura y dos balazos en la cabeza, uno
de ellos en la frente, a manera de “tiro de gracia”.
Tras correr el rumor de la
muerte de Diego, los deudos reclamaron el cuerpo. Lo velaron. Horas después lo
sepultaron. Dos tamboras amenizaron el cortejo fúnebre, y con disparos al aire,
civiles lo despidieron.
La matanza vaticinada por
policías no ha sucedido.
Artículo publicado el 26 de agosto de 2018 en la
edición 813 del semanario Ríodoce.
(RIODOCE/ LUIS FERNANDO NÁJERA/ LOS MOCHIS/ 28 AGOSTO,
2018)
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