El Rey de Los Panchitos añora que al
salir de la cárcel ya no sea un santamartheño ni un panchito, sino un actor
teatral consumado
LA PENI.
El infierno sí existe o, para
ser precisos, existió y estuvo aquí, en este pedazo de cemento llamado
Iztapalapa en cuya entrada antes se leía, en vez del letrero “BIENVENIDOS AL
AVERNO”, uno que decía, casi como fatal advertencia: “PENITENCIARÍA DEL DISTRITO
FEDERAL”. En el mundo criminal de los ochentas, existía el orgullo —póngase el
adjetivo moral que se guste, que esto en ese mundo poco importa— de ser un
auténtico santamartheño, un pillo curtido en la fajina con la barriga probada
como afiladora de cuchillo y macerado en los calabozos de la Zona de Olvido.
Uno de sus más viejos
habitantes nos lleva a ese infierno. Él mismo es un diablo desdentado conocido
aquí como El Mandi y afuera, cuando asolaba Santa Fe, entonces un lomerío
basura, como El Chivo. Es Fidel Gómez Pérez, el último que queda preso de la
legendaria pandilla de principios de los ochentas llamada Los Panchitos.
Fidel Gómez tiene 54 años de
edad y está cerca de cumplir 30 en prisión. Si paga su sentencia sin
concesiones saldrá libre en 2028, aunque, desde hace al menos cinco años, El
Mandi jura que, cada año que corre en un nuevo calendario, será el último de su
vida en la Peni. Entonces, piensa, sueña, será ya no un santamartheño ni un
panchito, sino actor consumado de la
compañía teatral Foro Shakespeare.
Yo tengo aquí en Santa Martha
tres caídas, yo llegué la primera vez aquí en 1985 a mí me tocó el temblor del
85. He estado en todos los módulos, en Kosovo, en ZO.”
—¿Qué es ZO?
—Es la zona olvidada. Era un
módulo de máxima seguridad donde estaban personas que traían 70 años, 100 o 200
años y más de sentencia. Si hacías una anomalía, te metían ahí y te decían: “Te
vas a chingar aquí, güey, por lo que hiciste. Es más, te vamos hasta a soldar”.
Y ya qué, ya no había otra más que pa’ dentro. No te daba el sol. Ahí cumplías
medio año, cuatro meses y, si te portabas bien y eras la banda, te daban
permiso ahí de salir a población. Por un hoyito te pasaban la comida. El baño
duraba sin limpiarse lo que ahí te quedaras.
***
Una película estrenada en
México al inicio de la década, The Warriors (Walter Hill, 1979) o Los Amos de
la Noche —es difícil imaginar quién la llamó así además de los carteles y las
marquesinas— propuso la estética a esos nuevos Los Olvidados (Luis Buñuel,
1950).
Fidel Gómez Pérez es la cruza
de un warrior y un olvidado. Es un panchito, uno de los chavos que hace 35 años
quisieron apoderase de los pedazos de ciudad que entendían como sus
territorios. Los Panchitos sumaron a medio millar de muchachos de las
delegaciones Miguel Hidalgo, Álvaro Obregón y Cuajimalpa.
Por ahí fue que patrulló el
FBI, no confundir con el Federal Bureau of Investigation, sino con el
auténtico: La Franciscos Band International, como El Mandi refiere con
elegancia y pretendida, pero fracasada indiferencia a Los Panchos. Las bandas
solían tomar nombres de lo que los chavos consideraban subversivo, por ejemplo,
Los Condones, de Naucalpan, y Los Sex Greñas, de Neza, por donde merodearon
también Los Carniceros, en cuyas filas militó Aurelio Arizmendi, hermano y
cómplice de Daniel, El Mochaorejas.
No asimilé y seguí con la
banda portándome mal. Entraba, salía, me aprehendían y estaba otra vez aquí en
la cárcel. En lugar de salir más tranquilo, creo que salía más rebelde. Cuando
me apañaban yo decía: ¿Qué me puedes hacer güey, ya conozco el infierno, dónde
más me puedes espantar”, cuenta.
Fidel pertenece a una época
en que las drogas eran una excepción bien definida en los extremos. Al que
pertenecía Fidel Gómez se ocupaba de los inhalables, el activo o el chemo y era
imposible encontrar a alguien que no fuese visto y se viera a sí mismo como
parte del lumpen. Si alguien hubiera dicho en las barrancas de la delegación
Álvaro Obregón que la mona se democratizaría hacia estratos sociales
superiores, hubiera dicho una aberración comparable sólo con quien en la
babarie del siglo XIX hubiese anticipado la existencia de las gomichelas.
Las bandas de chavos de esa
época han sido explicadas por sociólogos y antropólogos como la consecuencia de
los chavos cuyo futuro entendieron cancelado; la de los hijos de los
inmigrantes que huyeron de la hambruna del campo y se encontraron con una
ciudad ajena y gris, hostil y maldita. El Mandi es parte de una familia con
tres hijos provenientes de “Michoacán de Ocampo” —presume el nombre oficial de
esa entidad de los Estados Unidos Mexicanos— que aterrizó en el poniente y se
dispersó hasta Santa Fe, cuando eso eran lomas de basura y no edificios hechos
en ensoñación y semejanza de Miami.
Tuve mi cama de vidrio de
tantas cervezas que tomaba y me hice mi cama de vidrio, ya con mis pantalones
de piel todo acá chido, agarraba y me servían una Tecate de esas botellas de
cerveza, iba y compraba en la tlapalería FZ10 y le echaba y me ponía a darme
unos toques de cemento, viendo según Los Locos Adams porque mi chava se parecía
a la Morticia de Los Locos Adams, mi chava estaba muy bonita.
Yo me robé a una chava de
dinero. Yo tenía 16 y ella tenía 14. Me la robé y la llevé a vivir a la casa.
De ella tengo un hijo de 30 años, joven, guapo y con dinero. Ella se fue a
vivir a Cancún y ya nunca más la he vuelto a ver. Me dejó aquí, en ZO, la muy,
muy y de ahí ya no me he vuelto a enamorar porque dije pues así de a solín la
voy a sacar.”
***
Cuando El Chivo llegó para
quedarse en la Penitenciaría tenía 24 años de edad. Luego de ver decenas de
asesinatos, encontrarse con decenas de compañeros colgados y pasarse por la
piel toda la historia de la penitenciaría de la Ciudad de México, de Arturo, El
Negro, Durazo, hasta hoy en que las oficinas de derechos humanos están
permanentemente en las prisiones.
En tres décadas, Fidel se
convirtió en un actor intérprete de Shakespare.
—¿Puede plantear el libreto
de una obra de teatro que se llama Los panchos protagonizada por El Mandi o por
El Chivo? —le propongo.
—¿Una obra de teatro?, ¿quiere que haga un desarrollo
desenlace y conflicto?
—Con la escena más cabrona y
más emotiva de esa obra de teatro llamada Los panchitos, protagonizada por
usted, como le salga en dos minutos.
—Espéreme, espéreme,
espéreme… Mira, ¿qué onda carnal? ¿Qué
pedo, cabrón? Es que sabes hay una fiesta aquí, en Los Hornos. Ya entramos a la
fiesta a una boda… estaban poniendo, pero como a mí casi no me gusta la salsa,
me gusta la música de rock y que empiezan a poner una canción que se llama Humo
en el agua, de Deep Purple y empecé a bailar y a bañarme con cerveza. Se enojan
los de la fiesta y me sacan a puro madrazo. En la tienda me quito mi chamarra,
que estaba llena de mole, y me compro dos caguamas. Entonces le digo a mi
chavo: Vamos otra vez a la fiesta, ¿no? Ya nos metimos y que otra vez me sacan
a puros madrazos. Y les digo: ¡Va, pero yo soy de aquí del terreno y me están
desconociendo! ‘Orita vengo con mi banda. Y los encuentro. Eran como unos 40,
casi 50 cábulas y les digo:
–¿Qué onda, cabrones?
–¿Qué haces, Chivo?
—Ahí donde están Los Hornos
hay una boda y me acaban de dar una chinga, háganme paro, vamos a darnos en la
pinche madre.
“Nos metimos y que se
empiezan a oír los balazos, los de la casa que empiezan a tirar unos balazos
(ruidos de balazo) y que se empieza a enloquecer la gente y mi banda que
avienta unas bombas molotov (ruido de bombas) que cae a un lado, luego que me
cae una a mí y que me empiezo a prender, que me apago y pues ya toda la gente
se hace un caos. Entonces sale una señora gritando, prendida.
¡¡¡Aaaaaghhhhhh!”.
***
La mejor manera de asomarse a
La Peni de la época en que El Mandi llegó a este montón de rejas y lamentos es
ver La 4ª. Compañía, película multiganadora de premios Ariel, dirigida por
Vanessa Arreola y Amir Galván, ya disponible en Netflix, cuya cualidad, quizá
menos reconocida, es la ardua investigación que permite ambientar, sin echar
mano de la ficción, unos agujeros en que encerraban a los presos a quienes se
les imponía un castigo de encierro no bajo candado, sino bajo soldadura.
Literalmente, sellaban la puerta..
El Mandi aparece en la
película. Anda por El Kilómetro, como se llama a un largo corredor en la
Penitenciaría con su cara de pirata, chimuelo, pero en vez de pata de palo,
tiene una silla de ruedas. Por el tiempo en que está ambientada la cinta, a
principios de los ochenta, El Mandi no existía en las calles de la Ciudad de
México ni en los corredores de la Penitenciaría, pero sí el personaje bajo el
sobrenombre del Chivo.
Lo de El Mandi es por el
tiburón de las caricaturas, aunque ciertamente, es más fácil imaginarlo en un
rebaño caprino que en un cardumen de escualos. Además de que le faltan los
dientes frontales, los de arriba y los de abajo, posee una abundante melena
ensortijada, la barbilla pronunciada, la cara delgada y alargada y una mirada
de lado, en permanente precaución. Le faltan las pupilas cuadradas que tienen
las chivas, pero lo demás, como el cuerpo magro y ágil, ahí está.
—¿Qué tipo de personaje le gusta interpretar en el
teatro?
—Pues todos, todos juegan
aunque sea cinco minutos de fama. Te improviso, inclusive si un compañero está
mal, ya me dicen que trabaje su personaje y ya pues sabes qué, que no llega
pues ahora ahí te va la cosa. En Cabaret Pánico soy el hilo conductor, en
Ricardo lll soy Gloucester, también el efector de la obra, en Mago de Oz soy
Johnny Be Good, en Esperando a Godot soy Lucky, y en Solomeo y Pitbullieta soy
el juez, soy el sacerdote el que casa a Solomeo y Pitbullieta.
—¿Unos perros?
—Sí es una obra perruna
hacemos la transacción del ser humano a perro. La que más me gusta es El Mago
de Oz y me gusta Ricardo lll.
—A ver una de Ricardo lll.
—Que te calles ponzoñoso
reptil jorobado —El Mandi se transforma en algo así como Hulk Mandi—, cabeza de
jabalí, engendro del demonio, cállate dile qué pasó, son sus soldados, se
vendieron los traidores, ¿Qué pensabas genio del mal?, ¿que mi discapacidad
también era mortal? te voy a demostrar que estabas equivocado y al mismo tiempo
de daré 10 segundos para que salves tu miserable vida, 1, 2, 3. Disculpa ja ja
ja, mi perro no sabe contar.
—¿Tiene algo que hacer allá afuera?
—Sí, tengo varios proyectos,
quiero hacer primeramente Dios, si todo me sale bien, quiero hacer la segunda
película de La banda de los panchitos y ahorita por el momento saliendo voy a
hacer una campaña, se llama “paz entre las bandas”. Ahorita aquí en la
Penitenciaría estoy estudiando arte dramático, voy para 10 años, llevo cinco
puestas en escena y yo quisiera hacer, no quisiera quedarme ahí, quisiera
trascender más y hacer una obra de teatro con mi maestra Martha allá afuera y
ahí en la calle, por el tiempo que he estado trabajando aquí y tenemos una
casa, 80 millones de pesos sí le pusimos, se llama La 77. Ahí es el Centro
Digestivo Cultural, ahí es donde salimos de aquí, los presos que estamos aquí
estamos en una compañía y tenemos trabajo para toda la vida.*
(EXCELSIOR/ HUMBERTO PADGETT / FOTOS:EDUARDO
LOZA/19/07/2018 05:00)
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