En tiempos inéditos, lo mejor
es regresar a lo básico para no meterse en problemas. Andrés Manuel López
Obrador, comunicador excelente como un político en eterna campaña, vive ahora
en un contexto diferente que tiene que asimilar rápidamente. Como próximo Presidente
de México, sus palabras y las de su equipo tienen un diferente valor, pesan
distinto y provocan consecuencias múltiples. Por tanto, el lenguaje y el fraseo
que utilizan tienen un significado diferente al que antes tenían. Ya no son
arengas, sino compromisos públicos. Ya no son promesas electoreras, sino
certidumbres. La ligereza de las palabras o los conceptos ya no tienen espacio
para ser corregidas sin que afecte. Las ocurrencias tienen costos políticos, a
veces inmediatos, a veces en plazos más largos.
López Obrador ha inaugurado
nuevas formas de comportamiento político para vencedor en la elección
presidencial. Lo que se acostumbraba -que no significa si era bueno o malo-,
era que una vez que se ganaba la elección, había una reunión de cortesía con el
Presidente en funciones y, después, se sumía en un bajo perfil. Lejos del ojo
público, esperaba la constancia de mayoría mientras sostenía juntas de trabajo
con su equipo para ir armando el programa de gobierno y revisar los perfiles
del gabinete. Como Presidente electo establecía comunicación con actores
políticos y agentes económicos, y realizaba visitas estratégicas a líderes en
el mundo. Todo esto se revolucionó.
Una semana y media después de
su victoria, López Obrador parece Presidente en funciones, y la arena pública
ha sido completamente ocupada por él. La discusión pública ya no es sobre cuál
será su gabinete, porque salvo las carteras de las Fuerzas Armadas y el
Procurador General, todas están cubiertas desde diciembre e, incluso, ya hubo
un ajuste en un equipo que aún no pasa de ser de papel. De lo que se habla es
de quiénes serán nominados para el gabinete ampliado, al tiempo que sus
principales colaboradores hablan de lo que hará, de lo que no, de cómo se harán
las cosas y de lo que deben esperar los mexicanos. Aquí es donde empieza el
problema por la variedad de discursos, mensajes y frases aisladas que no sólo
él, sino sus colaboradores, están transmitiendo a la opinión pública.
Para botón de muestra,
Alfonso Romo, su futuro jefe de Oficina, dijo que la descentralización de
secretarías de Estado no significaría el despido de ningún burócrata. La
descentralización de las secretarías es una utopía, a menos que tengan el
presupuesto suficiente y la voluntad de miles de burócratas que, junto con sus
familias, decidan mudarse de la Ciudad de México, a lo que hay que añadir el
costo de su traslado. Si no lo hacen por cualquier razón, tendrían que
liquidarlos, con recursos que, como los anteriores, no están presupuestados.
En el caso que una mayoría se
trasladara con sus familiares, implicaría que al destino que lleguen se tendría
que construir la infraestructura para albergar a miles de nuevos inmigrantes en
ciudades que no tienen capacidad para recibir un flujo masivo de habitantes, ni
instalaciones para el número de oficinas que se requieren, ni vivienda que
satisfaga la demanda, ni los servicios municipales o escuelas para sus hijos y
empleos para sus familiares que no laboren en la empresa.
Este ejemplo sirve para
explicar la complejidad de una promesa de campaña que tendría que comenzar a
reducir la escala de la acción anunciada ante la imposibilidad de que pueda ser
llevada a cabo en la forma cabal como la ofreció López Obrador durante un largo
tiempo. No es lo único ni el único de los colaboradores que están apareciendo
en la arena pública y repitiendo discursos de campaña que en la ruta actual se
pueden convertir en trampas para el nuevo gobierno. Hay mensajes
contradictorios sobre la política económica, la energética, la educativa, la de
seguridad. Prácticamente en donde sale un colaborador del candidato triunfador,
hay una incongruencia. ¿Cómo explicar todo esto antes de que la opinión pública
se dé cuenta de lo que están diciendo y empiece a protestar por las
contradicciones o inconsistencias?
No se podrán explicar, y
cuando eso llegue tendrá que haber rectificaciones que aumentarán el desgaste
de un gobierno que aún no es gobierno. Regresar a lo básico es recomendable.
López Obrador tiene que alinear el mensaje y los discursos de él con el de
todos sus colaboradores para que no haya incongruencias. Nunca ha tenido
necesidad de desarrollar una política de comunicación social y, por tanto, una
oficina de comunicación presidencial, porque él siempre la manejó en sus
tiempos y de forma discrecional, como transmitía sus mensajes. Puede mantener
esa práctica, como lo hace el Presidente Donald Trump, e insistir en la
comunicación directa y horizontal y sin intermediarios, para comunicarse con la
gente. Pero ya no es candidato, será en breve Presidente electo y en corto
plazo jefe del Ejecutivo.
Requiere orden y disciplina,
sobre todo con su equipo, de tal forma que alinee el mensaje y establezca
líneas de comunicación para que su nuevo gobierno sea coherente. Una
comunicación vertical y organizada, con un vocero que sea el encargado de
informar a la opinión pública, le urge a López Obrador, porque la anarquía
declarativa es mala compañía. Es cierto que él siempre ha sido su mejor vocero,
pero su contexto y realidad cambiaron. Está en los prolegómenos de su
administración, y la comunicación no le marcará cómo gobernar, pero
definitivamente, le dará el espacio para hacerlo. Que no se le olvide.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 12/07/2018 | 04:00 AM)
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