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La muerte de Humberto Rodríguez
Bañuelos, jefe de sicarios del Cártel Arellano Félix en Jalisco, diluyó la
posibilidad de conocer la verdad histórica del homicidio del Cardenal Juan
Jesús Posadas Ocampo. “La Rana” aseguraba que de existir un abogado valiente
que lo defendiera, contaría todo lo que sabía. En marzo de 2001 fue dado por
muerto tras un tiroteo con la Policía Municipal de Tijuana; en el Servicio
Médico Forense, se dieron cuenta que estaba vivo. Estuvo casi cuatro meses en
el penal de La Mesa con una identidad falsa. Falleció por infarto en enero, en
el Hospital Civil de Guadalajara; padecía de hipertensión
Apenas cumplió 16 años y 10
meses preso -de los 25 que recibió en sentencia dictada por un juez penal de
Guadalajara- por un doble homicidio. Quedó a deberle a la justicia poco más de
ocho años por esos hechos, más otra cantidad importante de tiempo en prisión
que habría alcanzado por otra veintena de asesinatos, entre estos, el del
Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en 1993.
Humberto Rodríguez Bañuelos
“La Rana”, ex comandante de la Policía Judicial del Estado de Sinaloa y jefe de
pistoleros, primero de Manuel Salcido Auzeta “El Cochiloco” y después del
Cártel Arellano Félix (CAF), pagó con el deterioro de su salud y finalmente con
su vida, las condenas que la lentitud del Poder Judicial no fue capaz de
decretarle. Un infarto al miocardio no tuvo apelación en enero pasado.
El deceso de “Súper H”, como
también le conocieron sus subordinados, en una cama del viejo Hospital Civil de
Guadalajara, marcó el fin de una negra leyenda del crimen. Aquel ataque
cardiaco no solo acabó con la vida del hombre privado de su libertad, sino con
la esperanza de conocer la verdad sobre el asesinato del Cardenal Posadas aquel
aciago 24 de mayo de 1993 en el Aeropuerto Internacional “Miguel Hidalgo” en la
Capital de Jalisco.
Aunque otros reclusos le
calificaban de fanfarrón, durante la elaboración de su estudio pedagógico en
2001, “La Rana” confesó a personal técnico del Centro Federal de Readaptación
Social (Cefereso) Número 2 “Occidente”, en Puente Grande, que aunque ni él ni
su gente tenían que ver con el crimen del prelado, contaba con información y
documentos de “los verdaderos culpables del homicidio del Cardenal”.
Rodríguez Bañuelos no dio
pistas. Solo aseguró a su interlocutor que en caso de conseguir un defensor
valiente lo contaría todo. Ese osado litigante nunca llegó, aunque tuvo algunos
abogados particulares por muy poco tiempo. El secreto nunca revelado se fue a
la tumba con quien durante tres lustros fuera servidor público en tareas de
procuración de justicia hasta finales de los años ochenta, y presunto violador
de la ley penal desde que estaba en la Policía Judicial sinaloense.
Los últimos años de vida de
“La Rana”, quien cambió su fisonomía en más de una ocasión mediante cirugía
plástica y liposucción, fueron de dolor. Le aquejaban múltiples enfermedades
que le acompañaron del Cefereso 2 de Jalisco al Cefereso 13 CPS Oaxaca, y
después de regreso a Puente Grande, donde sufrió el primero de los infartos
durante el fin de año de 2017.
SUS AMORES
Aunque Humberto siempre se
quejó de tener poca suerte en los romances y vivió en unión libre con al menos
diez mujeres, su primer amor fue la Policía y la investigación de los delitos.
Su vida escolar inició a los seis años en una escuela de gobierno, donde obtuvo
buenas calificaciones. Terminó la secundaria con muy buen promedio, presumió en
su entrevista con el pedagogo.
De sus padres recordó que no
contaban con una situación económica adecuada para satisfacer sus necesidades
primarias y proporcionarles estudios a los cinco hijos. “La Rana”, mayor que
sus hermanos, no continuó sus estudios para ayudar a su papá en las labores
agrícolas y obtener ingresos para el hogar. Los padres eran enérgicos, pero recibió
el apoyo de ambos.
Rodríguez se desprendió de la
familia muy joven al abrazar el oficio de policía judicial, corporación en la
que obtuvo importantes ascensos durante sus quince años de trayectoria hasta
llegar a ser comandante en diversas áreas y en las subprocuradurías de Mazatlán
y Los Mochis. Sin embargo, sus aspiraciones fueron truncadas por sus superiores
al sospecharse de su intervención en actividades ilícitas. “Yo era uno de los
mejores policías judiciales, pero no me dejaron hacer mi trabajo como yo
quería”, presumió al personal del Cefereso.
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Aunque no continuó con sus
estudios y sus progenitores apenas sabían leer y escribir, Humberto se sentía
orgulloso de que todos sus hermanos, dos hombres y dos mujeres, fueron
profesionistas, incluso uno de ellos es magistrado, expresó en su momento. También
buscaba que sus parejas sentimentales fueran instruidas y así se relacionó con
abogadas, doctoras, maestras y algunas del medio artístico, lo que le
proporcionaba un estatus imaginario de aceptación social. Con ellas procreó
doce hijos.
Las actividades ilícitas que
se reclamaban al fallido servidor público estaban relacionadas con homicidios
de civiles y encubrimiento de asesinatos de periodistas, además de protección a
miembros del antiguo Cártel de Guadalajara, en la facción de Juan Manuel
Salcido “El Cochiloco”. Después se convirtió en pistolero a sueldo y formó un
grupo para cumplir con las órdenes de sus patrones, entre los que contó a los
hermanos Arellano Félix, oriundos de Culiacán y quienes vivieron en Mazatlán.
PRIMER ENCIERRO
Sus días de libertad
terminaron la madrugada del 22 de marzo de 2001 cuando -en estado de ebriedad y
drogado con cocaína- se enfrentó a balazos con la Policía Municipal de Tijuana
y fue perseguido durante 15 a 20 minutos en la camioneta que circulaba. Al
detenerse para atacar a los agentes, resultó herido en la pierna izquierda y en
la cabeza. “La Rana” quedó inconsciente en el suelo y varios policías fueron
lesionados de muerte.
Cuando el experimentado
sicario recobró el conocimiento -aseguró al entrevistador- se encontraba en el
Servicio Médico Forense de Tijuana, pues al parecer lo reportaron como
fallecido. Un médico forense que estaba de guardia detectó que aquel hombre que
era ingresado a la morgue aún estaba vivo. Y entonces fue enviado al Hospital
General, donde señala haber pensado “¡Voy a morir como murió Colosio!”
Ante el personal técnico del
penal de Puente Grande, el entonces interno expresó que de haber querido se
habría escapado del hospital, pues aún contaba con gente “para que me ayudara”.
Supuestamente no tuvo fuerzas para planear su fuga y con el falso nombre de
Carlos Durán Montoya fue remitido al Centro de Readaptación Social (Cereso) de
La Mesa. Nunca antes había estado preso. Casi cuatro meses estuvo muy a gusto,
ya que según refería, personal penitenciario conocía su identidad, le
respetaban y estuvieron a su disposición, por lo que “me extraña que alguien me
haya señalado con mi verdadero nombre”.
Al ser cuestionado sobre su
cambio de apariencia, Humberto Rodríguez manifestó que no era con el fin de
ocultarse, pues en todo caso se “hubiera cambiado las huellas digitales (sic),
ya que si se puede, aunque es muy costoso”. El objetivo de la liposucción y
afilar las facciones de su rostro era meramente estético, ya que “no tenía
mucho éxito con las mujeres”.
Durante los poco más de cien
días en el Cereso tijuanense, “La Rana” no realizó actividad escolar y aceptó
haberse dedicado a consumir alcohol y drogarse con cocaína, aunque de forma
eventual utilizó la marihuana. Acostumbraba fumar cuatro cigarrillos de tabaco
y beber cinco refrescos de cola al día. También tomaba medicamentos controlados
que le recetaron el médico y el psiquiatra del penal.
El entonces reo analizaba las
preguntas que se le formulaban y sus respuestas eran cortas, sin profundidad.
Dio muestra de su desagrado por las noticias y los medios de comunicación, ya
que le molestaba “el mitote de parte de la prensa” al descubrirse su identidad
y efectuarse su traslado al penal de máxima seguridad. También lanzó
improperios cuando se le cuestionó sobre el trato que le daban en el Cefereso 2
y las diligencias de los Juzgados.
LOS SECRETOS
De los más de veinte
homicidios que se le imputaban, le pidieron su opinión sobre la muerte del
Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y la balacera del aeropuerto tapatío hace 25
años. El interno respondió: “Ni mi gente, ni yo, matamos al Cardenal, en eso
estoy tranquilo con Dios”. Señaló al ex procurador Jorge Carpizo como uno de
los personajes que inventó la hipótesis de la “confusión” en la que le involucraron.
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De la versión que señalaba
que los Arellano Félix pretendían eliminar a Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera,
Humberto dijo que no tenía rivalidad con este ni con “El Güero Palma” y que le
preocupaba estar recluido en la institución carcelaria de la que escapó Guzmán
y “había comprado a todo el personal que trabajaba”.
Así, los primeros momentos en
la prisión federal fueron de desconfianza a los privados de libertad, a los
servidores públicos y a la comida y el agua que le proporcionaban, pues temía
que los alimentos fuesen producidos por internos que lo quisieran envenenar.
Preguntaba a los pedagogos: “¿Usted es gente de Palma o fue gente del “Chapo”?”
Una vez que conoció que había
personal especializado en cocina, “La Rana” continuó la segunda parte de la entrevista
más colaborador. Comentó que estaba “muy bien informado en cuanto a la dinámica
que se gestó cuando ‘El Chapo’ Guzmán tenía el poder del centro”. Refirió saber
en qué condiciones se encontraban los implicados en la fuga del “Chapo”,
remitidos al penal del Altiplano en el Estado de México, que “aun cuando no lo
conozco, sé cómo es por dentro”.
Ahí fue cuando soltó que
tenía “información fidedigna, así como documentos que implican a los verdaderos
culpables del homicidio del Cardenal, entre otros homicidios más, y si hubiera
un abogado que no tuviera miedo, que llevara mi caso y le tuviera confianza, a
él si le expresaría toda la información con que cuento”. Esto a pesar de que,
reiteró, ni él ni su gente estaban involucrados.
En lo que fue considerado
como una “fantasía”, Rodríguez Bañuelos manifestó que cuando lo trasladaron
desde Tijuana hasta Guadalajara, al momento del aterrizaje, todos los agentes
federales se bajaron de la aeronave y dejaron a su alcance -en los asientos-
dos armas de fuego calibre nueve milímetros y un fusilAK-47 “cuerno de chivo”
que le llevaron a imaginar si se apoderaba de las armas, forzar al piloto a
huir, o él mismo tripular la nave, o provocar que lo mataran “llevándome a dos
o tres policías por delante”.
A su entrevistador le dijo en
dos ocasiones que lo mejor era no darle información. “No lo quiero involucrar
licenciado, mejor no le contesto”, concluyó el sinaloense.
LOS CRÍMENES
Además de los siete
asesinatos del aeropuerto de Guadalajara en 1993, a “La Rana” se le imputan en
Jalisco varios homicidios que rebasan la cifra de veinte. Entre otros crímenes,
se le vincula en la ejecución del ex procurador Leobardo Larios Guzmán, la
muerte a balazos de dos agentes viales, y el ajusticiamiento de un cirujano
plástico presuntamente por una mala práctica médica en los años noventa.
También en Sinaloa le
atribuían participación en los homicidios de tres personas en Mazatlán en junio
de 1984, cuando se desempeñaba como comandante de la Policía Judicial; la mala
investigación de los homicidios en 1980 de los periodistas Aarón Flores, jefe
de redacción de El Debate, y Guadalupe Ochoa, del diario El Gráfico, ambos de
Los Mochis; y el encubrimiento del asesinato del reportero Manuel Burgueño
Orduña, el 22 de febrero de 1988, al participar Rigoberto Rodríguez Bañuelos
“El Ingeniero Wilfrido”, hermano de “La Rana”.
En el caso del médico
cirujano plástico Francisco Joel Rubio Robles, victimado a tiros en noviembre
de 1993, los gatilleros Gastón Ayala Beltrán “El Gas” y Ulises Murillo Mariscal
“El Lichi”, habrían confesado que el crimen fue ordenado por Humberto, debido a
que ocho años atrás, luego de practicarle una liposucción, “le quedó una
cicatriz”.
Ulises, detenido en
septiembre de 1993, declaró que cuando acudieron al consultorio del doctor
Rubio le pidieron que los “acompañara”, pero al oponerse el galeno, Gastón sacó
su arma de fuego, arrancó los cables del teléfono y en la cochera le vació la
carga de su pistola a la víctima. Ulises le efectuó otros tres disparos al
cuerpo tirado. Ayala Beltrán fue detenido por militares el 3 de septiembre de
1995 en el restaurante Mi Gusto Es, en Mesa de Otay, en Tijuana.
ÚLTIMO “SALTO”
Aún sin condenas por la
mayoría de sus homicidios, lo prolongado de los procesos -casi 17 años- hizo
estragos en la salud del que fuera un sujeto obeso, con mala alimentación y
sometido al estrés. Con secuelas de impactos de bala en diversas partes de su cuerpo.
Pérdida de la vista e hipertensión con espasmos asmáticos.
A “La Rana” terminó por
gustarle la pintura y los ritmos musicales, aunque no pudo aprender a tocar la
guitarra ni el acordeón que tanto le seducían. El ejercicio no se le daba por
el asma y por problemas ortopédicos que casi le postraron en una silla de
ruedas durante sus últimos tres o cuatro años de vida. El balazo en el muslo de
la pierna izquierda le tuvo siempre agarrado de un bastón.
En noviembre de 2015,
autoridades del Cefereso Número 2 “Occidente” lo trasladaron al penal similar
Número 13 en Oaxaca, donde la salud de Rodríguez agravó, consiguiendo su
retorno a Puente Grande a mediados de 2017, donde el 29 de diciembre sufrió un infarto agudo de
miocardio.
“La Rana” fue trasladado al
Hospital Civil de Guadalajara “Fray Antonio Alcalde”, donde estuvo internado
más de quince días. En ese transcurso, familiares del reo promovieron una
demanda de garantías ante el Juez Cuarto de Distrito de Amparo en Materia
Penal, quejándose de la deficiente atención médica que en el reclusorio se
brindaba.
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Finalmente, en los primeros
días de la segunda quincena de enero de 2018, otro ataque al corazón acabó con
la vida del paciente en la Unidad de Cuidados Coronarios del viejo nosocomio.
TARJETA DE IDENTIFICACIÓN ANTROPOMÉTRICA
Centro Federal de
Readaptación Social número 2 “Puente Grande”, El Salto, Jalisco.
No. de partida 0838/PG/01
Nombre: HUMBERTO RODRÍGUEZ BAÑUELOS o CARLOS DURÁN
MONTOYA
Alias: “LA RANA”
Lugar de nacimiento: La Cruz
de Elota, Sinaloa
Fecha de nacimiento: 27 de
diciembre de 1953
Nacionalidad: Mexicana
Estado civil: Unión libre
Edad: 47 años (en 2001)
Escolaridad: Tercero de
secundaria
Religión: Católica
Ocupación: Camionero
Procedencia: CERESO Tijuana,
BC
Delito (s): Homicidio
calificado, homicidio calificado en grado de tentativa, portación de arma
prohibida, daño en propiedad ajena
Sentencia: Procesado
Domicilio: Jardines de la
Mesa 2043, Colonia La Mesa, Tijuana, BC
Talla de pantalón: 34
Camisa: 40
Longitud del pie derecho: 27
Fórmula decadactilar: Mano
derecha: V-4443 3-2334. Mano izquierda:
V-3442 3-x234
Puente Grande, El Salto, Jal., a 10 de
julio de 2001
25 AÑOS DE IMPUNIDAD AGUARDAN ONCE PRESUNTOS SICARIOS,
SENTENCIA POR EL HOMICIDIO DEL CARDENAL POSADAS
Un cuarto de siglo después
del homicidio del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y seis personas más en la
terminal aérea de Guadalajara, no hay un solo sentenciado condenatoriamente por
los hechos, aunque a la fecha once presuntos responsables continúan bajo
proceso penal.
En el Juzgado Quinto de lo
Criminal, donde actualmente se encuentra atascado el expediente, se argumenta
que la propia defensa de los implicados ha alargado el asunto por más de dos
décadas, aunque debe señalarse que en mayo de 2006 se dictó sentencia y en la
apelación se ordenó la anulación de la misma y la reposición del procedimiento.
Solo se respetaron dos absoluciones.
Tras la muerte de Humberto
Rodríguez Bañuelos, presunto líder del grupo criminal que pretendía asesinar a
Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, la tarde del 24 de mayo de 1993, en el
Aeropuerto Internacional “Miguel Hidalgo”, municipio de Tlajomulco de Zúñiga,
Jalisco, solo siguen encauzados los presuntos sicarios:
Ulises Murillo Mariscal “El Lichi”; Rodrigo Villegas
Bon “El Roque”; Gastón Ayala Beltrán “El Gas”; Santiago Nieblas Rivera “El
Chapito”; Juan Enrique Vascones Hernández “El Puma”; y Jorge Isaías Mar
Hernández “Ingeniero Mayo”.
Completan la lista Manuel Alberto Rodríguez Rivera “El
Tahúr” o “Kamayeca”; Edgar Eduardo Mariscal Rábago “El Negro”; Álvaro Osorio
Osuna “El Nahual”; Alfredo Araujo Ávila “El Popeye”; y José Antonio Malcom
Fararoni “El Tiroloco”.
Además del volumen del
expediente que se aproxima a los cien tomos y se conceden días por el número
excesivo de fojas, los procesados se encuentran repartidos en diversas
prisiones estatales y federales, principalmente en Jalisco y Oaxaca.
La sentencia anulada en 2006
y que contemplaba condenas de hasta 283 años seis meses de prisión y de 273
años seis meses de cárcel para Ulises Murillo y Rodrigo Villegas,
respectivamente, encontró múltiples pifias para su reposición, entre las más
importantes la detención ilegal de algunos de los imputados, la falta de firmas
en diversas actuaciones, la falta de desahogo de diligencias (careos y pruebas)
ofertadas en tiempo y forma por las partes, y el estado de indefensión en que
estuvieron algunos de los procesados recluidos en prisiones lejanas a Jalisco.
La reposición de
procedimiento volvió a validar las detenciones de todos los involucrados y, en
su desesperación por ser sentenciados, algunos de ellos solicitaron la
separación de autos, es decir, que se les dicte resolución definitiva por
separado y no se les retarde la justicia por los recursos o diligencias
pendientes de otros de los coprocesados.
En el Juzgado Quinto de lo
Criminal esperan que este mismo año se cuente con la sentencia del sonado caso.
Luis Carlos Sáinz Martínez
(SEMANARIO ZETA/ EDICIÓN IMPRESA / LUIS CARLOS SÁINZ
LUNES, 28 MAYO, 2018 01:00 PM)
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