Tras la renuncia de Margarita
Zavala al PAN, desde distintas trincheras aparecieron las voces contra Ricardo
Anaya, presidente del partido. El líder del PRI, Enrique Ochoa, dijo que se le
estaba desmoronando el partido entre las manos. “Es el inicio del escalamiento
de la gran crisis de ese partido”, aseguró el Senador Miguel Barbosa, uno de
los pivotes de Andrés Manuel López Obrador. Se irán los votos del PAN con ella,
y Anaya se quedará con la estructura, sentenció el presidente del Senado,
Ernesto Cordero, calderonista distanciado de Margarita Zavala, jefe del grupo
antianayista en el Legislativo. Las reacciones son variopinto, pero fallan en
el pronóstico de que será la ruptura del PAN. No hay nada en la actualidad que
permita suponer que la renuncia quiebre a la derecha e impedirá que el PAN,
solo o en alianza, presente una competencia real en las elecciones de 2018.
La renuncia de Zavala ha
tenido un impacto mediático desproporcionado por cuanto a su peso dentro del
PAN, pero entendible porque durante más de un año ha encabezado a los panistas
en las encuestas de preferencia electoral, aunque en realidad lo que registran
por ahora es conocimiento de nombre, no preferencia de voto. La presencia de
Zavala en la opinión pública, se puede argumentar, está ligada al distinguido
papel que hizo como Primera Dama en el gobierno de Felipe Calderón, al mismo
tiempo de estar en la conversación por los negativos de su esposo el ex
Presidente por su guerra contra las drogas, y a su condición de mujer, que de
manera natural genera un atractivo fresco en la escena electoral.
Pero cuando se le lleva al
terreno de las realidades, la señora Zavala está en déficit. Aunque ha sido
operadora política del PAN durante dos décadas, nunca ha tenido un cargo
popular por el cual haya tenido que ganarse el voto en las calles. No es la
persona dulce y de formas suaves como se le ve en público, sino dura,
intolerante en ocasiones, con lo cual no genera lealtades de largo aliento.
Equivocadamente se le identifica en tándem con su esposo, porque a muchos se
les olvida que son dos entes políticos autónomos que, incluso, han luchado en
bandos contrarios, como cuando Calderón impulsó desde Los Pinos a su secretario
particular, Roberto Gil, para la presidencia del PAN, mientras Zavala respaldó
a Gustavo Madero. Tampoco tiene un apoyo dentro del partido que permita suponer
que la escisión viene en camino.
De acuerdo con los conteos
extraoficiales sobre el peso de las figuras del PAN dentro del partido, el
Consejo Político Nacional lo tiene controlado Anaya, luego de que la 23
Asamblea Nacional Ordinaria en enero pasado eligió a sus 300 consejeros
nacionales de los cuales, cuando menos 210 responden a los intereses del
presidente del partido. Un total de 270 de ellos fueron propuestos en las 31
asambleas municipales -el resto por la Comisión Permanente-, de los que 150 al
menos están vinculados con Anaya, cuyo respaldo es tres a uno frente a los
consejeros que están ligados a Zavala o a Rafael Moreno Valle, ex Gobernador de
Puebla, que también aspira a la candidatura presidencial.
Cuando se hace una mayor
desagregación, el respaldo a nivel nacional no lo tiene Zavala, sino que las
lealtades, aunque repartidas entre tres, favorecen a Anaya. En 14 entidades,
que incluyen a Jalisco y Veracruz, dos de los estados con mayor pesos electoral
en el País, se reparten consejeros Anaya y Zavala, aunque en el primero, el
poder de la oposición lo tiene Movimiento Ciudadano, que respalda al líder
panista. Al menos ocho entidades, entre las que se encuentran la Ciudad de
México, Guanajuato y Nuevo León, que están dentro de las seis entidades con
mayor número de electores, responden a Anaya, mientras que tres, incluida
Puebla, que también se encuentra en ese grupo de semillero de votantes, están
con Moreno Valle. En el resto de las entidades, el panismo es prácticamente irrelevante.
Este es el fondo de la
renuncia de Zavala, la imposibilidad de poder ganar, sin la decisión de Anaya
de abrir el proceso y entregar el control político de poco más de seis de cada
10 puestos en el Consejo. El poder no se comparte, y es lo que hizo Anaya,
provocando la salida de Zavala. Sin embargo, pensar que vendrá la diáspora, es
un error.. Varios de los más fuertes críticos de Anaya, como los senadores Gil
y Javier Lozano, que está jugando el 2018 con Moreno Valle, dijeron que no se
van. Cordero tampoco, e inclusive la senadora Mariana Gómez del Campo, prima de
Zavala, aún no toma la decisión.
No se prevé ninguna
desbandada, ni una crisis tan profunda en el PAN como la que provocó la
Corriente Crítica del PRI en 1987, cuando un grupo encabezado por Cuauhtémoc
Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez -en ese bloque se ubicaba
discreto Andrés Manuel López Obrador-, rompió con el PRI por no abrir,
precisamente, el proceso de selección del candidato presidencial. De ese grupo
surgió la candidatura de Cárdenas en 1988, que aunque perdió ante Carlos
Salinas colocó los primeros ladrillos para una izquierda competitiva en el
País.
Miles de priistas se fueron
del partido a una opción diferente a lo planteado por el régimen. No se ve cómo
Margarita Zavala encabezaría un movimiento de tales alcances que, además, no
anticipa una ruptura con el régimen. Hoy su renuncia parece inútil, salvo para
mantener su dignidad. Dependerá de ella darle un sentido de largo aliento.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/
ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 10/10/2017 | 04:06 AM)
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