Monclova, Coah .- Diana era
una niña de 11 años y en la escuela le decían “Pepe Nariz” porque tenía la
nariz muy grande. Un día, ella le contó a Javier O., su novio, que la
molestaban mucho por eso.
Javier, de 13 años, comenzó a
esperar a quienes la buleaban afuera de la escuela para golpearlos y
amenazarlos. Él no estudiaba. Lo habían expulsado de dos escuelas.
Esperaba a Diana todos los
días a la salida del plantel Manuel Acuña y la acompañaba a su casa caminando.
Ambos vivían en la colonia Guerrero. Así comenzó su “relación”. Ella se sentía
de algún modo protegida. Cursaba quinto año de primaria y decía que Javier era
su mejor amigo.
Los alumnos supieron que a
Javier le apodaban “El Demonio” y que le gustaba golpear y quemar animales.
También corrió el rumor de que consumía alcohol y drogas. A Diana la dejaron de
molestar. Todos sabían que era la novia de “El Demonio”. Diana no consumía ni
alcohol, ni drogas, pero supo que Javier sí lo hacía, “y por miedo decidió
tronar con él, aunque a ella le gustaba que la defendiera, le cantara canciones
y le regalara chocolates”, cuenta Paloma, hermana de Diana.
“Luego, Javier se hizo novio
de otra niña, y Diana de otro niño. Pero él no dejaba de buscarla”, continúa la
hermana.
“Diana supo, a través de
Face, que la nueva novia de Javier se llamaba Naomi, y ya no quiso verlo y
parece que eso a Javier no le gustó y por eso hizo lo que hizo con mi hermana
(...)”, dice Paloma, de 19 años y madre de dos niños.
JAVIER LA SORPRENDIÓ
Aquella tarde del jueves 21
de abril, Diana entró a su casa a la una de la tarde como solía hacerlo todos
los días al regreso de la escuela. Hacía aproximadamente dos meses que no veía
a Javier. No colocó candado en la puerta, pues ni ella ni su madre lo acostumbraban.
Puso en la estufa una sopa de
lentejas que su hermana Paloma le había preparado la noche anterior y comió
mientras esperaba a que su madre regresara de trabajar, aproximadamente a las
seis de la tarde. Tomó un vaso de leche; llevaba puesto un pantalón de
mezclilla, una camisa roja y un par de zapatos negros. “Ella llegaba de la
escuela y se acostaba a dormir, casi siempre la encontraba dormida y tapada con
una sábana hasta la cabeza”, cuenta Blanca.
Después nadie, salvo el
propio Javier, puede narrar qué hizo Diana aquel día cuando él abrió la puerta
blanca de la casa marcada con el número 1017 sin llamar a la puerta. “Aventé la
puerta. Entré a la casa. Ella me gritó que me fuera. Que no quería verme, que
me fuera con mi novia Naomi.
“Mientras yo tomaba agua,
ella me amenazó con un cuchillo; me quiso poner uno, pero está bien mensa,
estaba bien mensa, lo estiré y se cayó, se pegó en la nuca y me subí arriba de
ella. No sé como salió el otro cuchillo, pero ya traía dos, y le di en el
cuello, bien feo, como 30 cuchillazos. Me acuerdo que había chorros de sangre,
había en el piso como un litro, se había desangrado toda, de volada. Cuando vi
toda la sangre corrí, pero vi mi pantalón lleno de sangre, me quité la sangre
como pude, me fui a mi casa, enterré la ropa, porque sabía que si me veían iban
a decir por qué traía eso.
“Yo quería agua, pero ella me
dijo que me fuera con Naomi, y eso me enojó. Ella se encelaba. Como dos horas
antes yo me había metido dos tabletas de Clonazepam (pastas), inhalado
resistol. Me había tomado tragos de alcohol (caguamas), y un churrote
(marihuana) que conseguía con mis camaradas.
(ZOCALO/EL UNIVERSAL/27/08/2016 - 11:30
AM)
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