Monclova, Coah.- La señora
Blanca Delia no acepta, no comprende los términos de la ley y reclama: “La mamá
de Javier, el asesino de mi hija, dice que intentó meterlo a un centro de
rehabilitación contra las adicciones, pero no hay ninguna constancia al
respecto. Según su propia declaración, el niño siempre andaba drogado. Yo nunca
debí dejar sola a mi hija. Me hubiera salido de trabajar.
“¿Por qué no tenemos un tutelar
de menores aquí en Monclova? ¿Por qué no se llevan a ese niño Javier a Estados
Unidos, donde las leyes para los menores de edad son distintas y sí los meten a
la cárcel? ¿Cómo es posible que no se pueda hacer algo sobre este caso? ¡Quiero
que se haga justicia. No le deseo la muerte, porque a nadie se le desea la
muerte, pero pido que se haga justicia. ¡Que esté encerrado. Que no salga, que
esté aislado!, porque si lo dejan libre y lo linchan aquí en la región,
inclusive podrían culparnos a nosotras, a mi hija Paloma y a mí. Yo tengo dos
nietos chiquitos”, reflexiona Blanca Delia.
En el piso de la casa donde
Diana fue asesinada aún queda la mancha que provocó el charco de sangre, y al
pie de la cama también quedan otras entre rojas y cafés. “Yo no había regresado
a la casa desde que ocurrieron los hechos”, cuenta mientras va doblando la ropa
de su hija que queda sobre la cama. Casi sin notarlo, quizá por instinto, huele
cada prenda antes de guardarla.
El 10 de diciembre Diana
cumpliría 12 años. Para entonces Blanca espera haber reunido dinero suficiente
para edificar una “casa” pequeña en la tumba de su hija, como se acostumbra en
esa región.
“Será rosa pastel y le pondré
un ángel, dibujado o de yeso”, concluye, mientras se agacha y alisa con sus
manos, una y otra vez, la tierra que cubre el cuerpo de su hija sepultado el en
el panteón Sagrado Corazón.
(ZOCALO/ EL UNIVERSAL/ 27/08/2016 -
11:37 AM)
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