Los funcionarios públicos son
como fusibles: cuando se queman, los quitan. Enrique Galindo se quemó dos veces
como comisionado de la Policía Federal, en Nochixtlán y en Tanhuato, pero hasta
el lunes fue cesado del cargo para facilitar las investigaciones de esos hechos
recientes, en donde tendrá que rendir cuentas por un operativo fallido en
aquella comunidad oaxaqueña que dejó decenas de civiles y policías muertos y
heridos, y por otro en Michoacán, donde hubo 13 ejecuciones extrajudiciales.
Galindo fue sustituido por Manelich Castilla, un fruto que también está echado
a perder.
Castilla llegó a la Policía
Federal por intermediación de Galindo en la nueva administración, a cargo del
primer comisionado nacional de Seguridad, Manuel Mondragón, responsable de la
debacle de la política de combate a los criminales –por diseño dejó de
enfrentarlos en los primeros ocho meses del gobierno, y desmanteló las áreas de
inteligencia criminal–, y fue nombrado en octubre de 2014 jefe de la
Gendarmería, un cuerpo policial de proximidad que siempre ha operado
deficientemente.
El relevo no resuelve el
problema de indisciplina y relajamiento en la Policía Federal, aunque si bien
Galindo llegó con el manto protector de Mondragón, Castilla llega con el del
consejero jurídico de Los Pinos, Humberto Castillejos, por la cercanía y
dependencia en esos temas de quien fue el mentor del nuevo comisionado en la
extinta Secretaría de Seguridad Pública, Luis Cárdenas Palomino, quien era el
jefe de la fuerza federal. Cárdenas Palomino, quien no aceptó ninguna propuesta
de Castillejos para regresar al Gobierno federal, ha sido promotor de varios
cuadros que han pasado por las áreas de seguridad peñistas, como Alfredo
Castillo, otro de sus protegidos.
El nuevo comisionado de la
Policía Federal fue incondicional de Cárdenas Palomino, quien lo tuvo al frente
de la División de Seguridad Regional y como coordinador estatal en San Luis
Potosí, donde se encuentra el centro de capacitación de la Policía Federal. Su
currícula oficial no refleja con precisión su capacitación en el área de su
competencia, donde presume haber sido entrenado por la Policía Nacional de
Colombia, cuando en realidad sólo estuvo en un taller de tres días en Bogotá.
Su experiencia policial realmente viene desde 2009, cuando Cárdenas Palomino lo
reclutó de la Fundación Telmex, donde hacía trabajo jurídico, y su falta de
conocimiento en la materia policial ha llevado a varios de los más grandes
descalabros en las fuerzas federales.
Galindo, quien conoció a
Castilla en San Luis Potosí, cuando el excomisionado de la Policía Federal era
secretario de Seguridad Pública, lo hizo responsable de la Gendarmería, un
cuerpo adicional a la Policía Federal que lo único que ha sido, hasta ahora, es
un engaño para los mexicanos. En la presentación oficial de la Gendarmería
tuvieron que disfrazar con los nuevos uniformes a fuerzas federales y a
personal administrativo de la Policía Federal, porque no tenían agentes
suficientes. De hecho, el estado de fuerza real de la Gendarmería no supera los
mil 200 agentes que, además, no están capacitados profesionalmente.
Para integrarla utilizó
Castilla personal que tenía procedimientos administrativos por faltas y a un
grupo de agentes que no habían pasado el control de confianza. Los resultados,
como se esperaba, fueron contraproducentes. Por ejemplo, cuando el Gobierno
desplazó fuerzas federales a Acapulco junto con un grupo de miembros de la
Gendarmería, los policías federales les pidieron que no salieran del hotel
porque “no podían cuidarlos”. La falta de preparación y actualización llevó a
que cientos de gendarmes desplazados para tareas de seguridad pública, nunca
salieran a operar en campo.
Dentro de la Policía Federal
existe la versión de que la matanza en Tanhuato no obedeció a un enfrentamiento
como resultado de la persecución de Nemesio “El Mencho” Oseguera, líder del
Cártel Jalisco Nueva Generación, sino como venganza contra un grupo
delincuencial al que perseguían porque se habían enfrentado a dos miembros de
la Gendarmería en una carretera de Jalisco, mientras conducían en estado de
ebriedad. La versión no ha sido corroborada en forma independiente, pero forma
parte de la idea prevaleciente dentro de las fuerzas federales sobre la
Gendarmería.
La tarea que le habían
encomendado a Castilla nunca despegó. La Gendarmería es un remedo de la Policía
Federal que no ha podido construirse y está destinada, de mantenerse la
tendencia actual, a desaparecer. Su promoción, si por méritos se analiza, no
tendría ninguna justificación. Se entiende más en una lógica de poder dentro
del Gabinete del presidente Enrique Peña Nieto, o compromisos entre sus
colaboradores, que un intento por elevar la capacidad operativa de la Policía
Federal y fortalecer los protocolos del uso legítimo de la fuerza.
No hay nada en el palmarés de
Castilla que haga pensar que las cosas serán diferentes bajo su gestión en la
Policía Federal. El cambio no es lampedusiano –cambiar para no cambiar–, sino
que se puede argumentar, en función de la hoja de servicios, que el relevo no
es mejor que el sustituido. Galindo tenía más experiencia en tareas policiales
de las que tiene Castilla, y así le fue. Los antecedentes del nuevo comisionado
no ayudan a anticipar un reajuste de fondo en la Policía Federal ni recuperar
el terreno perdido durante más de tres años y medio de gobierno. Así nos irá, a
menos que Castilla pruebe que todo lo que hizo se debió a las órdenes
recibidas, y que ahora que está él al frente, las cosas cambiarán.
(ZOCALO/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO 31 DE AGOSTO 2016)
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