Se puede decir que ya es una pandemia. Y no es por elección
propia, eso es claro. Nunca las teorías conspirativas han estado más acertadas.
Hay un mundo allá afuera tratando de idiotizarnos. Y muchas veces caemos en la
trampa.
El diccionario de la lengua española define la estupidez
como la torpeza notable para entender las cosas, o estúpido, significa necio,
falto de inteligencia.
Estupidizar es un arte, se invierten miles de millones de
pesos para ello. Una persona con poco juicio toma decisiones equivocadas. Y el
sistema se encarga de que así sea. No se necesita ser muy inteligente para
saberlo.
Poner de ejemplo a la televisión ya resulta lugar común, la
estupidez, así como el agua tiende a agarrar su cauce sobre todo cuando le dan
espacio. Ahora tenemos las redes sociales como ejemplo de la multiplicación de
la estupidez. Un gigantesco lavadero donde gente de todas las clases y
condiciones sociales refleja una vida que no tiene.
Están las familias felices, que desean a toda costa que el
mundo se entere de la absoluta felicidad en la que viven, lo que comen y sobre
todo, que los envidien por ser asquerosamente felices.
Están también los revolucionarios de closet que jamás han
participado en una marcha, o los derechistas defensores del sistema que acusan
de chairo a todo el que no piense como ellos.
Los síntomas son claros. Es el síndrome de adicción a la
estupidez. La absoluta necedad de nunca tratar de llegar al fondo de las cosas
o contrastar opiniones. El mundo, nuestro país, nuestra ciudad, nuestro barrio
están así porque la culpa la tienen los otros.
La gente estúpida por lo regular aceptará como cierto lo que
venga de la tele, publicará necrológicas dándole trato de estadista a
“Chespirito” e irá corriendo por la tele que le regala el gobierno con su
propio dinero. Votará por el candidato más carita aunque sea uno de los más
grandes rateros de la historia.
Pero tenemos que aceptar que es una enfermedad y como tal
debemos tratarla. Es una adicción. La gente estúpida en el fondo quiere ser
como los actores de las telenovelas, tipos de traje que tienen mucho dinero y
se la pasan hablando de sus sentimientos sin nunca hacer nada.
O pueden pensar seriamente en la candidatura de un payaso o
un futbolista. También es entendible que la gente estúpida puede vivir en su mundo de fantasía,
defendiendo lo indefendible, diciendo que nuestro país es una democracia y que
tenemos instituciones funcionales, que nuestro presidente sí se merecía el
premio de estadista del año, que el secretario de hacienda es lo mejor que le
ha pasado al país, que Carlos Alazraki tiene toda la razón del mundo y que
Osorio Chong se equivocó de carrera, que mejor hubiera sido galán de cine.
En realidad, este síndrome se está extendiendo porque ataca
precisamente los centros de placer del cerebro. No hay nada como tomarse una
selfie diaria, revisar el número de likesy pontificar sobre asuntos que no
conoce.
Estudiar e informarse son cosas difíciles, requieren un
esfuerzo que no estamos dispuestos a hacer. Mejor mantener el Disneyland state
of mind, la vida hedonista, porque aunque el país se caiga a pedazos, nosotros
sólo pensamos en la fiesta.
Curarse de este mal sobre todo en nuestro país es
extremadamente difícil. Quizá requiera un par de generaciones. El primer
tratamiento que se recomienda para al menos mitigar sus efectos es agarrar un
libro, informarse por medios alternativos, y sobre todo ser honesto.
Puede haber recaídas, un intenso deseo por ver que está
pasando en el “face”, prender la tele para ver a López Dóriga, o en Familia con
Chabelo. Tendrá que tener mucha fuerza de voluntad. Si usted puede curarse de
este síndrome, sus hijos se lo agradecerán.
(EL PORTAL DE LA
NOTICIA / Ramiro Padilla
Atondo/ SinEmbargo.mx/ 03 Febrero 2015, 17:16)
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