Ciudad de México.- Joaquín Guzmán Loera creyó que, como
siempre, había librado el cerco policiaco. Y apostó al futuro: mandó a
uno de sus ayudantes a rentar por tres meses un departamento del
edificio Miramar, en Mazatlán, Sinaloa.
Había sólo un departamento disponible: el 401. El 602 acababa de ser arrendado a otras personas. Son 40 mil pesos, dijo el encargado. El enviado de "El Chapo" pagó en efectivo.
El narcotraficante más buscado del mundo venía huyendo desde Culiacán. Había logrado escapar mediante una intrincada red de seguridad que incluyó el drenaje público de la capital de Sinaloa. Había recorrido una parte de esos túneles cargando un lanzacohetes en una maleta. El camino no fue fácil y decidió deshacerse de esa arma. Ahí había de ser encontrada.
El emisario de El Chapo preguntó al encargado si contaba con una silla de ruedas. “Es para mi papá, que está un poco enfermo”, dijo. La respuesta fue positiva. La entregó.
Esa silla de ruedas fue llevada hasta la puerta de un modesto coche Nissan, modelo Sentra 2013. De ahí, bajó un “anciano”, quien fue llevado así hasta el interior del departamento 401.
Ese tramo entre el auto y el departamento fue el último que Guzmán Loera recorrió en libertad.
En la madrugada del sábado 22 de febrero, los marinos del grupo de élite que persiguen al crimen organizado ingresaron a los dos departamentos del complejo Miramar recientemente rentados.
“Quiero alquilar un departamento por tres meses”, dijo un hombre al encargado de la administración del condominio Miramar.
Pese a ser una época en que el puerto de Mazatlán se llena de turistas estadunidenses y canadienses que llegan para pasar el invierno, el edificio tenía un departamento disponible: el 401.
El precio se fijó en 40 mil pesos, que el solicitante liquidó en efectivo.
“Una última cosa”, dijo, antes de volver sobre sus pasos. “Lo estoy rentando para mi papá, que está un poco enfermo. ¿No tendría usted una silla de ruedas que me pueda prestar?”
Horas más tarde, un automóvil Sentra modelo 2013, color azul marino, ingresó en el estacionamiento del condominio. Dos hombres iban en la parte delantera. Atrás, tres mujeres y dos niñas pequeñas.
Del asiento del copiloto bajó un hombre con sombrero, abrigo y lentes oscuros. El chofer se dirigió a la recepción y regresó con una silla de ruedas.
El otro hombre, que daba la impresión de ser un anciano, se sentó en la silla de ruedas y se dejó conducir hasta el elevador.
* * *
En la madrugada del sábado 22 de febrero, un oficial de la Armada llegó a la recepción del Miramar. Preguntó qué departamentos habían sido alquilados recientemente. El dependiente le informó que dos: el 401 y el 602.
Aún estaba oscuro afuera. Por la recepción del edificio ingresaron seis elementos de Fuerzas Especiales de la Armada.
En cuestión de segundos, decidieron que inspeccionarían primero el departamento 602.
Los marinos no estaban seguros en cuál de los dos departamentos se ocultaba Joaquín El Chapo Guzmán. Tampoco sabían si ambos habían sido alquilados por las mismas personas.
Con un golpe seco y certero reventaron la chapa e ingresaron en el departamento. Una pareja de hombres, un estadunidense y un mexicano, celebraban una fiesta para dos. Estaban tan drogados que ni siquiera mostraron temor ante el ingreso de los marinos encapuchados.
Al instante fue claro que los ocupantes del 602 nada tenían que ver con El Chapo y su organización.
Los seis marinos bajaron dos pisos para inspeccionar el otro departamento. Frente a la puerta del 401, tendido sobre un colchón, dormitaba Carlos Manuel Hoo Ramírez, colaborador de Guzmán Loera. No tuvo tiempo de reaccionar.
Mientras el vigilante era inmovilizado, un ariete botó la cerradura de la puerta. Los marinos revisaron la primera habitación. Ahí encontraron a dos niñas —hijas de El Chapo Guzmán—, así como a dos mujeres: la nana y la cocinera.
Cuando entraron en otra habitación, una mujer que después se identificaría como Emma Coronel, esposa de El Chapo, estaba acostada sobre la cama, vestida con ropa de dormir.
“Yo estoy sola aquí con mis hijas”, respondió cuando le preguntaron por su marido. Al tratar de revisar el baño, los marinos se toparon con que la puerta no abría. Alguien la detenía desde adentro.
* * *
A finales del año pasado, la detención de un grupo de narcomenudistas en Culiacán puso a la Procuraduría General de la República (PGR) sobre la pista de los hermanos Sandoval Romero, quienes formaban parte de la escolta del capo Ismael El Mayo Zambada.
Joel Enrique, alias El Diecinueve o El Loco; Apolonio, El Treinta, y Cristo Omar, El Cristo, fueron capturados por fuerzas federales el jueves 13 de febrero, en La Reforma, municipio de Angostura.
Estaban acompañados de otros dos sicarios: Jesús Andrés Corrales Astorga, El Bimbo, y Miguel Pérez Urrea, La Pitaya. Y tenían en su poder 280 mil pesos y cuatro mil 400 dólares, además de 77 armas largas, 15 armas cortas y cuatro vehículos.
El grupo fue transportado a la Ciudad de México. En las oficinas de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) se hizo un análisis de la información contenida en sus celulares. Eso condujo a la PGR a la detención de Mario Hidalgo Argüello, el hombre más cercano a El Chapo.
Atento a todas las necesidades de su patrón, Argüello, apodado El Nariz, había salido a deshoras la noche del domingo 16 al lunes 17 para conseguirle a El Chapo algo para cenar.
El jefe del cártel del Pacífico tenía mucho cuidado con lo que comía. Si no lo había preparado su cocinera, una mujer guapa de unos 30 años de edad, o se lo había conseguido El Nariz, podía quedarse sin probar alimento.
Tenía la costumbre de dormirse de madrugada y despertar a mediodía. Por eso eran las cinco de la mañana cuando El Nariz, a quien El Chapo ya le había dado permiso de retirarse, fue detenido por agentes federales cuando llegaba a su casa, en Culiacancito.
El Chapo ya llevaba un par de semanas en Culiacán. En la colonia clasemediera Libertad poseía un conjunto de siete casas, interconectadas por túneles. Era tal la paranoia del narcotraficante que a nadie avisaba, ni siquiera a El Nariz, en cuál de las casas pasaría la noche cuando se encontraba en la capital sinaloense, a la que ocasionalmente llegaba acompañado de su madre, una mujer octogenaria que requiere de un tanque de oxígeno.
Más tarde se sabría que esa sería la última noche que Guzmán Loera pasaría en Culiacán, pues ya había decidido regresar a la sierra, que le había servido de refugio inexpugnable durante más de una década.
Interrogado, el mandadero de El Chapo condujo a sus captores a una casa donde no se encontraba su jefe. “Nos dimos cuenta de que nos estaba desorientando y, seguramente, ganando tiempo”, dijo una fuente federal del área de procuración de justicia entrevistada para esta reconstrucción.
Cuando finalmente dieron con una de las casas que usaba El Chapo, estaba amaneciendo.
Tomó al grupo de marinos encargados de la operación cuatro minutos tirar una de las puertas reforzadas de la residencia y diez minutos más la segunda.
Cuando las autoridades pudieron penetrar en la casa, era demasiado tarde: El Chapo ya había accionado el mecanismo para abrir una puerta secreta cubierta por una tina y había bajado a un túnel que conectaba con el desagüe de la ciudad.
Lo que ya no pudo hacer el capo fue asegurar que la tina bajara completamente y así ocultar la ruta de escape. Eso delató su última fuga.
* * *
Las dos tinas que tapaban los accesos a los túneles por debajo de las casas de El Chapo en Culiacán tenían mecanismos ingeniosos para levantarse.
Uno de ellos tenía que ser conectado antes de accionarse, hecho lo cual había que oprimir un botón oculto detrás del espejo del baño.
Por la que se escapó El Chapo requería de tres golpes para botar un seguro, al estilo de las puertas secretas del Superagente 86.
En su huida, Guzmán Loera decidió cargar con una pesada mochila negra. En su interior había un lanzacohetes y dos cohetes útiles.
De acuerdo con una fuente oficial, dichos cohetes son capaces de seguir un rastro de calor y pueden ser usados para tirar un helicóptero.
En la oscuridad del desagüe, El Chapo hizo malabares para no caerse, pues el piso era curvo en algunos tramos. Incluso se golpeó la cabeza. Llegó un momento en que decidió abandonar la mochila con el lanzacohetes.
Cuando descubrió la luz que entraba por una alcantarilla, sacó un celular y buscó señal. Llamó a Manuel López Osorio, El Picudo, jefe de plaza del cártel en Culiacán y le pidió recogerlo a la salida del desagüe.
En el cielo, varios kilómetros arriba, un dron de la DEA volaba sobre territorio sinaloense recogiendo las señales de los teléfonos celulares que habían sido identificados desde la detención del grupo de sicarios de El Mayo Zambada.
El 19 de febrero, fue el propio Picudo quien cayó en manos de las autoridades. Tenía en su poder 20 kilos de cocaína y 20 armas largas.
Al día siguiente, el jueves 20, fue detenido Jesús Peña González, alias El Veinte, jefe de José Rodrigo Aréchiga Gamboa, El Chino Ántrax, el coordinador de transporte y logística del cártel, detenido en Holanda en diciembre pasado.
Cuando las autoridades preguntaron a El Veinte —líder de Los Ántrax, el brazo armado del cártel—, de qué otra manera era conocido, no dudó en decirlo: La Última Sombra, el hombre que rara vez se despegaba de El Mayo Zambada.
Entre los objetos que le decomisaron estaba una camioneta pick up con un blindaje pocas veces visto, superior al nivel siete.
Mientras tanto, en el conjunto de casas de la colonia Libertad, funcionarios federales levantaban el inventario de lo que El Chapo había dejado detrás. Se les había escapado el jefe del cártel, pero habían logrado el decomiso más grande de droga en el tiempo que lleva el actual gobierno: 3.2 toneladas de cocaína, metanfetamina y mariguana.
Además de armas —pistolas, granadas, escopetas y rifles de alto poder—, Guzmán Loera abandonó objetos que hablan de su estilo de vida: toallas bordadas con sus iniciales, pinturas al óleo de su familia y muchas, muchas cámaras de seguridad, incluso en las habitaciones.
* * *
“Está bien, ya voy a salir”, dijo El Chapo desde el interior del baño. Tres veces le habían pedido, de manera enérgica, que se entregara. Con las manos por delante, alzando los brazos, se puso a disposición de los marinos. Sólo llevaba puesta una trusa.
El procurador Jesús Murillo Karam se había ido a dormir sabiendo que la señal del teléfono de Guzmán Loera había sido localizada en Mazatlán.
Había una sola duda: ¿En qué departamento del condominio se ocultaba?
Dos días antes, el capo pudo haber sido detenido en un suburbio de Culiacán, pero se decidió que lanzar ahí un operativo de captura era demasiado peligroso para los habitantes del lugar.
La mañana del sábado 22 de febrero, el presidente Enrique Peña Nieto pidió que su gabinete de seguridad se reuniera en la Secretaría de Gobernación. El secretario de Marina llegó de civil. El de la Defensa tuvo que desplazarse desde la sierra de Guerrero para acudir a la cita.
Mediante una llamada, el Ejecutivo preguntó a sus funcionarios qué tan seguros estaban de que el detenido unas horas antes fuera en realidad El Chapo Guzmán. El procurador dijo que la información estaba confirmada al 95 por ciento.
“Pues avísenme cuando sea el 100 por ciento”, agregó el Presidente.
Mientras tanto, El Chapo había sido transportado en helicóptero del lugar de su detención al aeropuerto de Mazatlán. Y ya venía volando en un avión de la Armada. Su esposa, hijas, nana y cocinera permanecieron en Mazatlán.
El gabinete de seguridad había contemplado la posibilidad de ofrecer una conferencia allí mismo en Bucareli. Sin embargo, ante la solicitud presidencial de confirmar completamente la identidad de El Chapo, se optó por volar todos en helicóptero al hangar de la Secretaría de Marina, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Cuando bajó del avión, El Chapo se había vestido con ropa que los marinos habían tomado del departamento en el condominio Miramar. También llevaba puesta una venda en los ojos.
En el hangar de la Armada ya lo esperaba un equipo de especialistas de la PGR que tendrían la responsabilidad de confirmar su identidad. Le tomaron muestras de saliva y huellas digitales.
Cuando le quitaron la venda, le ofrecieron una botella de agua Perrier que el capo se terminó casi sin respirar. Cuando le preguntaron cómo se sentía, primero respondió: “¿Mande?” Cuando le repitieron la pregunta, contestó: “Bien, nomás la presión, que a veces se sube y a veces se baja”.
Un funcionario se acercó para decirle que no se presentarían cargos en contra de su esposa, nana y cocinera. Que ellas estaban bien y que podían llevarlas a donde ellas quisieran.
“¿Me lo garantiza, licenciado?”, preguntó El Chapo. En respuesta, el funcionario sacó un celular y marcó un número. Pidió que le comunicaran con Emma Coronel y le pasó el teléfono a El Chapo. “Sólo tienes cinco minutos”, le advirtió.
Guzmán Loera saludó a su mujer y dijo que estaba bien. Preguntó cómo estaban ella y sus hijas. Y luego dijo: “Un licenciado ofreció llevarlas a donde tú quieras. Si quieres ir al rancho o a un centro comercial, ya tú les dices”. A los cinco minutos justos, le fue retirado el celular.
Una vez que se confirmó la identidad del detenido, el presidente Peña Nieto publicó un tuit a las 13 horas con 42 minutos. “Reconozco la labor de las instituciones de seguridad del Estado mexicano, para lograr la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera en Mazatlán”, escribió el Ejecutivo.
Veinticuatro minutos después comenzó la conferencia informativa en la pista del hangar, encabezada por el titular de la PGR.
Cuando ésta terminó, El Chapo fue conducido por dos marinos a un helicóptero de la Armada. La decisión de llevarlo tomado por la nuca no fue casual. Las autoridades querían evitar alguna manifestación de júbilo o sorna por parte del capo, como sucedió cuando fue detenido Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, en agosto de 2010.
Pero El Chapo no estaba para bromas. Su semblante serio se transformó en uno de terror cuando el helicóptero despegó rumbo al penal del Altiplano.
Había sólo un departamento disponible: el 401. El 602 acababa de ser arrendado a otras personas. Son 40 mil pesos, dijo el encargado. El enviado de "El Chapo" pagó en efectivo.
El narcotraficante más buscado del mundo venía huyendo desde Culiacán. Había logrado escapar mediante una intrincada red de seguridad que incluyó el drenaje público de la capital de Sinaloa. Había recorrido una parte de esos túneles cargando un lanzacohetes en una maleta. El camino no fue fácil y decidió deshacerse de esa arma. Ahí había de ser encontrada.
El emisario de El Chapo preguntó al encargado si contaba con una silla de ruedas. “Es para mi papá, que está un poco enfermo”, dijo. La respuesta fue positiva. La entregó.
Esa silla de ruedas fue llevada hasta la puerta de un modesto coche Nissan, modelo Sentra 2013. De ahí, bajó un “anciano”, quien fue llevado así hasta el interior del departamento 401.
Ese tramo entre el auto y el departamento fue el último que Guzmán Loera recorrió en libertad.
En la madrugada del sábado 22 de febrero, los marinos del grupo de élite que persiguen al crimen organizado ingresaron a los dos departamentos del complejo Miramar recientemente rentados.
“Quiero alquilar un departamento por tres meses”, dijo un hombre al encargado de la administración del condominio Miramar.
Pese a ser una época en que el puerto de Mazatlán se llena de turistas estadunidenses y canadienses que llegan para pasar el invierno, el edificio tenía un departamento disponible: el 401.
El precio se fijó en 40 mil pesos, que el solicitante liquidó en efectivo.
“Una última cosa”, dijo, antes de volver sobre sus pasos. “Lo estoy rentando para mi papá, que está un poco enfermo. ¿No tendría usted una silla de ruedas que me pueda prestar?”
Horas más tarde, un automóvil Sentra modelo 2013, color azul marino, ingresó en el estacionamiento del condominio. Dos hombres iban en la parte delantera. Atrás, tres mujeres y dos niñas pequeñas.
Del asiento del copiloto bajó un hombre con sombrero, abrigo y lentes oscuros. El chofer se dirigió a la recepción y regresó con una silla de ruedas.
El otro hombre, que daba la impresión de ser un anciano, se sentó en la silla de ruedas y se dejó conducir hasta el elevador.
* * *
En la madrugada del sábado 22 de febrero, un oficial de la Armada llegó a la recepción del Miramar. Preguntó qué departamentos habían sido alquilados recientemente. El dependiente le informó que dos: el 401 y el 602.
Aún estaba oscuro afuera. Por la recepción del edificio ingresaron seis elementos de Fuerzas Especiales de la Armada.
En cuestión de segundos, decidieron que inspeccionarían primero el departamento 602.
Los marinos no estaban seguros en cuál de los dos departamentos se ocultaba Joaquín El Chapo Guzmán. Tampoco sabían si ambos habían sido alquilados por las mismas personas.
Con un golpe seco y certero reventaron la chapa e ingresaron en el departamento. Una pareja de hombres, un estadunidense y un mexicano, celebraban una fiesta para dos. Estaban tan drogados que ni siquiera mostraron temor ante el ingreso de los marinos encapuchados.
Al instante fue claro que los ocupantes del 602 nada tenían que ver con El Chapo y su organización.
Los seis marinos bajaron dos pisos para inspeccionar el otro departamento. Frente a la puerta del 401, tendido sobre un colchón, dormitaba Carlos Manuel Hoo Ramírez, colaborador de Guzmán Loera. No tuvo tiempo de reaccionar.
Mientras el vigilante era inmovilizado, un ariete botó la cerradura de la puerta. Los marinos revisaron la primera habitación. Ahí encontraron a dos niñas —hijas de El Chapo Guzmán—, así como a dos mujeres: la nana y la cocinera.
Cuando entraron en otra habitación, una mujer que después se identificaría como Emma Coronel, esposa de El Chapo, estaba acostada sobre la cama, vestida con ropa de dormir.
“Yo estoy sola aquí con mis hijas”, respondió cuando le preguntaron por su marido. Al tratar de revisar el baño, los marinos se toparon con que la puerta no abría. Alguien la detenía desde adentro.
* * *
A finales del año pasado, la detención de un grupo de narcomenudistas en Culiacán puso a la Procuraduría General de la República (PGR) sobre la pista de los hermanos Sandoval Romero, quienes formaban parte de la escolta del capo Ismael El Mayo Zambada.
Joel Enrique, alias El Diecinueve o El Loco; Apolonio, El Treinta, y Cristo Omar, El Cristo, fueron capturados por fuerzas federales el jueves 13 de febrero, en La Reforma, municipio de Angostura.
Estaban acompañados de otros dos sicarios: Jesús Andrés Corrales Astorga, El Bimbo, y Miguel Pérez Urrea, La Pitaya. Y tenían en su poder 280 mil pesos y cuatro mil 400 dólares, además de 77 armas largas, 15 armas cortas y cuatro vehículos.
El grupo fue transportado a la Ciudad de México. En las oficinas de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) se hizo un análisis de la información contenida en sus celulares. Eso condujo a la PGR a la detención de Mario Hidalgo Argüello, el hombre más cercano a El Chapo.
Atento a todas las necesidades de su patrón, Argüello, apodado El Nariz, había salido a deshoras la noche del domingo 16 al lunes 17 para conseguirle a El Chapo algo para cenar.
El jefe del cártel del Pacífico tenía mucho cuidado con lo que comía. Si no lo había preparado su cocinera, una mujer guapa de unos 30 años de edad, o se lo había conseguido El Nariz, podía quedarse sin probar alimento.
Tenía la costumbre de dormirse de madrugada y despertar a mediodía. Por eso eran las cinco de la mañana cuando El Nariz, a quien El Chapo ya le había dado permiso de retirarse, fue detenido por agentes federales cuando llegaba a su casa, en Culiacancito.
El Chapo ya llevaba un par de semanas en Culiacán. En la colonia clasemediera Libertad poseía un conjunto de siete casas, interconectadas por túneles. Era tal la paranoia del narcotraficante que a nadie avisaba, ni siquiera a El Nariz, en cuál de las casas pasaría la noche cuando se encontraba en la capital sinaloense, a la que ocasionalmente llegaba acompañado de su madre, una mujer octogenaria que requiere de un tanque de oxígeno.
Más tarde se sabría que esa sería la última noche que Guzmán Loera pasaría en Culiacán, pues ya había decidido regresar a la sierra, que le había servido de refugio inexpugnable durante más de una década.
Interrogado, el mandadero de El Chapo condujo a sus captores a una casa donde no se encontraba su jefe. “Nos dimos cuenta de que nos estaba desorientando y, seguramente, ganando tiempo”, dijo una fuente federal del área de procuración de justicia entrevistada para esta reconstrucción.
Cuando finalmente dieron con una de las casas que usaba El Chapo, estaba amaneciendo.
Tomó al grupo de marinos encargados de la operación cuatro minutos tirar una de las puertas reforzadas de la residencia y diez minutos más la segunda.
Cuando las autoridades pudieron penetrar en la casa, era demasiado tarde: El Chapo ya había accionado el mecanismo para abrir una puerta secreta cubierta por una tina y había bajado a un túnel que conectaba con el desagüe de la ciudad.
Lo que ya no pudo hacer el capo fue asegurar que la tina bajara completamente y así ocultar la ruta de escape. Eso delató su última fuga.
* * *
Las dos tinas que tapaban los accesos a los túneles por debajo de las casas de El Chapo en Culiacán tenían mecanismos ingeniosos para levantarse.
Uno de ellos tenía que ser conectado antes de accionarse, hecho lo cual había que oprimir un botón oculto detrás del espejo del baño.
Por la que se escapó El Chapo requería de tres golpes para botar un seguro, al estilo de las puertas secretas del Superagente 86.
En su huida, Guzmán Loera decidió cargar con una pesada mochila negra. En su interior había un lanzacohetes y dos cohetes útiles.
De acuerdo con una fuente oficial, dichos cohetes son capaces de seguir un rastro de calor y pueden ser usados para tirar un helicóptero.
En la oscuridad del desagüe, El Chapo hizo malabares para no caerse, pues el piso era curvo en algunos tramos. Incluso se golpeó la cabeza. Llegó un momento en que decidió abandonar la mochila con el lanzacohetes.
Cuando descubrió la luz que entraba por una alcantarilla, sacó un celular y buscó señal. Llamó a Manuel López Osorio, El Picudo, jefe de plaza del cártel en Culiacán y le pidió recogerlo a la salida del desagüe.
En el cielo, varios kilómetros arriba, un dron de la DEA volaba sobre territorio sinaloense recogiendo las señales de los teléfonos celulares que habían sido identificados desde la detención del grupo de sicarios de El Mayo Zambada.
El 19 de febrero, fue el propio Picudo quien cayó en manos de las autoridades. Tenía en su poder 20 kilos de cocaína y 20 armas largas.
Al día siguiente, el jueves 20, fue detenido Jesús Peña González, alias El Veinte, jefe de José Rodrigo Aréchiga Gamboa, El Chino Ántrax, el coordinador de transporte y logística del cártel, detenido en Holanda en diciembre pasado.
Cuando las autoridades preguntaron a El Veinte —líder de Los Ántrax, el brazo armado del cártel—, de qué otra manera era conocido, no dudó en decirlo: La Última Sombra, el hombre que rara vez se despegaba de El Mayo Zambada.
Entre los objetos que le decomisaron estaba una camioneta pick up con un blindaje pocas veces visto, superior al nivel siete.
Mientras tanto, en el conjunto de casas de la colonia Libertad, funcionarios federales levantaban el inventario de lo que El Chapo había dejado detrás. Se les había escapado el jefe del cártel, pero habían logrado el decomiso más grande de droga en el tiempo que lleva el actual gobierno: 3.2 toneladas de cocaína, metanfetamina y mariguana.
Además de armas —pistolas, granadas, escopetas y rifles de alto poder—, Guzmán Loera abandonó objetos que hablan de su estilo de vida: toallas bordadas con sus iniciales, pinturas al óleo de su familia y muchas, muchas cámaras de seguridad, incluso en las habitaciones.
* * *
“Está bien, ya voy a salir”, dijo El Chapo desde el interior del baño. Tres veces le habían pedido, de manera enérgica, que se entregara. Con las manos por delante, alzando los brazos, se puso a disposición de los marinos. Sólo llevaba puesta una trusa.
El procurador Jesús Murillo Karam se había ido a dormir sabiendo que la señal del teléfono de Guzmán Loera había sido localizada en Mazatlán.
Había una sola duda: ¿En qué departamento del condominio se ocultaba?
Dos días antes, el capo pudo haber sido detenido en un suburbio de Culiacán, pero se decidió que lanzar ahí un operativo de captura era demasiado peligroso para los habitantes del lugar.
La mañana del sábado 22 de febrero, el presidente Enrique Peña Nieto pidió que su gabinete de seguridad se reuniera en la Secretaría de Gobernación. El secretario de Marina llegó de civil. El de la Defensa tuvo que desplazarse desde la sierra de Guerrero para acudir a la cita.
Mediante una llamada, el Ejecutivo preguntó a sus funcionarios qué tan seguros estaban de que el detenido unas horas antes fuera en realidad El Chapo Guzmán. El procurador dijo que la información estaba confirmada al 95 por ciento.
“Pues avísenme cuando sea el 100 por ciento”, agregó el Presidente.
Mientras tanto, El Chapo había sido transportado en helicóptero del lugar de su detención al aeropuerto de Mazatlán. Y ya venía volando en un avión de la Armada. Su esposa, hijas, nana y cocinera permanecieron en Mazatlán.
El gabinete de seguridad había contemplado la posibilidad de ofrecer una conferencia allí mismo en Bucareli. Sin embargo, ante la solicitud presidencial de confirmar completamente la identidad de El Chapo, se optó por volar todos en helicóptero al hangar de la Secretaría de Marina, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Cuando bajó del avión, El Chapo se había vestido con ropa que los marinos habían tomado del departamento en el condominio Miramar. También llevaba puesta una venda en los ojos.
En el hangar de la Armada ya lo esperaba un equipo de especialistas de la PGR que tendrían la responsabilidad de confirmar su identidad. Le tomaron muestras de saliva y huellas digitales.
Cuando le quitaron la venda, le ofrecieron una botella de agua Perrier que el capo se terminó casi sin respirar. Cuando le preguntaron cómo se sentía, primero respondió: “¿Mande?” Cuando le repitieron la pregunta, contestó: “Bien, nomás la presión, que a veces se sube y a veces se baja”.
Un funcionario se acercó para decirle que no se presentarían cargos en contra de su esposa, nana y cocinera. Que ellas estaban bien y que podían llevarlas a donde ellas quisieran.
“¿Me lo garantiza, licenciado?”, preguntó El Chapo. En respuesta, el funcionario sacó un celular y marcó un número. Pidió que le comunicaran con Emma Coronel y le pasó el teléfono a El Chapo. “Sólo tienes cinco minutos”, le advirtió.
Guzmán Loera saludó a su mujer y dijo que estaba bien. Preguntó cómo estaban ella y sus hijas. Y luego dijo: “Un licenciado ofreció llevarlas a donde tú quieras. Si quieres ir al rancho o a un centro comercial, ya tú les dices”. A los cinco minutos justos, le fue retirado el celular.
Una vez que se confirmó la identidad del detenido, el presidente Peña Nieto publicó un tuit a las 13 horas con 42 minutos. “Reconozco la labor de las instituciones de seguridad del Estado mexicano, para lograr la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera en Mazatlán”, escribió el Ejecutivo.
Veinticuatro minutos después comenzó la conferencia informativa en la pista del hangar, encabezada por el titular de la PGR.
Cuando ésta terminó, El Chapo fue conducido por dos marinos a un helicóptero de la Armada. La decisión de llevarlo tomado por la nuca no fue casual. Las autoridades querían evitar alguna manifestación de júbilo o sorna por parte del capo, como sucedió cuando fue detenido Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, en agosto de 2010.
Pero El Chapo no estaba para bromas. Su semblante serio se transformó en uno de terror cuando el helicóptero despegó rumbo al penal del Altiplano.
(ZOCALO/ Excélsior /27/02/2014 - 08:26 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario