domingo, 1 de abril de 2012

A SEIS METROS


Javier Valdez   
Seis metros. Eso es lo que quiero. No más: tenerlo al bato a seis metros. Con eso tengo, te lo juro. Pa’hacer el jale.  
Su amigo no murió en sus brazos pero poco faltó. Ahora le llora, habla, grita, promete. En vida se juraron lealtad: vengar la muerte del otro. Si te dan piso. Fue una condena mutua. El que quede vivo, va tras ellos. A darles gas.

Compartieron jales victoriosos y dolorosas pérdidas. Llegaban a los antros y los tumultos se partían bíblicamente, para darles paso. Miraron de frente a los militares apostados en las trincheras, agazapados y en retenes, y brincaron como espectros alados.

Les dijeron, Vayan por aquel. Y así lo hicieron. Se les presentaron seis contra dos, cinco contra diez, ocho contra quince. Llegaron, sorprendieron, apuntaron, cortaron cartucho. Ei plebes, háganse a un lado porque no van a salir vivos de esta. Era tal la seguridad que algunos de ellos terminaban con las armas en el piso, boca abajo, con la vida en un filo.

Se llevaron al que tenían que llevarse. Él, el que está vivo, dice, No matamos si no se lo merecían. No matamos por gusto. No a quien no debía. Matamos a los que debíamos matar: los que estorbaban, los que se pasaban, los que nos ordenaban, los autorizados. Eran los muertos. Y ya no están.

Chingo mi madre si no, compa. Chingo mi madre si no te vengo. Era eso, su compa, carnal, hermano, cuate, amigo. Desde la infancia: escupiendo sotavento, apedreando la loma, el mar, el agua de lluvia y las estrellas. Su amigo escaló y llegó alto. Se metió con una morra. Le tuvieron envidia. No querían que ascendiera más. Dicen todo eso pa’justificar tu muerte. Pero yo me voy a vengar.

Lo agarraron solito. Su amigo del alma, como le decía, entre pedas, líneas blancas en espera y cremalleras abiertas. Iban en una Silverado negra y lo atoraron desde dos o tres frentes. Cacería de perro rabioso. De frente, como dice la rola aquella, no se podía.

Pum pum pum. Las ráfagas no buscaron. Ya llevaba él las balas en esa camiseta bluberri, esos lentes que le cubrían media cara, ese Nextel y ese Blackberri digital. Solo que cuando jalaron el gatillo aquellos encapuchados, las balas penetraron, fueron más allá. Sangre, gritos, mano apuñada, bajo el asiento, buscando la Glock.

No llegó a empuñarla. El hilillo rojo alcanzó su brazo, muñeca, manos, dedos. Y goteó en el piso de la camioneta. Y no empañó el cristal delantero del automóvil porque el resuello no llegó a tanto, pero sí el recuerdo y la lealtad. Te voy a vengar, le dijo llorando. Y retó: quién sea, me vale madre, lo voy a matar.

Y ya sabes quién fue. Sí, sí sé. Y ahora soy jefe. Traigo treinta conmigo, más los que pueda juntar. Pero no los necesito, la neta. Yo solito me lo voy a echar. Es un bato pesado, un jefecito. No me importa que no me lo vayan a autorizar, no necesito. Le voy a dar pa’bajo.

Solo quiero tenerlo a seis metros. Que me avisen, Ahí está. Yo llego con mi nueve y pum pum pum. Lo mato al cabrón. Y tú. Qué. Qué va a pasar contigo. Nada. Ese bato nunca está solo. Me van a matar.

22 de marzo de 2012.

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