DEL
ANECDOTARIO:
Fernando Villa
Escárciga
Hombre de
controversias y altas decisiones, Julio
Ramón Luebbert Duarte sin duda dejó profunda huella en su querido
Guaymas.
Podrá ser cuestionado
o no, podrán muchos reconocerlo y otros no. Cada quien con sus recuerdos,
opiniones y vivencias.
Viene al caso por el
reciente fallecimiento del fundador del periódico Expreso y su relación con los
medios, su respeto por el esfuerzo del oficio.
Corrían mayo del 2001
y el sexto número de la Revista Guaymax, proyecto con ganas
de hacer buen periodismo.
En el participaban
quien esto escribe, Juan José (Pepe) Ramírez Lizárraga y Ascensión (Tivo) Sánchez Vázquez. Se batallaba
mucho.
La revista tenía
bastante aceptación por la pluralidad de su contenido, por la excelente pluma
del Tivo y el tremendo ingenio del Pepe.
En términos
editoriales y de diseño, de manejo de temas y contenido editorial no había
problema. La bronca era lo financiero.
La calidad del
material e impresión eran costosos, muy costosos. Apenas se alcanzaba el punto
de equilibrio.
En busca de
publicidad se visitaban empresarios, tortillerías, negocios chicos, grandes y a
punto de extinción. Era un trajinar constante.
Por esos
días se publicó una detallada crónica de tres páginas sobre un Foro de Pesca: “Entre el hartazgo y la
desesperanza”
La conclusión del
editorial se refería a las políticas del gobierno a favor de los grandes
empresarios en perjuicio del sector social.
A poco de aparecer
esa edición Ascensión y Fernando se apersonaron en las oficinas de Luebbert, en
Villas de Miramar.
Después de ser
anunciados por su secretaria (Betty
Galindo, parece que se llamaba), el empresario salió a la
recepción.
--¿Qué pasó, mi Tivo, como estás? – saludó con franca
sonrisa.
-- Bien, Julio,
gracias. Venimos a saludarte –respondió el aludido.
-- ¿¡Y tú, recabrón,
después de joderme tienes el cinismo de pararte aquí!?
-- Eitale, Julio,
hace años no te menciono…
-- No te hagas güey.
Ya te leí, nos fregaste a los armadores y de paso a Salvador (Lizárraga, presidente de la Canainpes).
Pásenle cabrones…
De inmediato ordenó
café e inició la plática, siempre bromeando, amable. Se habló de política, de
Guaymas y sus problemas.
Luego atajó: “Ahora
sí, ¿a qué jodidos vinieron?”.
Se le ofrecieron
espacios de publicidad en la revista para sus empresas, su ferretería, la
maderera…
En ese momento, de una oficina contigua, entró un muy
joven Luis Felipe Romandía
(hoy director de Expreso) con
un informe para su jefe.
--¿Cómo la ves,
licenciado? Estos cabrones quieren que les compre publicidad para seguirme
chingando.
Tras sonreír Romandía
se retiró a continuar su trabajo.
Dos, tres llamadas
hizo Julio Luebbert: “Sí, sí, hay que apoyarlos. Nos chingan pero es una buena
revista, es buen periodismo… “.
--Listo, ya les
mandarán la publicidad. Sigan así, sigan adelante.
Eso fue todo. Julio
Luebbert jamás pidió consideración o “buen trato” para el sector empresarial,
para algún político, para sí mismo. Para nadie.
Sólo se limitó a
apoyar un proyecto periodístico por su respeto al oficio. Y era raza, sencillo,
con el gesto amistoso por delante.
Eso pasó, consta. Es
de agradecer.
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