Es tan increíble que parece
mentira. ¿Cuánto le ha costado al Presidente Enrique Peña Nieto permitir que su
familia actúe como una monarquía? ¿Cuánto el no ponerles freno para que los
asuntos de la casa presidencial fueran temas de vida privada y no cotilleo de
las revistas de corazón y la prensa política? Permitió que su esposa Angélica
Rivera abriera las puertas de Los Pinos a la revista Hola! para tomarle
fotografías propias de la realeza y no de un gobierno republicano, y sin freno
divulgara la compra y ampliación de su casa blanca en las Lomas de Chapultepec,
que provocó que un curioso reportero, Rafael Cabrera, indagara el entretejido
de esa obra que se convirtió en el punto de quiebre de la credibilidad
presidencial, el antes y después de un sexenio que se esperaba de luces y
terminó en la sombra de una pesadilla interminable con la marca indeleble, con
razón o sin ella, de corrupción.
Aquella revelación hecha por
Aristegui Noticias, provocó la crítica nacional y el principio de la revisión
en el mundo de lo que las reformas habían ocultado: un enriquecimiento que
tenía cara de ilegal. No era así, pero en política, la percepción se convierte
velozmente en realidad. Confundidos los términos, Peña Nieto nunca entendió el
conflicto de interés desvelado por Cabrera, que un empresario muy amigo de él,
beneficiario de contratos en el estado de México, Juan Armando Hinojosa,
hubiera sido el facilitador inmobiliario de la compra de la casa blanca, que
alimentó la leyenda de corrupción.
Varios empresarios, molestos
con Peña Nieto por la reforma fiscal, aprovecharon el momento y contribuyeron,
financiando su difusión masiva, para estamparle una etiqueta negativa al
Presidente y contribuir de manera significativa, aunque muy probablemente
involuntaria, a que la realidad de abusos y excesos se acomodara al viejo
discurso de Andrés Manuel López Obrador, que galvanizó la ira nacional contra
Peña Nieto y lo sepultó en las elecciones presidenciales.
¿Qué es lo que no entendió el
señor Presidente? Parece que nada. En la edición de Hola! que ya está
circulando, la portada está dedicada a Paulina Peña Pretelin, cuyo encabezado
para atraer lectores dice: “Así ha sido mi vida en Los Pinos”. La revista
asegura que “en un excepcional reportaje exclusivo analiza sus errores,
experiencias y aprendizajes”. La entrevista no tiene nada de excepcional y en
realidad no analiza nada de lo que ofrece, sino comenta sin entrar en detalles
algunos de los momentos que pasó en Los Pinos. Pero en realidad eso no importa,
porque no se trata de ella, que abrió sus sentimientos a Hola!, sino el hecho
mismo que, en estos días donde agoniza el sexenio durante el cual su padre se volvió
en escarnio nacional, vuelva a sentarse el Presidente en un barril lleno de
dinamita con la mecha encendida, al permitir este encuentro cuyo fin era ganar
el tema de portada.
Ocho de cada 10 mexicanos,
según las encuestas de aprobación presidencial, rechazan la gestión de Peña
Nieto. Y la tendencia es que seguirá cayendo. Si la entrevista se viraliza, es
probable que llegue a niveles aún más bajos. No es lo que dice su hija, sino la
preparación de la entrevista. La reportera y el reportero gráfico, el tándem
necesario para cumplir cabalmente con ese género periodístico, fueron
acompañados por una estilista, un maquillista y una peinadora. Utilizaron
distinto vestuario y escenarios naturales. Paulina Peña Pretelin dijo que es
“muy tranquila” y que le gusta llevar un bajo perfil, lo que es una
contradicción. Esa portada es exactamente lo contrario. La falta de recato de
la familia presidencial y de prudencia por parte del Presidente, lo vuelve a
exhibir ante la opinión pública como un hombre frívolo, que o no tiene control
sobre su familia, o está rebasado por ella. Ningún Presidente antes que él,
había permitido la utilización de una revista del corazón como vehículo de
comunicación política, porque esto es, comunicación política. La revista de la
monarquía y la aristocracia, de los millonarios y los pudientes, escogida como
el escaparate de fin de sexenio de la familia presidencial.
Bien escribió Marshall
McLuhan en 1964 que “el medio es el mensaje”, cuando en su influyente libro
sobre la teoría de los medios de comunicación, señaló que no es el contenido,
sino el medio en sí mismo, lo que debía de estudiarse y analizarse, al ser un
componente fundamental de cómo se influye en una sociedad en tanto cómo se
proyecta al ser el medio una extensión de sí mismo. Peña Nieto no estudió
comunicación sino derecho, y su equipo de comunicación demostró a lo largo del
sexenio, una incompetencia antológica. La portada de Hola! es, en este sentido,
la confirmación de lo dicho.
¿Qué no entendió? Que los
asuntos privados de la casa presidencial se tienen que mantener privados. Que
la vida privada de una persona pública pierde ese carácter cuando
voluntariamente la socializa. Sólo Marta Sahagún, hizo pública su relación con
el entonces Presidente Vicente Fox que terminó en matrimonio, rompiendo los
enormes esfuerzos que el resto de los presidentes, revisados por décadas,
hicieron con sus familias. Los presidentes luchan incansablemente por mantener
a sus familias fuera del reflector público como una manera de protegerlos -el
caso más reciente en México es el de Felipe Calderón y Margarita Zavala-, y no son promotores de su exposición pública,
donde se vuelven vulnerables. Elogios nunca van a tener. Peña Nieto lo debió
haber sabido, pero nunca lo entendió, y seguirá sangrando por la misma herida
hasta que termine su mandato. Bien ganado se lo tiene.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/21/09/2018 | 04:00 AM)
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