Es grandilocuente y ambiciosa
la enorme misión que se ha planteado Andrés Manuel López Obrador como su legado
a la historia de la nación: la Cuarta Transformación. No escatima analogías con
la Independencia, la Reforma y la Revolución, pero ¿cuál es ese cambio que hace
pensar a López Obrador que reescribirá el rumbo que parecía manifiesto de
México? Hasta ahora no se vislumbra nada de ese calado, pero nunca se ve la
escala y trascendencia de los cambios hasta que se hacen, corrigen y
consolidan. Se sabe cómo y cuándo empieza todo, pero no cómo y cuándo termina.
En cualquier caso, si tan solo hace las cosas que ha prometido sin que se le
deshaga el país en las manos, mucho habrá logrado.
López Obrador está todavía
muy lejos de la estrategia de destruir todo para levantar lo nuevo de entre las
cenizas. La Cuarta Transformación busca construir una sociedad igualitaria,
como cada nuevo Presidente se ha propuesto hace muchos sexenios, así como
luchar contra la corrupción, como prometieron José López Portillo y Miguel de
la Madrid. Todos han fallado, lo que subraya el tamaño del reto. Su
Transformación, por lo que ha delineado, es reformista, no revolucionaria. Pero
que nadie se equivoca. Si esas reformas las lleva a cabo tan cabalmente como
ofrece, sentará nuevas bases de organización social.
Los contextos de su
Transformación con las anteriores son distintos, pero al igual que aquéllos,
arranca desde una posición minoritaria. Es cierto que el 53 por ciento de los
votantes sufragaron por él, para darle el mayor margen de victoria en la
historia, como también que del padrón electoral, lo apoyó sólo una tercera
parte en las urnas. Esto no regatea el tamaño de la victoria, pero modifica la
forma como se procese el triunfo. No es un mandato claro y masivo, como ha sugerido,
pero le permite tener el consenso nacional –por el tamaño de su votación- y la
arquitectura institucional –las mayorías en legislativas federales y estatales-
necesaria para ir construyendo el país de la Cuarta Transformación. No fue un
cheque en blanco lo que le dieron los mexicanos, pero sí los suficientes
recursos para hacer prácticamente lo que quiera.
Por lo que significa la
posibilidad de cambiar todo de acuerdo con su visión de país, la Cuarta
Transformación no puede reducirse al racimo de frases alegres y propuestas
simplistas que han dominado las semanas de la transición. Las ocurrencias de
muchos de quienes integrarán el nuevo gobierno, incluido López Obrador, se
convertirán pronto en veneno si no se articulan como propuestas razonables y
viables, que le permitan ir edificando su Dorado.
En su equipo hay voces
sensatas y experimentadas para correr sin tropezarse, como lo ha demostrado su
equipo económico y el próximo Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo
Ebrard. También hay figuras que conociendo al Presidente electo y su poca
tolerancia a que le lleven la contra, han preferido callar sus observaciones
críticas que podrían ayudar a refinar el proyecto, lo que en el mediano y largo
plazo, de mantenerse el silencio del temor, no contribuirán a que lo que se
quiere hacer, se haga mejor. La única que ha asumido la responsabilidad que le
toca es Olga Sánchez Cordero, futura Secretaria de Gobernación, quien ha
expresado públicamente lo que López Obrador no podrá hacer, aunque lo desee,
porque estaría violando la ley. De esas voces se necesitan más, si existe un
compromiso con la nación y no sólo con la persona.
Hay otras áreas donde las
ideas están escasas, pero la creatividad declarativa rampante, como en el área
de seguridad pública, que se convertirá en un naufragio que se chupará el
enorme capital político que hoy tiene, si no revisa, sin prejuicios y con la
mente abierta que él pide ser tratado, lo que considera su prioridad en el
gobierno. La seguridad será la parte más sensible de su gobierno porque es lo
más próximo y de impacto inmediato en la ciudadanía. Es lo más volátil y donde
rápidamente se hacen comparaciones. Ahí, más que en ningún otro campo, las
ocurrencias empiezan a ser de antología. ¿Reducir en tres años, por ejemplo, la
tasa de homicidios dolosos de casi 20 por 100 mil habitantes a 4 por cada 100
mil? Esa tasa, literalmente, ni Donald Trump la tiene. Plantearla como
compromiso en 36 meses, es un suicidio político.
Estas son el tipo de
declaraciones de ocurrencias que le harán daño al gobierno de López Obrador.
Hace unos días, su próximo Secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo,
dijo en una entrevista que quedarían fuera de la amnistía que propone el
Presidente electo, aquellos que hubieran cometido delitos de lesa humanidad,
pero cuando describió cuáles eran –por cierto, sin que se lo preguntaran-,
habló de delitos del fuero común, uno del fuero federal y ninguno en la
categoría que señaló. Desplegar a los futuros funcionarios del gobierno para
que se vayan haciendo cargo de sus cosas es inteligente, pero para llevar lo
teórico a lo práctico, conocimiento es lo que deben demostrar.
La Cuarta Transformación no
puede asentarse en arranques o caprichos. Por ahora se les puede perdonar todo,
porque apenas se enterarán de las entrañas del monstruo de país que van a
gobernar y cuáles son los alcances y desafíos reales que tiene el gobierno.
Pero no les queda mucho por delante antes de sentarse a dirigir el país. La
Cuarta Transformación, si es real, requiere seriedad. La campaña, como dice
López Obrador, ya acabó. Ahora les toca gobernar. Entre una y otra, la
diferencia es enorme.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 14/08/2018 | 04:02 AM)
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