Tras la victoria contundente
de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales, se sucedieron
varias expresiones indignas, cargadas quizás de temor, oportunismo, o
simplemente de subordinación absoluta ante quien será el próximo Presidente de
México. Allá quien, desde su espacio, haya decidido hincarse. Sus razones
tendrán y ya se verá cómo López Obrador procesa acción tan denigrante. Pero hay
otro, así, en singular, que debía haber cuidado las formas y el carácter
republicano por lo que su persona representa: el Presidente Enrique Peña Nieto.
Haberse reunido con el
virtual Presidente electo fue un gesto de civilidad y madurez republicana. En
ese sentido, uno como otro, nos mostraron lo que puede ser una vida de
alternancia democrática normal. Sólo hubo un detalle que pasó desapercibido
para muchos pero que es parte de lo que sucedió en Los Pinos el lunes siguiente
a la elección. Fue la forma como López Obrador dio sus primeras instrucciones,
sin investidura, al Presidente de la República, al anunciar que el martes
siguiente se reuniría con Peña Nieto, en Palacio Nacional, a las 11 de la
mañana.
Es cierto que desde la
campaña, López Obrador dijo que de ganar las elecciones, iba a pedirle al
Presidente Peña Nieto reunirse el martes, porque el lunes estaría todavía en la
secuela de la jornada electoral. Es decir, no hubo nada imprevisto ni
sorpresivo en sus intenciones. Por tanto, era algo que debían de haber
esperado. Pero el alegato de que fueron las primeras instrucciones al
Presidente se finca en el anuncio en Los Pinos de que la agenda de actividades
de Peña Nieto se había modificado para poder reunirse con López Obrador.
La forma como públicamente se
procesó en Los Pinos proyectó un mensaje de acatamiento. López Obrador hizo el
anuncio del encuentro el domingo de la victoria en el Zócalo, y al día
siguiente la oficina de comunicación social del Presidente simplemente debió
haber confirmado la cita. Pero se excedieron. Aceptaron que el encuentro fuera
en Palacio Nacional, por petición del candidato ganador y que para que se
cumplieran sus deseos, el Presidente se puso a su disposición. Lo republicano
del encuentro quedó precedido por la subordinación.
No es mera anécdota ni algo
intrascendente las formas del Presidente Peña Nieto. Tampoco es sólo un error
en la comunicación social presidencial. Ese tipo de encuentro tenía y debía
haberse dado en Palacio Nacional porque es la sede del Ejecutivo Federal, no
como una concesión a López Obrador quien ha dicho que no vivirá en Los Pinos,
que es la casa del Presidente. Un Presidente no cancela su agenda porque le
digan que lo quieren ver determinado día y a una hora en específico. Peña Nieto
seguirá siendo Presidente hasta el último minuto del próximo 30 de noviembre
cuando entregará el mando. Sin embargo, para efectos prácticos, se lo entregó
el martes y quedará como su administrador los días que le resten a su sexenio.
La forma sí es fondo. Lo que
no se vio fue cómo se preparó el Presidente Peña Nieto para su reunión.
Nervioso, cuentan personas que platicaron con él en la víspera de la reunión
con López Obrador, preguntaba con ansiedad qué podía hablar con él, qué podría
interesarle, cómo podría captar su atención. No planteaba un encuentro de
cortesía republicana para establecer el primer contacto de lo que sería la
transición, que sí se dio durante la reunión de casi dos horas. Peña Nieto
estaba preocupado de cómo podría establecer una empatía rápida con su sucesor.
Incluso, llegó a preguntar, afirmando, que sabía que le gustaba el beisbol,
como si quisiera emplear el recurso deportivo para construir otro tipo de
comunicación.
Lo que trascendió de la
reunión es lo que dijo López Obrador al salir de ella, que “fue un encuentro
cordial, amistoso, importante”, donde le agradeció haber actuado de manera
respetuosa durante el proceso electoral, y trataron diversos temas que tenían
que ver con la transición. Lo que dijo Peña Nieto a diferentes personas con
quienes habló de esa entrevista no fue sobre los temas de fondo expuestos por
López Obrador, sino sobre lo amable que fue el candidato vencedor con él. Peña Nieto
subrayó a diversas personas la forma como lo había tratado López Obrador, con
respeto y reconocimiento, lo que dejó como sabor de boca en los interlocutores
del Presidente la sensación de vacuidad y desconocimiento real, a punto de
terminar su mandato, de lo que realmente un Presidente de la República es y
debe ser.
Peña Nieto estaba más
preocupado de cómo lo veía López Obrador y la percepción que tuviera de él, que
de los asuntos de Estado que tienen que tratar entre los dos. Implícitamente
expresó temores. Habrá quienes desde sus trincheras cuiden sus intereses y se
pongan de hinojos ante López Obrador, para evitar que la furia del tsunami
electoral se convierta en represalias del próximo Presidente. Cada quien cuida
sus parcelas para lo que viene. No es el caso del Presidente.
Peña Nieto fue más allá,
distorsionando su rol como Jefe de Estado. Tendría que ser quien facilite el
proceso, quien elimine los obstáculos, quien haga de ella un proceso terso y,
valga la redundancia, republicano. No cabe en su papel el de un timorato,
amedrentado y acomplejado, como lo exudó ante López Obrador. Hará lo primero,
por los acotamientos institucionales y porque sus miedos lo llevarán a ello. Lo
segundo queda para la biografía del Presidente que no entendió cabalmente el
papel que le tocó jugar.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 09/07/2018 | 03:03 AM)
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