De todas las cosas que quiere
hacer Andrés Manuel López Obrador como presidente, hay una profundamente
disruptiva y altamente riesgosa: la despenalización de la amapola. Olga Sánchez
Cordero, la secretaria de Gobernación designada, dice que es una de las vías
centrales para la pacificación del país, y un proceso de reinserción para
cientos de personas metidas en la actividad ilícita de los opiáceos y la puerta
para que los cárteles de la droga, al cambiar la dinámica del negocio del
narcotráfico, opten por modificar su negocio, de la ilegalidad a la legalidad,
en donde sean parte del mercado. Está por verse.
La despenalización de la
amapola no sería un proceso unilateral. Sánchez Cordero señala que tendría que
ser en el marco de la Organización de las Naciones Unidas, mediante una
convención internacional sobre narcóticos que comprende este tipo de
iniciativas, y supervisada por la Oficina Internacional de Control de
Narcóticos, un órgano autónomo con fuertes vínculos con la ONU, que administra
y regula la producción legal de la amapola, hoy en día realizada por 18 países,
tan disímbolos como Afganistán, Australia y el Reino Unido.
La racional expuesta por
Sánchez Cordero tiene su piso en que –afirma- hay 110 comunidades en Guerrero
dedicadas plenamente a la producción ilegal de la amapola, que mediante un
proceso químico producen una de las drogas más lucrativas. La goma de opio
tenía un valor de 18 mil pesos por kilo en la sierra de Guerrero el año pasado,
en un mercado global cuyo valor oscila entre los 55 mil y los 65 mil millones
de dólares anuales. El incremento de la introducción de fentanilo procedente de
China, para producir drogas sintéticas, le restó mercado a los opiáceos, cuyo
valor a principio de este año había bajado a ocho mil pesos el kilo en la
sierra de Guerrero, donde en contraste con uno de sus principales cultivos, el
mango de manila, la caja de 28 kilos vale 14.29 pesos.
Las comunidades señaladas por
Sánchez Cordero se encuentran en la región de Tierra Caliente, de donde sale el
49% de los opiáceos que se exportan cada año al mercado estadounidense. Esas comunidades
se concentran en siete municipios, algunos de los más violentos en el país, y
su puerta de salida es por Cocula, donde el gobierno señala que fueron
asesinados los normalistas de Ayotzinapa en 2015, como resultado de una
confusión de bandas criminales que creían que pertenecían a un grupo rival en
el trasiego de drogas.
Según Sánchez Cordero la
despenalización de la amapola establecería no sólo la libertad para que se
cosechara, sino también para distribución y comercialización por parte del Estado
Mexicano, y sería una fuente de ingreso al colocarla en el mercado
internacional, donde los laboratorios químico farmacéuticos la compran
masivamente porque de ahí producen la morfina, que sigue siendo uno de los
medicamentos más utilizados en el mundo. La duda sobre el planteamiento del
próximo gobierno, es si al entrar en el negocio y disputarle las ganancias a
los cárteles de la droga, no entrarán a una confrontación abierta con los
cárteles.
Sánchez Cordero no lo cree, y
piensa que el cambio de reglas de juego podría ser utilizada por los cárteles
como una posibilidad de reinserción en la legalidad. Es decir, dejarían de ser
grupos ilegales para convertirse en empresas privadas productivas. Este
tránsito se antoja en este momento, utópico. El negocio de los opiáceos es
boyante por la demanda del mercado estadounidense, donde hay dos millones de
adictos. La despenalización de la amapola iría aparejada a la amnistía que
están preparando para todos aquellos campesinos o niños arrastrados por las
diferentes facetas del narcotráfico. La idea central de la propuesta es que al
convertir en mercado legal lo que hoy es ilegal, quienes viven de la derrama de
la amapola, podrán dormir tranquilos al saber que realizan la misma actividad
pero con patrón diferente: el gobierno.
Sin embargo, existe la
posibilidad de que los campesinos operen en los dos mercados, el legal y el
ilegal, de manera simultánea, ante la alta rentabilidad que tendrían sus
cultivos y la posibilidad, de que gracias a la amnistía, puedan seguir
trabajando con los cárteles de las drogas. Las organizaciones criminales no van
a convertirse en organizaciones privadas dentro de los marcos de la legalidad,
porque no está en su esencia. Para estas bandas, los márgenes de utilidad es lo
que determina el camino de su negocio. De hecho, llevar al narcotráfico de una
política prohibicionista y punitiva a una política de salud, como quiere el
nuevo gobierno, beneficia a los cárteles porque amplía la demanda, según han
demostrado experiencias internacionales.
El objetivo de que con la
despenalización se reducirá la violencia también tiene claroscuros. Turquía, el
primer país que –por presión de Estados Unidos- atacó el mercado ilegal de los
opiáceos y lo volvió legal, tenía instituciones que solventaron ese tipo de
desarrollo de negocios. México no tiene fortaleza en sus instituciones y se
asemeja más a la realidad afgana, donde los jefes tribales, muchos de ellos
metidos en el negocio del narcotráfico, están por encima de las instituciones.
Afganistán, ciertamente, es una experiencia fallida de la despenalización de
los opiáceos.
La idea del próximo gobierno
lópezobradorista no es inédita. Hace dos años, el gobierno del presidente
Enrique Peña Nieto realizó consultas con expertos internacionales coqueteando
con la idea de despenalizar los opiáceos como una vía para reducir la
violencia. Finalmente lo desecharon. Esa experiencia será compartida con López
Obrador y Sánchez Cordero durante la transición, por lo que esta propuesta,
radical y disruptiva, se podría decir que no es definitiva.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 10 DE JULIO DE 2018)
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