Como
todas las operaciones que involucran a los comandos especiales de la Marina, la
que realizaron el jueves pasado en las calles de la Delegación Tláhuac, en la
Ciudad de México, fue quirúrgica. Se inició cerca del mediodía, cuando unidades
de la Marina con el apoyo táctico de los grupos especiales de la policía
capitalina, llegaron a la Delegación para catear un domicilio donde la
información de inteligencia ubicaba a Felipe de Jesús Pérez Luna, apodado “El
Ojos”, líder de una banda crecientemente poderosa dedicada al narcomenudeo. La
investigación federal sobre este grupo llevaba siete meses, pero la decisión de
acabar con ella se tomó hace unos dos meses, después de una plática entre el
Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, y el Secretario
de la Marina, Almirante Vidal Soberón.
Los
comandos de la Marina tomaron el control del perímetro central de la operación,
en donde una de sus unidades fue directamente sobre Pérez Luna, y un equipo de
apoyo aseguraba las esquinas que delimitaban la zona de acción, coordinados con
la policía capitalina. Los halcones de la banda de Pérez Luna le advirtieron de
su presencia, por lo que escapó de la casa que iban a catear y buscó huir. Los
halcones, principalmente mototaxistas, intentaron de manera apresurada bloquear
calles para permitirles el escape. Sin experiencia, como se aprecia en las
fotografías, no pudieron bloquear ninguna vía. Los comandos los alcanzaron en
una cocina económica y tratando de escabullirse en un vehículo. Los abatieron
sin miramientos. Así es la Marina; no toma prisioneros. Unas cuatro horas
después, la banda criminal había quedado descabezada.
La
prensa rápidamente dio cuenta del operativo contra el que llamó Cártel de
Tláhuac, tomando como referencia la calificación que utilizó El Universal para
describir al grupo que controlaba el narcomenudeo en Ciudad Universitaria. La
tipificación es errónea, sin embargo, y crea confusión sobre la escala del
grupo. Un cártel de las drogas controla territorio; la banda de Pérez Luna no tenía
ninguno bajo su dominio. Un cártel maneja la logística, organiza la producción,
distribución y comercialización de sus drogas, mediante esquemas empresariales
que involucran a bandas, a las cuales suministran el producto, armas, les
llegan incluso a asignar zonas de venta en calles y ciudades (como hacen Los
Zetas) y les cobran por todo; el grupo de Tláhuac compraba el producto del
Cártel de los hermanos Beltrán Leyva y de la facción del Cártel del Pacífico
que encabeza el llamado “Mini Lic”, Dámaso López.
En
los medios, algunos analistas mencionaron que el que la autoridad rechazara que
era un “cártel”, minimizaba el impacto del grupo criminal. Establecer la
analogía por el sólo hecho de que venden droga, tienen personal armado y
realizan actividades criminales, dicen los expertos, es una generalización
equívoca. Paradójicamente, la violencia que geeneran los cárteles de las drogas
es menor cuantitativamente que la que provocan las bandas de narcomenudistas.
Los cárteles se habían repartido el País en territorios. Esta distribución
tenía como premisa que debían arreglarse entre ellos para evitar una lucha
entre cárteles que provocara la intervención del Estado. El Presidente Felipe
Calderón cambió la estrategia y en lugar de administrar el fenómeno, como había
sido, atacando a uno o dos cárteles por sexenio, emprendió una guerra total.
Esto motivó que ante la disyuntiva de ser aniquilados si no se fortalecían, los
cárteles empezaron a pelear entre ellos modificando el mapa del narcotráfico y
desatando la violencia en aquel sexenio, que se ha incrementado en el de
Enrique Peña Nieto, desdoblándose con mayor crudeza también en las bandas de
narcomenudistas.
La
guerra entre las organizaciones criminales propiciada por Calderón incentivó el
crecimiento de las pandillas y su realineamiento con los cárteles en términos
de salida para sus drogas en las calles de la Ciudad de México y como matones a
sueldo. Una externalidad del narcotráfico es el narcomenudeo, que es lo que ha
generado en los últimos 10 años que poco más del 92 por ciento de los delitos,
sean del fuero común. El narcomenudeo es la parte más salvaje y violenta del
negocio del narcotráfico, que se asocia gradualmente con robo, extorsión y
secuestro. Los narcomenudistas en el País no controlan territorios, pero
amenazan a las comunidades, como sucedió en Tláhuac, donde la presencia del
grupo de Pérez Luna hacía muy difícil la vida cotidiana.
Ese
grupo criminal manejaba el narcomenudeo en Tláhuac y una zona de Chalco, pero
este año se extendió a otras delegaciones cercanas, como Ixtapalapa, Tlalpan y
Coyoacán, y comenzaba a incursionar en Álvaro Obregón, y en el Estado de México
y Puebla. En pocos meses amplió su mercado de las zonas marginales de la ciudad
a las de clases medias y altas, obteniendo recursos para ampliar su negocio y
comprar armas. Este crecimiento es lo que llevó a Mancera a plantear al
Gobierno federal le necesidad de destruirlo. La capacidad de fuego de la
policía capitalina, frente al armamento que estaba adquiriendo el grupo de Pérez
Luna, obligó la intervención federal, que es lo que se acordó hace un par de
meses y se ejecutó el jueves.
El
problema y la violencia no cesará. Marinos y policías capitalinos están tras
los lugartenientes de Pérez Luna para tratar de eliminar al grupo del escenario
delictivo y buscar ser más rápidos en la aniquilación de sus cuadros, versus
que esta banda recicle y restituya a sus jefes. La lucha no ha acabado; tampoco
la violencia. De eso hay que estar conscientes.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 24/07/2017 | 04:05 AM)
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