jueves, 2 de febrero de 2017

EL "PAPÁ BETO"… SE FUE MI QUERIDO VIEJO.

“No hagas pedo y la gallina es tuya”, me decía muy despacito, volteaba para todos lados, ponía unos dulces en mi mano y me mandaba a un rincón de la carpintería a que me los comiera. Me pavoneaba, me sentía orgulloso a mis 8 o 10 años, el más querido, el favorito de mi padre cada vez que hacía eso, pero ya algunos años después supe que con todos hacía lo mismo. Fuimos diez hermanos y aunque pasó las de Caín para sacarnos adelante nunca se echó para atrás: techo, comida, vestido, educación y atención nunca nos faltó. Hoy se fue, se entregó definitivamente pues la poca fuerza de sus 92 años no le dio para más.

Mi padre Gilberto Godoy Gaxiola nació en Navojoa por allá en la época posrevolucionaria un 1º de septiembre de 1924 y fue hijo de mis abuelos Delfina y José, hermano de mis tías Esther, Delfina y María del Socorro; fue esposo por más de 70 años de mi querida madre Refugio y padre de José, Gilberto, Francisco, Eduardo, Javier, Rubén, Mercedes, Irma, Alejandro y de mí. Era abuelo y bisabuelo de tantos que perdí la cuenta.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero llevó siempre a mi casa  los mejores libros, las mejores revistas y las puso a nuestro alcance, por eso aprendimos desde niños a apreciar la lectura. Hasta donde su vista le permitió fue un lector ávido, voraz de cuanto cayera en sus manos, mordaz recuerdo sus comentarios, de las noticias que nos leía de los periódicos en la sobremesa tras la comida.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero amaba el cine y las grandes películas y siendo el carpintero oficial de los únicas salas de Navojoa, el Lux y el Rex de don Nacho Félix, así como el Obregón y el Río Mayo de la Compañía Operadora de Teatros, conseguía pases gratis para los matinés y las funciones nocturnas y con un peso para las palomitas y el “lucky”, disfrutamos gracias a él y para envidia de todos los del barrio, todas las películas de “El Santo” y de cuanto charro o pistolero hubo, los lacrimosos estrenos de “Corona de Lágrimas”, “El Derecho de Nacer” y “Angelitos Negros”, todas las de Pedro Infante y ni se diga las de Walt Disney a como fueran llegando.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero apreciaba la buena música. Para variar, era quien se encargaba de todos los trabajos de carpintería en las únicas estaciones de radio de ese tiempo, la XEGL de don Fausto Gómez y la XEKE y la XENS de uno de sus más apreciables amigos don Joaquín Terminel Urrea. Su naturaleza campechana lo empataba de inmediato y no había locutor que no fuera su amigo, por ello sobraría explicar el porqué de cada juego de discos de esa época que llegaban a las estaciones de radio de nuestro pueblo, una copia de ellas estaba en nuestra casa.

Hoy no Puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero para su orgullo y vaya que lo tenía, conoció y convivió con las grandes figuras del espectáculo artístico de México de sus mejores tiempos. Constructor de la escenografía en las estaciones de radio donde las grandes luminarias de ese entonces se presentaban, estuvo cerca de ídolos como Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña “La Negra”, “El Piporro”, Miguel Aceves Mejía, Javier Solís, Jorge Negrete, Antonio Aguilar, Amparo Montes, Fernando Fernández, María Luisa Landín, Lupita Palomera y  Luis Aguilar, quien por cierto me contó mi padre un día, le mandó durante su actuación tres tragos de tequila, pues poco antes en una entrada intempestiva a la cabina, el “Gallo Giro” lo había golpeado con la puerta cuando éste ponía una chapa. Sin embargo su mayor orgullo fue cuando al término de una actuación, Pedro Infante le dijo: “ora pariente, vamos a echarnos por ahí un raspado” y se fueron al mercado municipal caminando junto con otra persona que nunca recordó quien era, aunque sí muy presente siempre tuvo que su raspado fue de piña y el del ídolo de Guamúchil, de rosa.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero recuerdo que sobre la viga del centro del comedor guardaba paquetes de “cocadas” que nos repartía un tanto tacañamente para que alcanzaran; que a Fidel Ferrá le compraba cada tercer día un saco de naranjas y lo vaciaba en una tina para dejarlas a nuestra disposición, que los sábados muy tempranito le compraba al “Guicho” el pintor unos manojos de ancas de rana que mi madre preparaba deliciosamente con mantequilla, ajo y pimienta para el desayuno diciéndonos que era “pollito”, o que paraba al señor que en un balde traía huevos de tortuga y nos hacía uno a uno comerlos crudos con limón, sal y chilito dizque para que no nos enfermáramos, o igual nos hacía comer carne machacada de víbora o esporádicamente un vasito de sangre de cahuama para reforzar el organismo. Imposible olvidar cuando paraba al camotero porque sabíamos el festín que nos esperaba, o cuando nos daba unas monedas para ir con La Tita por naranjitas enanas, guayabas o yoyomos, con la Fé Ferrá por duraznos y zapotes, o por mangos bolita con las “viejitas” del caracol.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero como recuerdo lo que se esforzaba cada 24 de diciembre para que mi madre preparara una exquisita cena donde todos estuviéramos reunidos y cómo, sigilosamente se escapaban para ir al mercado municipal ya tarde a comprarnos los juguetes que una vez dormidos los más pequeños, colocaban a un lado del nacimiento junto con los dulces, naranjas, cacahuates, dos cambios de ropa y un lustroso par de zapatos.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero nadie mejor que él para sentarse la mayor parte de las tardes de nuestra niñez a escuchar en el tocadiscos y explicarnos cuando era necesario, los cuentos de aquella época: “Pulgarcito”, “La Caperucita Roja”, “La Cenicienta”, “Pinocho”, “Mary Poppins”, “La Bella Durmiente”, “Los Tres Cochinitos y el Lobo”, o cuando los domingos hacía su platillo favorito, un repollo bien picadito, con jamón y especies que cocía con agua hirviente, mientras en la bocina que había puesto dentro de la casa con música desde la carpintería, escuchaba a sus ídolos consagrados de aquella época y que hoy conocemos como los protagonistas esenciales de “La Hora Azul”.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor los hombres, pero supo hacer amigos que le hicieron sobrellevar el peso de la vida diaria y con ellos conformaba el “Klan” donde se divertía, departía y compartía alegrías y sinsabores allá en el amplio patio de su compadre matancero Ramón Álvarez “El Coludo”, junto a inolvidables compañeros como don José “El Che” Arrollo, su compadre Eduardo Guirado, los telegrafistas Juanito y su hermano Rodolfo Elías, así como su compadre Héctor Vázquez, sus entrañables amigos Jesús Borboa y Jesús Pérez Mata, o los doctores  Armando De la Vara, Raúl Cervantes y Rafael Arcos, junto con Armando Almada, el bueno de la cervecería Tecate por aquellos tiempos y Refugio “El “Cuco” Balderrama, con los que se cerraban si mal no recuerdo, el círculo de sus más cercanos.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero nos enseñó a querer y amar el béisbol que nunca jugó pero fue una de sus grandes pasiones. Recuerdo muy lúcidamente cuando nos mandaba a todos en bola caminando hasta el estadio “Revolución” a ver los juegos, pero más que nada, cuando escuchábamos las narraciones en la radio acomodados donde pudiéramos en el portal comiendo cacahuates y tomando ponches de canela. Era para nosotros el centro de la atracción y siempre creíamos lo que decía a tal grado que si “Los Mayos” de Navojoa perdían, pese a sus predicciones de un hit o un home run imposible, mi hermana Mercedes y yo llorábamos por la derrota y él en su frustración y para no verse perdido y humillado nos decía: ¡ pendejos!... y se iba a dormir.

Hoy puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero al paso del tiempo cuando crecimos y nos fuimos del hogar, cuando cada quién escogió su rumbo y estudió o se preparó de alguna forma para servir; se recibió de esto o lo otro, se acomodó por aquí o por allá, destacó o no, él siempre buscó en lo más mínimo, la manera de presumir y sentirse orgulloso de nosotros.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero era muy sagaz e inteligente para el cálculo matemático y geométrico, pues en segundos convertía centímetros a pulgadas y éstos a pies o metros cuando de diseño o material de la carpintería se trataba. Aunque tenía una mala ortografía que no le alcanzó a reforzar su tercer año de primaria, tenía una caligrafía que imprimía con su mano una de las más preciosas escrituras que yo haya conocido y una firma tan bella, que siempre se vio mejor en los cheques de su eterna cuenta del Banco Nacional de México.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero amó muy profundamente hasta sus últimos días a mi madre, muy a su manera, pero me consta que la quiso y que llegó a ser tal su dependencia que sin ella, no hubiera llegado nunca a este día. Fue tierno y duro cuando él pensaba que era necesario y aunque tal vez estaba equivocado en muchos aspectos, mi madre incondicionalmente estuvo de su lado porque también siempre lo amó hasta su muerte.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero desde niño y hasta hace unos cuantos años cuando yo, estúpidamente me ponía reacio a sus acercamientos, recuerdo que me miraba con orgullo y que quizá sin inhibiciones de ninguna clase, hubiera querido besarme y acariciarme para hacerme patente su amor.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero murió “genio y figura, hasta la sepultura”, se fue sin degradar su ímpetu, sin corromperse, como una persona íntegra y fiel a lo que fue siempre. Aunque en los últimos años tuvo miedo a su muerte no huyó, llegó a ella y se entregó sin luchar ya más.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero fue honesto y nos enseñó la honradez.

Hoy no puedo decir que mi padre haya sido el mejor de los hombres, pero fue amoroso cuando precisó de ser.

Hoy no puedo decir que mi padre fue el mejor de los hombres y eso no me importa y me satisface porque los grandes hombres, aún con su ausencia ocupan demasiado lugar y ahogan nuestra existencia con un desconocido legado, nos dejan sombras, dudas, deudas y sospechas que nos hacen la vida más pesada.

Por donde quiera que lo vea, mi padre no fue el mejor de los hombres, pero se esforzó por todos nosotros para ser un buen hombre.

Descanse en paz entonces, quién tal vez no fue el mejor de los hombres, pero sí para mí, el mejor de los padres.


(DOSSIER POLITICO/ Gerardo Godoy Dossier Político/ 2017-01-19)

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