Andrés Manuel López Obrador
está en abierta ofensiva contra todos aquellos que cuestionaron su declaración
3 de 3 que dijeron que con 50 mil pesos al mes, con un menor como dependiente,
no puede vivir. Existe la posibilidad de que López Obrador sea mantenido por su
esposa, pero con 40 mil pesos mensuales de salario como investigadora, con
créditos, tampoco les cuadra que esos sean los únicos ingresos de los que
dispone. La defensa de López Obrador ante las críticas no es, como Barack Obama
-que tanto le gusta citar en analogías- cuando cuestionaron la compra de su
casa en Chicago y abrió un portal en internet con toda la documentación de la
operación inmobiliaria para probar que no había ningún conflicto de interés detrás
de esa adquisición. La suya ha sido, como siempre, el ataque político.
En Veracruz este domingo,
López Obrador dijo que “los de la derecha, los de la mafia del poder, los del
PRIAN no aceptan su declaración de bienes, que no tiene casas, ni cuentas bancarias,
ni tarjeta de crédito, ni vehículo propio, porque ellos tienen mansiones en
México y el extranjero”.
Maestro en el sofisma, un día
antes escribió en su página de Facebook: “Están como enchilados los políticos
corruptos, cínicos e hipócritas del PRIAN, socios, achichincles y corifeos...
Es sencillo: no soy como ellos”. El discurso es típico del veterano político:
el contraataque retórico, virulento y sonoro para provocar a sus adversarios y
llevarlos a su terreno, el de la palabra, no el de los hechos. Los arrincona
para que rindan cuentas, con artificios verbales para que nadie le pida cuentas
a él.
Ese método le es redituable.
No hay legiones de seguidores, pagados o espontáneos más agresivos y activos en
las redes sociales que los de López Obrador. Son incansables e intimidantes al
grado de que en los medios de comunicación muchos de quienes escriben análisis,
o se autocensuran o se vacunan expresando que no son “antipejistas”. Con López
Obrador no hay puntos medios, espacios grises ni matices. Es el todo o el nada.
Estás conmigo o estás contra mí. Esto no es una casualidad: es la influencia de
su mensaje.
El discurso de López Obrador,
que nació en Macuspana, donde se hizo evangélico, es teológico y maniqueo,
donde el mundo se divide entre buenos y malos, ricos y pobres, puros e impuros.
Toda su retórica es religiosa; él, en el lado de los puros, y los otros, los de
la mafia del poder y quienes no le profesen lealtad en forma incondicional, en
el de los impuros. Es un juego de imágenes que tiene un impacto poderoso porque
la realidad del País, pobreza, desigualdad, corrupción e impunidad, está
alineada con su palabra.
Pero que la realidad se
acomode al discurso no significa que el discurso sea verdad. Hay componentes en
su programa de gobierno que pueden ser discutidos y cuestionados, pero no
descartados a priori. En la campaña presidencial se pasarán por ácido sus
propuestas. Pero para el ideal en una campaña electoral donde se confronten las
ideas y las visiones de País, el entorno no puede estar contaminado por el odio
que genera un discurso excluyente y que polariza. Tenemos un ejemplo en las
elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde hay una sociedad rota por el
discurso vago, una agenda políticamente “fantástica” y tácticas verbales
agresivas de “patio de escuela”, como describió Jesse Andreozzi en The
Hufftington Post en octubre pasado, el efecto teflón de Donald Trump.
López Obrador también está
recubierto de teflón, que lo hace invulnerable a todo señalamiento e impide al
elector que lo contrasten. Trump vuelve a ser la referencia más cercana. En
enero, cuando arrancaban las primarias en Estados Unidos, el entonces aspirante
a la candidatura presidencial republicana, afirmó que él “podía pararse a la
mitad de la Quinta Avenida, dispararle a cualquiera y no perdería votantes”.
López Obrador, se puede argumentar, podría decir lo mismo, con los mismos
resultados. La analogía se da en la forma como nadie le hizo caso a Trump en
cuanto a su solidez como aspirante a la Casa Blanca, y la laxitud con la que se
analiza a López Obrador.
Un estudio del profesor
Thomas Patterson de Harvard, publicado por el Centro Shorenstein sobre Medios,
Política y Políticas Públicas en junio, sugiere que fue la ligereza con la que
trataron los medios a Trump -mucha cobertura a sus dichos y poco análisis sobre
su récord-, lo que lo encumbró. Trump es mentiroso y tramposo, violador de
leyes y fiasco como empresario; es decir, exactamente todo lo contrario de lo
que dice ser, pero su discurso apela a millones de votantes que, como en
México, son más pobres, están abandonados, y se sienten traicionados.
Los medios en Estados Unidos
lamentan haber sido tan superficiales en su cobertura con Trump, y se han
vuelto rabiosos contra él, lo que incrementa la polarización. Los medios en
México tratan con respeto o miedo a López Obrador y no le exigen nada. Pedirle
transparencia ahora, es un deber profesional ante un candidato tan poderoso
como López Obrador. Conminarlo a que no engañe ni diga mentiras a los
electores, es un imperativo ético. Si López Obrador da luz a la parte más
oscura de su vida, demostrará que es un contendiente serio y honesto. Si
mantiene la opacidad, mal haríamos en los medios y la sociedad, dejar que se
mueva con impunidad.
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 16/08/2016 | 12:00 AM)
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