VILLAHERMOSA,
Tab. (Apro).- Durante su época de esplendor como narcotraficante, Pablo Escobar
Gaviria no hizo negocios con capos mexicanos.
No
lo mataron, se suicidó. Era un criminal despiadado pero amoroso con su familia,
el comediante Chespirito nunca actuó para él y su fortuna le fue arrebatada por
otros cárteles colombianos luego de su deceso, en complicidad con sus hermanos
y su madre Hermilda de los Dolores Gaviria.
Estas
y otras revelaciones son de Juan Pablo Escobar o Sebastián Marroquín, hijo del
célebre capo colombiano que la semana pasada compartió en Villahermosa su
experiencia y vivencias al lado de uno de los mayores narcotraficantes del
mundo.
Durante
dos horas habló y contestó preguntas en el salón de un hotel de esta capital.
Luego autografió su exitoso libro Pablo Escobar, mi padre, y se tomó fotos con
los asistentes que recibieron y despidieron con prolongados aplausos a este
pacifista y mensajero de la paz, como se define.
“El
amor por mi padre es incondicional y no negociable, pero fue un líder negativo.
La droga lo convirtió en millonario, luego se lo quitó todo, primero su
libertad y después su vida”, dijo.
“Fue
un buen papá, divertido, de buen humor, amoroso, buen consejero y buen amigo, y
nunca me aconsejó que siguiera sus pasos”, expuso.
“La
responsabilidad moral de los crímenes de mi padre las he asumido yo aunque no
me corresponda”, sostuvo.
También
relató que el 2 diciembre de 1993, a las tres y media de la tarde, se encontró
en la encrucijada más grande de su vida.
Su
padre, de 44 años, había muerto y amenazó al país con vengarse, lo que quedaba
claro de quién sería “el Pablo Escobar 2.0”.
Pero
después de 10 minutos de reflexión de lo que quería para su vida, su futuro,
eligió el camino de la paz.
“Me
retracté y juré que si algún día podía hacer algo para que reinara la paz en
Colombia, lo haría. Recordé que había sido un crítico de la violencia de mi
padre y no estaba dispuesto a continuar con una historia que ya sabía cómo
empezaba y terminaba. Y la paz es lo que hago desde hace 21 años. Cinco
segundos de amenazas a un país me han cobrado más de 20 años de exilio y
ostracismo”, lamentó.
Tenía,
añadió, dos opciones: continuar por el camino de su padre o convertirse en algo
inesperado hasta por él mismo: arquitecto, diseñador industrial, escritor,
conferencista, padre de familia, pacifista, “hombre libre que vive en paz”.
Destacó
que el propósito de contar su experiencia al lado de su padre es para que nunca
más exista otro Pablo Escobar, a quien retrata en toda su crudeza en su libro,
alejado de las series televisivas que los exhiben como héroe o villano.
Y
no busca hablar mal de narcotraficantes, “porque soy hijo de uno de los mayores
narcotraficantes de la historia”.
Luego
recordó que su padre fue un niño campesino pobre, nunca estrenó ropa ni
juguetes y la violencia lo orilló a las drogas.
De
joven decía a sus amigos que si a los 30 años no tenía un millón de dólares se
suicidaría y quiso estudiar abogacía.
“Pudo
ser el bandido más duro pero también era el padre más amoroso, nos grababa
cuentos y canciones (a él y su hermana Manuela)”, sus dos únicos hijos.
Con
fotografías y videos de la época del esplendor y ocaso de Pablo Escobar,
exhibidas en una pantalla, Sebastián Marroquín relató que cuando tenía 7 años
se exiliaron en Panamá porque su padre ordenó la muerte del ministro de
Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, en agosto de 1984.
En
Panamá nació su hermana Manuela y desde ahí la clandestinidad fue su modo de
vida.
Los
lujos y ostentaciones no se pudieron disfrutar porque, “mientras más riquezas
teníamos, más pobres nos sentíamos”.
Tenían
coches, aviones, casas y hasta una vajilla de 24 piezas bañada en oro que costó
400 mil dólares de los años ochenta, con las iniciales entrelazadas de Pablo
Escobar, en la que sólo comieron una o dos veces.
La
casa europea que la vendió comentó que después de un pedido de la casa real
británica, nadie había hecho otro encargo.
La
Hacienda Nápoles, ahora en ruinas, fue el símbolo de mayor ostentación de Pablo
Escobar.
Tenía
10 casas, un zoológico con más de mil 200 especies, aeropuerto, helipuerto, mil
700 trabajadores, 27 lagos artificiales y muchas cosas más, donde no faltaba
nada.
En
esa hacienda, Pablo Escobar sentó a su hijo, de 8 años, y sobre una mesita le
extendió unos diez tipos de drogas (cocaína, mariguana, crack).
Le
dijo que todas las había probado, pero que él nunca las probara por sugerencia
de sus amigos, ni por curiosidad, y se le quedó tan grabado que nunca lo hizo.
Aunque
Juan Pablo no tuvo muchos amigos, pues los padres de familias del colegio donde
estudiaba prohibían a sus hijos que se juntaran con él.
En
esa soledad, los sicarios de su padre fueron sus “niñeras”.
“La
gran fortuna que amasó mi padre, como no fue adquirida respetando los valores
humanos, no perduró en el tiempo y hasta terminó financiando su muerte”, expuso
Sebastián Marroquín, identidad que adoptó luego de salir de Colombia y
exiliarse en Argentina, donde vive con su madre y hermana.
“La
fortuna la heredaron personas a quienes mi padre, estoy seguro, no debió haber
querido dejarles nada: los políticos y sus enemigos”.
Resaltó
que la peor decisión de Pablo Escobar fue querer incursionar en la política, “a
la mafia mucho más grande”.
Lo
acusaron de narcotraficante y le confiscaron 5 mil casas que mandó a construir
para familias pobres que vivían en un basurero, lo que desató la ira de su
padre contra el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, a quien finalmente
ordenó asesinar.
También
ejecutó, en agosto de 1989, al candidato presidencial Luis Carlos Galán,
durante un mitin de campaña, por adelantar que declararía la guerra al narco
una vez que asumiera el cargo, como era inminente.
El
presidente Belisario Betancourt, a quien el Cártel de Medellín de Pablo Escobar
había financiado su campaña, ordenó la captura del capo y así inició la guerra
del Estado contra el narcotráfico.
El
Cártel de Cali, contrario a Pablo Escobar, también se unió a la persecución.
La
rivalidad arreció, “no por disputas de territorios, sino por un lío de faldas”.
Sebastián
Marroquín contó que, joven, su padre fue encarcelado y lo ayudó a salir un
narcotraficante apodado El Negro, quien después cayó preso en Estados Unidos.
En
ese periodo, un sicario del Cártel de Cali enamoró a la esposa de El Negro y
eso, en el mundo del narco, “se paga con la muerte”.
Pablo
Escobar, en lealtad al amigo que lo sacó de la cárcel, reclamó al Cártel de
Cali que le entregaran al sicario que le quitó la mujer a El Negro, pero se
negaron y arreció la guerra entre los cárteles de Medellín y Cali.
La
respuesta más violenta del Cártel de Cali fue el coche-bomba que hizo estallar
en el edificio Mónaco, donde vivían los dos hijos y la esposa de Pablo Escobar,
Victoria Eugenia Henao Vallejo.
Fue
el primer coche-bomba que estalló en Colombia con 700 kilogramos de dinamita y
ocurrió a las 5:13 de la mañana del 13 de enero de 1988.
Aunque
heridos, los tres lograron sobrevivir. Pablo Escobar pensó que habían muerto,
pero al saber que vivían maquinó su venganza.
Desató
una ola de terror haciendo explotar más de 200 bombas por todo Colombia, entre
ellas, una que detonó en un avión de la línea Avianca, donde supuestamente
viajaría un candidato presidencial que, de última hora, no abordó la aeronave y
murieron decenas de inocentes.
La
persecución concluyó cuando “Los Pepes”, un grupo paramilitar integrado por
cárteles de la droga y agentes de la CIA, rastrearon una llamada telefónica que
Pablo Escobar hacía a su hijo Juan Pablo que, con su hermana Manuela y su madre
Victoria Eugenia, se encontraban retenidos en un hotel de Bogotá para que el
capo se entregara.
“Ahorita
te llamo”, fueron las últimas palabras que el hijo escuchó de su padre antes de
colgar el teléfono por la irrupción de la policía en el departamento donde
Pablo Escobar se escondía.
La
llamada había sido para orientar a Juan Pablo, que tenía 16 años, sobre cómo
debería contestar las preguntas de un medio de comunicación sobre su eventual
entrega a la justicia colombiana.
Sebastián
Marroquín sostiene que su padre se suicidó, no lo mataron, y que siempre le
decía que en su pistola tenía 15 balas, 14 para sus enemigos y la última para
suicidarse.
Incluso,
dijo, consultaba médicos sobre en qué parte de la cabeza sería más efectivo el
tiro, y concluyó que en el oído izquierdo, no en la sien ni en la boca.
Cuando
el 2 de enero de 1993 anunciaron su muerte, el cadáver de Pablo Escobar tenía
un tiro en el oído izquierdo.
Luego
de su deceso se reunieron todos los grandes capos colombianos y citaron a la
viuda e hijo de Pablo Escobar para acordar el despojo de todos sus bienes.
Juan
Pablo no quería ir porque sabía que lo matarían, pero como estaba cansado de la
persecución, decidió hacerlo y acudió a que “me mataran”.
Redactó
su testamento y asistió con su madre y un tío.
Grande
fue su sorpresa al ver sentada a su abuela Ermilda y sus hijos –madre y
hermanos de Pablo Escobar– junto a los narcos enemigos de su padre para
exigirle que entregaran todos los bienes.
“Tranquila
señora, va haber paz, pero a su hijo Juan Pablo lo vamos a matar”, dijeron los
narcos a la viuda de Pablo Escobar, quienes finalmente les perdonaron la vida
pero los “condenaron” a ser pobres, ya que pagarían todo lo que gastaron en
perseguir al mayor capo colombiano.
“Yo
no podía creer que mi propia abuela y sus hijos apoyaran todo despojo y
violencia en contra de la viuda y los hijos de mi padre, quien les dio todo lo
que tienen en vida”.
CARTA DE RECONCILIACIÓN
En
2008, Juan Pablo Escobar escribió una carta a los hijos del exministro de
Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, y del excandidato presidencial, Luis Carlos
Galán, para encontrarse y buscar la reconciliación.
Aceptaron
y 14 años después de salir de Colombia, el hijo de Pablo Escobar regresó para
reconciliarse con las víctimas de su padre, “por la paz de Colombia”.
También
con familiares de inocentes, políticos e hijos de narcotraficantes que murieron
en la cruenta guerra por las drogas, pues nunca se cansará “de pedir perdón”.
Resaltó
que su padre es una historia digna de ser contada pero no imitada y que, por un
documental sobre él, recibió un reconocimiento en la ONU y un galardón en
Japón.
Además,
su libro se ha vendido y traducido en varios idiomas y puede viajar por todo el
mundo promoviendo su mensaje de paz, menos en Estados Unidos, que lo tiene
excluido y le niega visa para entrar a su territorio.
Todo,
reveló, porque se negó a mentir para derrocar al presidente Alberto Fujimori de
Perú, por pedimento de la CIA.
La
CIA quería que asegurara que había escuchado una conversación telefónica de su
padre con Fujimori, donde éste le agradecía el millón de dólares que
supuestamente había aportado a su campaña.
Y
que Vladimiro Montesinos, jefe de inteligencia y seguridad nacional de
Fujimori, viajaba a la Hacienda Nápoles para hacer negocios con Pablo Escobar.
A
cambio de esos falsos testimonios, Juan Pablo Escobar tendría visa para entrar
a Estados Unidos y hasta volverse ciudadano norteamericano.
Sobre
si Pablo Escobar hizo negocios con narcos mexicanos, Sebastián Marroquín
respondió que únicamente un socio de su padre tuvo algún nexo con Amado
Carillo, pero nada que ver directamente con él.
“Si
lo hubiera habido lo hubiese revelado, mi padre tenía sus conectes y era mucho
más fácil pasar la cocaína directamente desde Medellín a Miami”, manifestó.
También
desmintió que Chespirito y el elenco del Chavo del 8 hubieran actuado durante
una fiesta que su padre le organizó.
“Es
absolutamente falso, tendría las fotos. Carlos Villagrán (Quico) ha contribuido
con esa versión, no sé por qué es malagradecido con ese gran elenco de
artistas, ¿quién no quisiera tener al Chavo del 8 en una fiesta?”.
Sobre
la violencia en México, similar o mayor a la que sufrió Colombia durante la
floreciente época del narcotráfico que encabezó su padre, Sebastián Marroquín
dijo que es por la política prohibicionista no sólo de México, sino de varios
países que por décadas siguen creyendo que prohibiendo las drogas se acabará el
problema.
Luego
mencionó el caso del surgimiento de Al Capone, Lucky Luciano y otros mafioso en
Estados Unidos en los años 30 por la prohibición del alcohol… y ahora todo
mundo brinda con una copa y cigarrillo en la mano.
Explicó
que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuatro millones de
personas mueren al año por drogas, donde se incluye al alcohol y al tabaco, sin
embargo, sólo 200 mil mueren por drogas ilícitas y 3 millones 800 mil por
tabaco y alcohol.
Juan
Pablo Escobar define a su padre como un hombre al que vio llorar, sufrir y
pasarla muy mal, millonario pero entre más dinero tenía más pobre vivía.
“Vivía
a veces en casas de tierra, llenas de goteras, sin agua, luz, comida, sin poder
bañarse. Muy diferente al mito de series de televisión que han magnificado su
imagen de hombre invencible para ganar muchos millones”.
Reprochó
que en la serie de “Narcos” de Netflix, a la CIA se le pinte color de rosa,
pero olvidaron incluir unos dos capítulos sobre cuánto recibía la CIA “por cada
kilogramo de cocaína que permitían descargar a mi padre en el aeropuerto
internacional de Miami”.
Así
era, resumió Sebastián Marroquín, el hombre, el padre y el amigo “que arrodilló
a Colombia por la vía del miedo, el secuestro, la extorsión y la política de
plata o plomo”.
(PROCESO/
REPORTAJE ESPECIAL/ ARMANDO GUZMÁN/ 14 DE OCTUBRE DE 2015)
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