lunes, 13 de mayo de 2013

EXPEDIENTE: EL JARDINERO...

Rosendo Zavala

Saltillo.- Con la mirada llena de furia, Carlos Roberto caminó presuroso tras la maestra que lo había humillado y sin piedad la atacó por la espalda, dejándola sin vida en la residencia donde muchas veces mitigó su tristeza económica.

Aturdido por las bofetadas del desprecio, el jardinero hurgó entre las pertenencias de su víctima y con las llaves de su auto en la mano corrió a la calle para darse a la fuga, tratando de borrar las evidencias del ataque perpetrando el doble incendio que de poco sirvió para sus aspiraciones libertarias.

Y es que el criminal cometió el error de llamar a su esposa con el celular que también había robado, siendo ubicado por las autoridades que esperan el momento de dictar la sentencia condenatoria que pesa en su contra por el delito de homicidio calificado.

Un triste andar

Preocupado porque no tenía dinero para festejar a su esposa, Carlos deambulaba cabizbajo por las calles del Centro ideando la manera de resolver su encrucijada del día, sabía que no estaba en posición de gastar, pero pretendía hacer una excepción.

Repentinamente, el hondureño de 19 años sintió que su mente se aclaraba y con un hálito de esperanza llegó a la casa que rentaba junto a su amada, donde tras revolver una montaña de ropa encontró los 2 mil pesos que guardaba para una ocasión especial.

Con el cabello a medio peinar, salió con prisa justificada, recordando que debía comprar el celular que desde hace tiempo deseaba su pareja, llegando a la tienda donde adquirió el regalo perfecto, que de inmediato escondió en su domicilio.

Feliz porque había logrado su encomienda emocional, Carlos volvió a la calle con los pesos que le sobraron y se dirigió hasta el sitio donde compró la droga con que fabricaría su felicidad ficticia, internándose en el baldío de la colonia Tecnológico que usó como guarida para intoxicarse sin escalas.

Pero cuando más contento estaba inhalando su veneno preferido, los sorbos se acabaron y con estos la diversión que lo sacó de la realidad durante toda la tarde, lamentando su suerte, porque se encontraba en el punto de máxima ebullición emocional.

Sacudiéndose las ideas, que para entonces ya tenía distorsionadas, el centroamericano salió de entre la maleza y somnoliento miró a su alrededor, inspeccionando el entorno que reconoció porque con frecuencia vagaba por el rumbo.

Tras retornar del viaje irreal que le había provocado la droga, el cortador de zacate identificó la calle Descartes y al frente la casona de la maestra Lucy, donde ocasionalmente se desempañaba como jardinero a cambio de algunas monedas.

Ilusionado con volver a la senda del vicio, cruzó el pavimento hasta llegar al portón donde tocó el timbre, convencido de que debía soportar los desplantes de la mentora con tal de obtener los recursos que necesitaba para seguir drogándose.

Reclamo fatal

Desesperado porque nadie atendía a su llamado, el yardero arreció los toquidos del timbre hasta que la puerta de la elegante residencia se abrió lentamente, y tras ella la profesionista de la educación que extrañada le preguntaba su presencia en el lugar.

Anteponiendo una sed que no existía, el visitante incómodo le pidió un vaso con agua mientras le rogaba un trabajo eventual en el jardín de la casa, el mismo que muchas veces decoró por orden de la entonces comprensiva mujer.

Pero las circunstancias no eran las mismas, porque la actitud de Lucy cambió radicalmente, y con indiferencia lo mandó a volar de la peor manera, ocasionando el enfado del hombre que disimulado reclamaba la oportunidad de embellecer el patio que conocía a la perfección.

Cansada de escuchar las súplicas, Lucía dio la media vuelta, y corriéndolo con el látigo de la humillación advirtió que sólo le daría el agua, obligándolo a que se retirara porque deseaba descansar tras vivir una intensa jornada de actividades.

Mientras la mujer atravesaba el recibidor con paso lento, Carlos la seguía discreto pero sus pasos la asustaron, porque furiosa volteó para increparlo exigiendo que saliera de la residencia cuanto antes, provocando en éste el rencor que lo convirtió en asesino.

Y es que aprovechando la soledad imperante, el catracho se abalanzó sobre la fémina golpeándola sin piedad hasta verla caer al suelo, donde quedó inerte en las inmediaciones de la sala que se convirtió en su acceso a la tragedia.

Contemplando con frialdad el cadáver de su patrona ocasional, el victimario se sacó un cigarro que fumó sin prisas para festejar su mala obra, recordando con euforia que entre sus pertenencias tenía una dosis de polvo que inhaló para volver a ser feliz.

Luego de eso, el “caballero” de triste figura relajó sus ideas intentando finiquitar la osada aventura, y tras buscar entre las cosas de la muerta sacó las llaves de su Jetta, retirándose del lugar sobre ruedas, con el deseo de llegar hasta las últimas consecuencias.

Diabólica venganza

A unas cuadras de la casa, el asesino detuvo su marcha en la gasolinera donde compró algunos litros de combustible, regresando a la escena del crimen para redondear lo que imaginó sería su obra maestra.

Turbado por los efectos de la droga, el jardinero roció con gas la entrada y otras partes del domicilio, que comenzó a arder mientras el adicto subía de nuevo al automóvil para perderse en la distancia que tenía como aliada.

Poco después, el Jetta se detuvo cerca de la Presidencia y en la soledad del sector Carlos Roberto buscó por todas partes hasta encontrar algunos dólares, además del celular de la maestra de secundaria.

Sin darse cuenta, el drogadicto se había convertido en uno de los más feroces asesinos del momento, porque en una salvaje acción también calcinó el vehículo que con las llamaradas iluminó el sitio sin que eso importara, porque para su suerte nadie había presenciado la fatídica acción.

“Fui ahí porque la profesora me conocía, ya que también a veces iba a barrerle el patio y a hacer cosas de jardinería, por eso me abrió la puerta poquito. Como no pensaba lo que hacía por la droga, tomé las llaves del carro que tenía en su bolsa y fui a comprar gasolina cerca del lugar, después regresé para prender fuego.

“El carro lo dejé estacionado cerca de la casa para que no me vieran los vecinos que regresaba a prender fuego. Cuando quemé el auto me fui al vivero y en el camino tiré el celular”, dijo durante sus primeras declaraciones.

Con el raciocinio que aún le quedaba, el pirómano enfiló su andar hacia el ejido más cercano de la ciudad, donde se escondió para evadir la acción de la justicia que lo buscaría sin cesar desde que el crimen salió a la luz pública.

Poco antes de resguardarse en su trabajo, el homicida llamó varias veces utilizando el aparato de la catedrática y luego lo perdió para deshacerse de las evidencias, iniciando el exilio que le duraría menos de lo imaginado.

“Cuando tenía el teléfono de la profesora le hablé a mi mujer en dos ocasiones para decirle que ya iba, pero ella se encontraba molesta porque me estaba tardando, pero ya había cometido el homicidio”.

Fin de la cacería

Durante varias horas, elementos de la PGJE indagaron para localizar las evidencias que los encauzaran en el camino de la verdad, siendo horas después cuando dieron con el elemento que utilizaron para resolver el crimen.

El principio del final en la huida tomó forma cuando una mujer dio aviso a la Policía sobre el hallazgo del celular que le pareció sospechoso, con lo que Procuraduría confirmó que se trataba del aparato de la profesora y tras revisarlo encontraron las llamadas que el prófugo hizo a su pareja.

Con el caso virtualmente resuelto, los sabuesos ministeriales esperaron el momento idóneo para capturar a su hombre, que llegó a la casa de la colonia Buenavista donde automáticamente fue asegurado por la PGJE.

Tras las diligencias realizadas por el juez primero, salió a relucir que Carlos Roberto tenía antecedentes penales por el delito de robo con violencia, tomando ese factor como agravante para refundirlo en el reclusorio varonil donde radica desde entonces.

Luego de recibir el auto de formal prisión, el jardinero supo que oficialmente estaba acusado de homicidio calificado y daños, por lo que ahora espera que el tiempo pase para conocer la sentencia condenatoria a la que se haría acreedor.

Desde lo más recóndito de la celda donde sobrevive, el asesino de la Tecnológico recuerda con pesar su trágico pasaje y desea que las circunstancias se conjuguen para volver a ver a su hija algún día, cuando haya pagado con encierro lo que considera el peor error de su vida.


El detalle:

“Fui ahí porque la profesora me conocía, ya que también a veces iba a barrerle el patio y a hacer cosas de jardinería, me abrió la puerta poquito. Como no pensaba lo que hacía por la droga, tomé las llaves del carro que tenía en su bolsa y fui a comprar gasolina cerca del lugar, después regresé para prender fuego”. Carlos Roberto, presunto asesino.

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