lunes, 11 de febrero de 2013

BORRACHO

 
Javier Valdez/Columna Malayerba
El joven pasó por esa calle. Obligadamente, pues era la única forma de llegar a su casa. No era temprano pero la noche no terminaba de acomodar su oscura y densa manta en el aire de la ciudad. Él y sus vagancias, sus ganas de andar de chilebola, sin medir tiempo ni riesgos: el placer de nada en las aguas profundas del asfalto y sus reductos.

Caminó sin prisas. Ya estaba a solo dos cuadras, en un barrio que parecía reconocerlo de día pero eructarlo de noche. Ei, morro. El joven volteó sorprendido. Ei morro, te estoy hablando. Vio a un hombre de cerca de treinta años que le hacía señas con las manos para que se acercara.

Estaba solo en esa cochera vacía. Cuando se acercó vio que alrededor de ese hombre había botellas vacías en el suelo, una mesa de madera en el centro y dos sillas blancas de plástico: restos de comida, botes de aluminio secos, aplastados y moribundos, y mitades de limón enjuto y anoréxico. Una botella de tequila más allá y otra de güisqui.

Era un escenario de guerra. El hombre aquel era un sobreviviente de un cruento enfrentamiento en el que obviamente no había estado solo. Aquellos otros o habían capitulado o se habían retirado para volver con refuerzos y seguir hurgando en el fondo de las botellas y los botes y las bolsas de botana.

Siéntate. No era un acto de cortesía, sino una orden. Siéntate en esa que está allá. El joven caminó despacio, saludó con un buenas noches y preguntó, Qué se le ofrece. Nada, morro. No se me ofrece nada. Siéntate. Yo soy cabrón, eh. Pero muy cabrón. Trabajo para los narcos, la clica que manda aquí. La hago de matón.

El joven lo escuchó. Miró alrededor, incómodo. Lo único que se le ocurrió fue tomar su teléfono y avisarle a un amigo, por si le pasaba algo. Lo hizo cuando el hombre se levantó y le dijo pérate tantito, ahorita vas a ver. Le dio miedo levantarse y echar a correr. Más cuando vio que aquel volvió con un cuernón.

Mira, le dijo. Mis juguetitos. Y lo buenos que me han salido. Con esta he matado policías, enemigos y traidores. Esnif: succionaba la raya blanca que con torpe esmero había formado en la mesa de centro. Y otro profundo trago de cerveza. Esnif. Con esta, morro. Con esta hago mis jales.

Le apuntó con el fusil, como sin darse cuenta. Luego tomó la pistola que traía fajada y le dijo, Te voy a trozar. Cómo la ves. Te voy a dar piso a balazos. Él solo escuchaba, tallaba su izquierda con la derecha y sintió que los nervios dibujaban una mueca en su cara. Ahorita, pérate. Ahorita te voy a matar. Morro hijo de la chingada.

Pérame tantito. Voy por los cartuchos. Tambaleándose y sin soltar la escuadra se metió. El joven aprovechó para levantarse sin hacer ruido y correr. Y correr: pronto se dio cuenta que su casa había quedado atrás.

8 de febrero de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier Valdez /febrero 10, 2013)

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