lunes, 24 de diciembre de 2012

EL GUSTO



Javier Valdez    
Lo sorprendieron: estaba de espaldas, frente a la pantalla, tecleando apurado y ansioso, con los temblores propios de su personalidad de alambre, barajando los plásticos y repasando con el dedo gordo el relieve de los números y nombres escritos en las tarjetas. Cajero automático.

Esto es un asalto hijo de la chingada. Órale cabrón. Él volteó y uno de los dos, el que traía el arma que le empujaba las costillas, le ordenó que no lo viera a la cara. Sin que ellos lo supieran, la cámara de video de la caseta parpadeaba el rec. Le dieron un sopapo y luego un golpe con la mano apuñada.

Saca el dinero. Él titubeó. Que lo saques, pendejo. Tenía una tarjeta dentro y dos más en su derecha. Sacaron dos mil y se quedaron con otros billetes que él había retirado antes de que llegaran. Le dijeron que usara las otras, que querían más. No traigo la clave. No te hagas o aquí te va a llevar tu chingada madre. Deja llamarle a mi mujer, por favor.

No le contestaron pero él sacó el teléfono celular y empezó a marcar. Ella le decía que no la tenía pero él insistió. Por favor, por favor. Es que no me acuerdo. En el video se ve que lo jalonean, lo doblan con ganchos a la panza, lo patean cuando intenta arroparse con sus brazos, en cuclillas.

La mujer se quedó esperando algo más, pero no volvió a llamar ni envió mensaje. Esa noche no llegó. Ella denunció su desaparición dos días después. Les contó que su esposo era un hombre muy nervioso, pero estable, buena persona, sin enemigos ni problemas con nadie, que la última vez supo de él porque le llamó para pedirle la clave para hacer un retiro en el cajero. Estaba nervioso, alterado. No sé más.

La Policía recibió el reporte de un asaltante detenido. Andaba drogado, cazando cuentahabientes. Lo interrogaron y luego de una calentada de bolsas de plástico en la cabeza y trapos mojados en boca y nariz contó que lo había matado. Vieron los videos y asintieron. Dijo más: su cómplice, hábitos, domicilio. Lo agarraron cuichi y amanecido, en su casa.

Los juntaron en un cubículo de la Policía y ahí contaron la historia completa: lo agarraron a chingazos en el cajero y como se puso muy nervioso se lo llevaron pa’otro lado y ahí lo mataron. Los agentes les insistían porqué lo habían asesinado si ya tenían el dinero. No pos el bato se ondeó, se puso como loco. Y le dimos varios balazos.

Dónde. En un canal, pa’llá, pa’la salida norte. Pero dónde, exactamente. No sé, no me acuerdo. Nosotros también andábamos ondeados de tanta droga y pisto. Y pues el bato se alocó. Se alocó gacho. Un agente insistió: ¿por qué, por qué le dieron piso? Pos nomás. El bato traía un griterío. Lo tumbamos a patadas y luego dos, tres balazos. Así. Por gusto. Como que se nos antojó.

20 de diciembre de 2012.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario