sábado, 24 de noviembre de 2012

LOS SUEÑOS DE FUGA

Reforma

México, DF.- Son muchas las maneras en las que un preso puede desaparecer en la cárcel.

Puede ser “picado” por sus propios compañeros o “corbateado” (colgado) con su cinturón.

Pero cuando “El Mesié”, padrino que gustaba de llenar el bolsillo de los custodios, no regresó de su diligencia médica, nadie pensó en una tragedia sino, por el contrario, dimos por hecho que se había
escapado.

Los intentos de fuga son cosa de todos los días, aunque sólo sea en la mente de los reclusos. Las largas horas de vagancia frente a las rejas y bardas son la ocasión ideal para fantasear con túneles o helicópteros, pero la verdad es que es mucho más fácil salir por la
puerta.

Si se tiene una relación de confianza con las autoridades o los custodios es sólo cuestión de tiempo hablar del tema. Y la confianza, los padrinos lo saben bien, se gana con cercanía y atenciones.

Hay presos, como “El JC”, que recibía a sus abogados en la propia oficina del director, que se salía para dejarlos hablar a solas. Eso es confianza.

Hay otros, como un colombiano que ya está libre, que cenaba todas las noches con el comandante, ya fuera en su oficina o, de plano, en alguna cantina cercana. Eso también es confianza.

Sin embargo, no todos consiguen esa confianza. Hay quien, por ejemplo, compró el permiso para hacer pan para los reclusos. En realidad, la panadería era una fachada para hacer un túnel para escapar por debajo de las bardas. Cuando iban a la mitad de la excavación, los descubrieron y los trasladaron a otros reclusorios. Es lo peor que te puede pasar.

Si tienes 25, 30, 40, 50 años de condena ¿qué puedes perder en un intento de fuga? Muchos se la juegan. No hay sueño más grande, ni voz más dulce que la de alguien poderoso que te ofrezca sacarte de aquí.

A cambio, juras amor, fidelidad, obediencia eterna, lo que sea con tal de que te saquen. Y así se van formando los ejércitos de mercenarios que han prometido su vida a quienes los sacaron de la cárcel. No hay compromiso mayor.

Se crean lealtades a muerte. En el micro-universo que es la prisión, en el que la vida está en juego de manera cotidiana, las relaciones personales y de grupo adquieren un valor extremo: un favor se agradece con la vida, que te saquen de aquí se paga a costa de lo que sea.

Es una obligación casi religiosa. Además, te dan un empleo y te pagan.

Los candidatos a enrolarse son miles. La dependencia de la droga, el encanto del dinero fácil, la fama de los capos, la ignorancia extrema, la absoluta carencia de valores, ayudan a que el reclutamiento sea sencillo.

Prácticamente cualquiera está dispuesto a hacer lo que sea para salir de aquí y no tener que pelear por la comida diaria, pagar por caminar o “dormir” con más de 60 en la misma celda.

Estar afuera, seguir adentro

Aquí todos tienen gente, “su banda”. Si no, no son nadie. Y ahí está la banda, al mejor postor: miles de personas, la mayoría jóvenes, que ya van a salir, que acaban de salir, que acaban de entrar pero van a salir pronto y, a veces, sus familias y sus amigos. Todos quieren, les urge, ganar dinero. Una red imparable.

Ellos, los de adentro, lo organizan y actúan en lo que se necesite: secuestro, extorsión, asesinato. Muchas veces son los más rudos: los que negocian, los que amenazan, a los que les vale madres.

Los de afuera hacen lo que les dicen los de adentro: persiguen, vigilan, levantan, ocultan, cobran y luego, van al reclusorio, en las visitas, a dar cuentas de cómo sucedió, a pedir instrucciones, qué hacen con ese pendejo que no deja de llorar, aquélla que está enferma, aquél que está pidiendo más o abre el hocico, el que se quiere pasar de listo, etcétera.

También por eso son importantes las visitas familiares: los hermanos que vienen a dar la parte correspondiente, los que traen informes, los que llevan mensajes, la mamá que le compró unos tenis al hijo que logró que pagaran, los que planean quién sigue.

La cárcel es una fuente inagotable de delincuentes. Los miles de jóvenes que están aquí por todo tipo de delitos, desde el robo mínimo hasta el asesinato, aprenden a “trabajar en equipo” y salen miembros de bandas organizadas; incluso hay quienes entran a la cárcel, por un delito menor, con la única intención de reclutar gente con perfiles específicos; cuando los tienen listos lo de menos es salir.

Antes lo hacían de uno en uno, ahora salen en contingentes, van por la tropa. Sólo hay que negociar el precio.

Las fugas son la peor pesadilla para las autoridades y custodios... pero para los inocentes, que también los hay.

Si se fuga un reo, todo el personal administrativo y de seguridad que estuvo presente ese día, desde el director hasta el último custodio, son detenidos para ser investigados. Después de los procesos, por lo general, son unos cuantos los que permanecen en prisión y por poco tiempo; muchas veces, todos quedan libres.

Sin embargo, ellos saben que ninguna fuga se puede dar sin la complicidad de alguno, de muchos o de todos. La verdadera investigación se da entre ellos, para saber quién, cómo, y sobre todo, cuánto le tocó a cada quien y que haya una razonable distribución de la “mochada”, para que no paguen justos por pecadores.

Al final, las cosas se reducen a un cálculo numérico: “me van a dar tantos años por tanto dinero ¿me aviento o no?”.

Hay fugas que se dieron cuando yo ya estaba aquí, las autoridades recibieron condenas, ya salieron libres ¡y están dirigiendo otro Penal! Mientras tanto, muchos seguimos en proceso .

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