viernes, 2 de noviembre de 2012

EL INFIERNO DE LOS MIGRANTES






 Judith Ortiz
Incubado durante años en la frontera sur de México, la migración hacia Estados Unidos tiene un sinfín de testimonios sobre abusos, dolor y crueldad. Los indocumentados que cruzan el país a lo largo de las rutas del migrante han sido asaltados, extorsionados, violados, prostituidos, esclavizados, secuestrados y muchos asesinados. Muchas de esas vejaciones ocurren también en Culiacán.
En su huída de la pobreza extrema que vive en sus comunidades de origen, muchos del sureste mexicano pero también de Centroamérica, cerca de 400 mil migrantes al año, principalmente de Guatemala, Honduras y El Salvador, inician el peregrinar en Chiapas. Trepan a La Bestia, en un recorrido peligroso que cruza cientos de kilómetros de áreas rurales de 13 estados de México.

Sinaloa está a mitad de camino de una de las tres rutas que siguen los migrantes, la del Pacífico. Los extranjeros ilegales pasan por Jalisco y de ahí prosiguen hacia Nayarit, Sinaloa y Sonora, para llegar a las ciudades de Tijuana o Nogales.


Durante años, el paso por Sinaloa no significó peligro. Los puntos críticos eran ciudades fronterizas y del sureste. Pero hoy, transitar por Culiacán se ha vuelto riesgoso. Cada madrugada, grupos de delincuentes esperan en las inmediaciones de la estación el paso de La Bestia para asaltar a los migrantes. Les quitan su ropa, su calzado, sus papeles de identificación, su dinero y algunas mujeres han sido violadas. Pocos denuncian. Las víctimas tienen miedo. Están en suelo ajeno y no confían en nadie. Siguen su camino en el mismo tren que llegaron.


Contacto en Culiacán


Una de tantas historias es la de José Gerónimo Colón, hondureño de 20 años, quien junto con otros cinco amigos, decidió salir de su pueblo rumbo a la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, en donde radica su hermano. Llegó en camión a la frontera sur de México y abordó el tren en Tenosique, Tabasco. El recorrido transcurrió sin problemas hasta llegar a Culiacán, alrededor de las tres de la mañana.


“Todos veníamos dormidos, solo uno estaba despierto, y al parar el tren se subieron unos hombres y le pusieron a él la pistola en la cabeza. A todos nos quitaron dinero, ropa y documentos. Uno de mis amigos forcejeó con el que traía la pistola y resultó que no servía porque quiso disparar y se atascó, sacó un cuchillo y lo picó”.


El joven aún muestra signos de cansancio. Habla bajo, pero dispuesto a contar lo sucedido: “Nos bajamos y pedimos ayuda a los guardias de la estación y lo llevamos al Hospital General. Ahí estuvimos todo un día, en la calle, esperando que saliera”.


Ahí fue donde los encontró Salomón Monárrez Meraz, quien apoya a grupos vulnerables a través de la organización civil Oficina del Pueblo. Pero antes que él, un hombre ya había hecho contacto con José Gerónimo, quien le prometió ayudarle a cruzar la frontera. Le pidió el teléfono de su hermano en Los Ángeles, le habló y le dijo que le cobraría mil 200 dólares por el trabajo.


Mientras el herido se recuperaba, los seis hondureños fueron asistidos por Monárrez Meraz durante catorce días, para luego regresar a su país. Menos José Gerónimo, quien ya tenía el contacto que lo llevaría con su hermano.


Una semana después, ya con el dinero en mano, el contacto del muchacho lo envió a Mexicali en autobús y le dijo que lo esperara en la central camionera. Él se iría en su carro y allá lo vería “para no despertar sospechas”.


“Llegué a Mexicali y no lo vi, y estuve un día esperándolo en la terminal, hasta que llegó, como a las diez de la noche, y me llevó a una casa alejada y abandonada, me dijo que ahí me iba a quedar mientras buscaba a alguien que me pasara a Estados Unidos. Estuve dos días ahí sin comer. Ahí rondaba un grupo que entraban en la noche a drogarse. A los cuatro días regresó y le pedí dinero para comprar algo de comer y me dijo que ya no tenía ni un cinco. El habló con mi hermano y le pidió cuatro mil 500 dólares más. Mi hermano le dijo que ese no era el trato, pero él le contestó que igual le podía decir que me tenía secuestrado y que mandara los dólares”. Y lo dejó de nuevo encerrado, sin dinero ni comida.


“Un día se me hacía como una semana que pasaba, yo solo quería salir de ahí, no podía dormir porque tenía miedo que de repente el grupo de drogadictos me hiciera algo —el joven se agacha y se queda en silencio por un rato. Con voz más baja solo atina a decir: “Se me hace difícil todo eso”.


A los siete días de encierro, José Gerónimo aprovechó la llegada del grupo nocturno para escapar. Anduvo vagando por Mexicali hasta que regresó como pudo a Culiacán. Ahora José Gerónimo está a salvo, pero el encargado de la Oficina del Pueblo sigue recibiendo migrantes que llegan asustados, asaltados, hambrientos y sin dinero.


Los mexicanos igual


En la madrugada del miércoles pasado, Eusebio Herón, Édgar Torres y María Esperanza Peña fueron golpeados y asaltados por un grupo de alrededor de siete personas junto a las vías del ferrocarril. Son mexicanos, pero como trampas sobre el tren, todos corren los mismos riesgos. Eusebio tiene una herida de navaja en las costillas que cubre con una gasa que le dieron en la estación. Lo picaron para quitarle los diez mil pesos que traía para cubrir el viaje.


Junto a la tumba de Malverde narran la historia. No se conocían, pero los tres coincidieron en la central camionera de Mazatlán, en donde acordaron continuar el recorrido por tren rumbo a Tijuana. Se mezclaron con decenas de indocumentados y salieron del puerto a la una de la mañana.


“Veníamos sentados en unos toldos dentro de un vagón y llegamos aquí como a las cinco de la mañana. Cuando el tren se detuvo se subieron tres hombres con lámparas. Pensamos que eran policías, pero traían cuchillos y nos quitaron la ropa y el dinero. A la otra muchacha le rompieron la ropa y la violaron. Le dimos una cobija para que se tapara y le dijimos que se bajara para avisar a la Policía, pero no quiso. Se siguió. Así se fue la pobre muchacha”.


Édgar Torres cuenta que cuando clareó le hicieron señas a una patrulla de la Policía Municipal, les contaron lo sucedido a los oficiales, pero nos dijeron que ahí ellos no se podían meter”.Dos horas más tarde, María Esperanza vislumbró una patrulla de la Policía Estatal y le hizo la parada. Los elementos escucharon con lujo de detalle la manera en que habían sido robados; ella y Édgar les indicaron el lugar exacto en donde habían sido asaltados y los llevaron hasta allá. Cuentan que alrededor de “60 policías catearon las casas aledañas”. Luego les dijeron que se fueran y no supieron más.


Alrededor de las cuatro de la tarde, un policía municipal los buscó para levantar un parte informativo. Hasta ahí llegó Salomón Monárrez Meraz, encargado de la Oficina del Pueblo, ubicada justamente frente a donde estaban las víctimas. De nuevo contaron lo sucedido. Y de nuevo se quedaron sin saber qué hacer.


Édgar expresa que tiene miedo: “Es que ya van dos veces que viene a decirnos uno de aquellos que están allá —y señala con un movimiento de cabeza a un grupo apostado sobre las vías del tren, a unos cien metros de distancia— que hasta ahí la dejemos, que si seguimos hablando nos van a levantar”.


Oscurece. Se sientan en los escalones que suben a la Oficina del Pueblo y ahí esperan que caiga la noche del día más largo de su vida.


Policías y asaltantes, coludidos


“Y es que esto que les pasó no es un caso aislado”, argumenta Salomón Monárrez: “Desde marzo pasado hemos atendido a más de 50 personas que han levantado 15 denuncias por asalto con armas blancas y de fuego, siempre en el mismo lugar, cuando llegan en el tren de la madrugada.


—Y después de 15 denuncias, ¿ningún resultado?

—Ninguno, las mismas autoridades los asaltan. La Comisión Estatal de Derechos Humanos tiene documentado un caso de dos hondureños que denunciaron cómo en el poblado de El Mármol, cerca de Mazatlán, policías federales de caminos pararon el autobús en que venían y les quitaron su dinero.

—¿Cuáles son las áreas más peligrosas para el migrante en su recorrido por Sinaloa?

—Mazatlán es el punto crítico, pero ahora también es Culiacán, en donde se está permitiendo la delincuencia, se tiene descuidada la estación del ferrocarril. Hay grupos de delincuencia local que esperan la llegada del tren para asaltar a los migrantes, los agreden, les quitan su ropa, su calzado, su poco dinero que traen y a las mujeres las violan, además de que son una tentación para los secuestradores. Es sumamente grave.

—¿Se tiene una estadística de cuántos migrantes cruzan por Sinaloa hacia Estados Unidos?

—No la hay. Yo he visto cada día, aproximadamente 120 personas encima del tren, pero vienen también dentro de los vagones.

—Hay programas de gobiernos locales de apoyo a los migrantes?

—No existen, para migrantes no hay.

—Entonces las organizaciones civiles de apoyo hacen lo que pueden. ¿Hasta dónde pueden?

—En mi caso yo los defiendo cuando se violan sus derechos, pero aquí han llegado grupos y se les da algo de comer y se quedan a descansar aquí en la oficina. De los 15 apoyos que se han brindado aquí a grupos que han sido robados, 13 cargaron baterías y siguieron su camino al día siguiente. Hay puntos de la ruta en donde la misma gente se acerca al tren para darles agua y algo de comer.

—Cree que hay complicidad entre autoridades policiacas y grupos de delincuencia que asaltan el tren?

—Aquí enfrente tenemos una tiendita donde venden droga y también aquí enfrente está el grupo de delincuentes que asaltan en el tren, pero los mismos que fueron asaltados cuentan que les dijeron que no se metieran más porque esos pagan plaza.

El camino de la muerte


Decenas de crímenes contra migrantes han sido documentados. El más cruel fue en 2010, cuando 72 de ellos fueron masacrados en una finca de la comunidad de San Fernando, Tamaulipas, y en donde alrededor de 200 cadáveres más fueron encontrados en 40 fosas clandestinas. Las autoridades informaron que los migrantes habrían sido secuestrados y asesinados por miembros del cártel conocido como Los Zetas.


El pasado 2 de octubre, 40 migrantes indocumentados centroamericanos fueron secuestrados en el sureste de México. De acuerdo a testimonios de testigos, fueron sacados de un tren de carga en la localidad de Medias Aguas, en Veracruz, mientras cruzaban México con la intención de llegar a Estados Unidos.


Trece días después del hecho, una caravana de 60 madres de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, iniciaron una marcha desde Chiapas hasta Tamaulipas, en la frontera con Texas, para exigir justicia a las autoridades mexicanas en la desaparición de sus hijos. Buscan a sus familiares en hospitales, morgues y plazas públicas. Hasta hoy se desconoce el paradero de los secuestrados.


El informe Víctimas invisibles: migrantes en movimiento en México, realizado por Amnistía Internacional, informa que cientos de migrantes irregulares que cruzan México desde Centro y Sudamérica para llegar a Estados Unidos, “han sido secuestrados por bandas criminales que, en ocasiones, trabajan en complicidad con las autoridades locales”, y agrega que “la impunidad ha permitido que estos abusos se incrementen”.



Datos violentos


— Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el flujo de migrantes que pasan por México es de alrededor de 400 mil al año, de los cuales cerca de 70 mil son detenidos.


— El Instituto Nacional de Migración de México documenta que el 20 por ciento de la población que emigra son mujeres.


— La organización civil Sin Fronteras registró en su último estudio que el 47 por ciento de las mujeres migrantes confirmaron haber sido atacadas sexualmente.


— Las autoridades sanitarias mexicanas estiman que durante 2010, entre 300 y 350 personas de origen centro y sudamericano sufrieron caídas graves o pérdidas de extremidades de su cuerpo.

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