lunes, 27 de agosto de 2012

MARIGUANA, LA ÚNICA INVERSIÓN SEGURA





   


Un viaje a los terrenos del Chapo Guzmán

Miguel Ángel Vega 
Casi a las seis de la tarde de aquel martes 21 de agosto, un joven sierreño de algunos 20 años entró montado en una cuatrimoto, con más propiedad que si hubiera llegado en un alazán. Se detuvo bajo la sombra de un grueso encino, apagó el vehículo, desmontó y despacio caminó hacia la casa. Llevaba un rifle AK-47 colgándole al hombro, radio de telecomunicaciones al pecho, y una pistola 38 Súper fajada a la cintura.


Un perro salió a recibirlo. Ya casi entraba al portal de la vivienda cuando se topó con el periodista, a quién miró con desconfianza. Curtida la piel por el sol, el joven apretó el fusil con su mano derecha, aminoró el paso y, no sabiendo qué hacer ante la presencia del desconocido, pareció dudar mientras volteaba en todas direcciones. Fue cuando el guía que llevó al periodista hasta las entrañas de la Sierra Madre Occidental regresó con un vaso de agua en la mano y con singular confianza lo recibió:

“Quíubule Lupe, qué dices pues”, le soltó mientras avanzaba para saludarlo.

La tensión pareció calmarse, pero no la desconfianza:

“Es un periodista que viene a hacer un trabajo sobre la mota… José ya sabe, para que le digas cómo está todo el rollo por acá”, explicó el guía.

“Ah”, murmuró “Lupe”, quien no muy convencido miraba al periodista aunque acabó por saludarlo de mano, más por inercia que por convicción.

Al poco rato llegaron otros quince campesinos también montados en moto y también armados con rifles AK-47. Poco a poco todos fueron bajando de sus motos como un escuadrón mortal en medio de la sierra y con curiosidad rodearon al periodista.

El guía, entre saludos y bromas, empezó a tranquilizar a los campesinos recién llegados, hasta que otras tres cuatrimotos arribaron al lugar. Uno de ellos, el más alto, cubierto con pechera antibalas, un cuerno de chivo en cada hombro y dos radios, caminó hacia el periodista, en tanto quienes parecían su seguridad iban a su lado. El guía, con singular familiaridad, fue a encontrarlo a medio camino:

“José... es el periodista que te dije; viene a hacer un trabajo a la sierra... pues sobre la realidad del campesino que siembra mariguana: cómo vive, qué come, qué espera, y que las cosas no son como la gente cree”, le dijo.

José miró al periodista con cierta desconfianza, pero le extendió la mano para saludarlo, no sin antes advertir al guía:

“Pos con qué no ponga nombre ni lugar dónde estamos, que no tome fotos, porque tú eres el primero por el que vamos a ir”.

“Ya sabe que si mea fuera del hoyo, no se la va a andar acabando… y pues yo también ya sé que no me la voy a andar acabando”, dijo el guía medio en broma y medio serio.

Todo mundo entonces río divertido por el comentario del guía. Se había roto el hielo.

De algo se tiene que vivir

Vivir en la sierra es vivir en el abandono, y estar siempre “a la buena de Dios”. Si no se caza alguna liebre, un venado, o un cochi jabalí, difícilmente se come carne, a menos que se lleve algo desde Culiacán. Pero además de la comida, también tiene que pagarse, electricidad, aceite, ropa, calzado, útiles escolares para los niños y aun cuando se siembre frijol, calabazas y tomates, el dinero es indispensable, al menos para lo básico.

Pero si no hay trabajo, ni una industria que les genere empleos, es difícil salir adelante. Por eso la gente no ha dejado de sembrar mariguana —a pesar de los signos de la civilización que se acercan con el pavimento y los cables conductores de energía eléctrica—, el único producto cuya venta es segura.

Y no hay edades para ir a sembrar mariguana; lo mismo va un niño de ocho años que un adulto de 60, aun cuando el cultivo del enervante no es fácil.

Diariamente campesinos de todas las edades se levantan a las seis de la mañana, desayunan huevos, frijoles “o lo que haya”, y entonces inicia una dura jornada de hasta ocho horas bajo el sol.

En un lugar a donde sólo puede llegarse por aire, o luego de cinco horas —partiendo de la cabecera municipal de Culiacán— de caminos, arroyos y veredas que corren al borde de curvas y desfiladeros, los campesinos se preparan para subir a la parte más inhóspita del lugar, allá donde tienen sus parcelas.

Al despuntar el alba, se levantan, comen, toman sus armas, machetes, navajas, lonche, y se montan en sus cuatrimotos, iniciando un recorrido de varios kilómetros de brechas cuesta arriba, caminos a punto de desbarrancarse, piedras, y pinos. En los viejos tiempos, dicen, iban a caballo, pero debían alimentar a la bestia, ahora con las motos llegan más rápido, y sólo necesitan gasolina, y cambiarle las llantas cada seis meses.

“No duran nada las llantas por tanta piedra que hay”, explica uno de ellos.

Una vez en lo alto, los campesinos descansan sus armas, el lonche, y se meten a los plantíos que desde junio sembraron, y entonces inicia el cuidado de la siembra.

El “desmachadero”

Como cualquier otro cultivo, la mariguana requiere mucha atención y dedicación. Ahora en agosto y hasta septiembre, los campesinos viven el proceso del “desmachadero”, que consiste en identificar a la mariguana que resulta “macho”, y cortarla para evitar que polinice a la mariguana hembra, de lo contrario, se echa a perder el producto.

“Porque si se deja al “macho”, produce unas bolitas, y esas bolitas sueltan un polvo que se mete en las colitas de la mariguana hembra, y si eso pasa, en lugar de cosechar una colita de la mota, se cosecha semilla, y ahí es cuando se malogra el cultivo”, explicó “Pancho”, un campesino que tiene un plantío de más de 50 metros cuadrados.

Como él, cada campesino siembra su pedacito. Desde un niño de 14 años, hasta el anciano de 70. Todos se ayudan, y si alguien se atrasa en el “desmachadero”, el resto de los campesinos vienen y se une para apoyarlo.

La búsqueda de la planta “macho”, puede extenderse hasta tres semanas, y se hace surco por surco, en lo que la planta crece y va mostrando lo que va a ser la colita de la mariguana, que es lo que la gente fuma, o si de plano empieza a desarrollar las bolitas de polen. Pero aun cuando se hayan terminado de cortar los “machos”, el campesino debe seguir vigilando el plantío, no sólo por si aparece un nuevo macho o si una hembra se hace “marimacho”, es decir que le broten “bolitas de polen”, sino que debe mantener el cuidado y arrancar hiervas que crecen entre la mariguana, o bien cuidar el cultivo de plagas, incluso venados y vacas que entran a los plantíos a comer hojas de la malayerba.

“Salen bien locas las vacas y venados que se ponen a comer mariguana, pero pues nos echan a perder el producto”, explicó un campesino, que tiene ocho años viniendo de Culiacán a sembrar el enervante.

De la ciudad a la sierra
Mucha gente de Culiacán va a sembrar “mota” a la sierra. Según dicen, “porque no hay trabajo en la ciudad”. Allá en la sierra llegan con un pariente, o mediante una persona de confianza que los ha recomendado.

Si trabajan duro como el resto de los campesinos, regresan y al cabo de un tiempo, les facilitan un predio para que ellos siembren su propia mariguana.

“Yo tengo cuatro años viniendo, y pues ya me prestaron una parcela, y ahí va mi cultivo”, dijo “Lico”, un joven de 19 años, que dijo vivir en una colonia del norte de la ciudad.

En este caso, una vez que cosecha la mariguana, el trato se hace 50/50, es decir, el dueño de la tierra le proporciona el terreno, la semilla, fertilizante, comida y hospedaje, a cambio de que él esté al cuidado del cultivo, y una vez que cosecha, se reparten la ganancia a la mitad.

“Si salen 150 kilos, nos tocan 75 y 75”, explicó el joven campesino, mientras fumigaba su terreno, un predio de algunos 200 metros cuadrados.

Como “Lico”, muchos otros citadinos van a la sierra y allá, en la parte más inhóspita y donde no hay señal para teléfono celular, se quedan incomunicados, en espera que el cultivo de la mariguana funcione y les deje un poco de dinero.

El señor
Una vez que cosechan la mariguana, allá a mediados de octubre, y esperando que no les caigan los soldados y les destruyan sus plantaciones, los campesinos sólo pueden tratar con un señor. Esta persona, indicaron, les compra a todos la mariguana que se cosecha en la sierra, hasta en 800 pesos el kilo, si es que salió bueno el enervante, pero si tiene mucha semilla cuando mucho les dan unos 200.

“La cosa es que nadie más puede comprar mariguana por acá, sólo el señor”, indicó un campesino.

—Este señor, ¿Es el Chapo Guzmán?—, se le interroga.

El campesino duda en responder. Voltea en todas direcciones, y finalmente explica que toda la sierra es del Chapo, pero que no es él quien se arregla con ellos, sino alguien que seguramente lo conoce, y que probablemente vende todo al Chapo Guzmán. Este señor es el que se lleva la hierba, él sabrá a dónde. Nosotros sólo la sembramos, y si se nos pierde o si nos la destruye el Ejército, pues no hay dinero.

Armados hasta los dientes
Los campesinos en la sierra siempre andan armados. Es de rigor. Y aunque pueden descansar su AK-47 a la sombra de un pino mientras ellos laboran, bajo ninguna circunstancia se despegan de su pistola en la cintura. Con ella duermen, con ella despiertan, con ellas se mueren si es necesario, pero no se la despegan.

Dicen que es para defenderse de tigrillos, gatos, víboras, y otros animales que les salgan al paso, o por si se topan con un venado o un cochi jabalí. Entonces los disparos no se hacen esperar.

—¿Y porqué dentro de la casa andan armados?
—Por si algo se presenta, explicó un viejo campesino, que toda su vida ha vivido en la sierra.

Según se explicó, en la sierra los pleitos no son de puños, sino de balazos. La gente bromea, y de pronto un comentario no le gusta a alguien, y es cuando sacan los fierros y empiezan los balazos.

Cuando alguien mata a otra persona, la familia de la víctima no se queda conforme, y viene y mata al asesino. La familia de ésta tampoco queda conforme, y van tras el que les mató al pariente. Así se van acabando familias enteras, y los pleitos y la muerte van corriendo de generación en generación.

“Y es que ya no puede haber arreglo porque hay sangre de por medio”, explicó el campesino, excusando así el motivo por el cual todos anden armados.

La esperanza
Descansando el cuerpo y el sol, los campesinos se reúnen cada noche a bromear un poco para olvidar lo pesado del día. Luego de casi tres meses de trabajo, el cansancio empieza a mermarlos, pero también la ilusión comienza a asaltarlos para así agarrar un poco de dinero, e ir a ver a sus familias.

Lo único que esperan es que no lleguen los soldados a destruirles sus plantíos.

“Si salen unos 200 kilitos de mota, pues le va bien a uno, pero es dinero que hay que hacer rendir hasta que sembremos de nuevo, porque la verdad oiga, es que está duro por acá”, explicó el más viejo de los campesinos, mientras se acomodaba el Cuerno de Chivo en el hombro. Era hora de descansar; a la mañana siguiente un nuevo día bajo el sol lo estaría esperando.


Referentes de la mariguana

—El ciclo de cultivo de la mariguana es de 125 días, de los cuales los primeros cinco son de germinación, los 15 siguientes de su fase de plántula —cuando brota de la tierra—, en los 70 posteriores tiene su etapa vegetativa y los 35 últimos la reproductiva, explica la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC)

—Según la SEDENA, tan sólo en julio pasado el Ejército localizó 494 plantíos de mariguana en Sinaloa y Durango, que correspondían a 59.48 hectáreas. Así también, se decomisaron 3 mil 0 53 kilogramos de esta droga en greña, 176 kilos empaquetada y 227.6 de semilla de cannabis.

—De acuerdo a Sylvia Longmire, ex oficial y agente especial de investigación en la Fuerza Aérea estadunidense, el tráfico y venta de mariguana constituye el 60 por ciento de las ganancias de los cárteles mexicanos.

—Datos del World Drugs Report, en el 2006 —año en que empezó la guerra del presidente Felipe Calderón contra las drogas—, México fue el principal productor de cannabis en el mundo, cuando alcanzó una producción de 7 mil 400 toneladas.

—Desde hace varias décadas, Estados Unidos es el principal consumidor de Cannabis en el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario