Enrique Peña Nieto se
convirtió hace dos semanas en el segundo ex presidente que decide autoexiliarse
ante el temor de represalias políticas o penales por parte del gobierno del
presidente Andrés Manuel López Obrador. El primero fue Carlos Salinas, que
partió del país antes que asumiera la Presidencia en diciembre pasado, y obtuvo
recientemente la residencia en el Reino Unido. Peña Nieto partió a España con
visa de turista, y no regresará sino hasta finales de año o, si puede,
extenderá su ausencia por una temporada más larga. Salinas se fue sin esperar
lo que podría venir sobre él en términos de hostigamiento, sabedor de que
existe con López Obrador un diferendo insalvable desde hace muchos años. Peña
Nieto escuchó los consejos de que sus frivolidades estaban generando un
creciente malestar dentro de Palacio Nacional.
El caso del autoexilio de
Peña Nieto no debió haber sido fácil su convencimiento. Desde la transición
personas cercanas a él y a quienes les tiene gran confianza en sus consejos, le
recomendaban que lo mejor sería, por la forma como se estaba construyendo el
ecosistema político durante ese periodo, que se fuera una temporada de México,
pero sin éxito. Peña Nieto decía que no veía razón alguna para irse, y que se
mantendría viviendo entre Ixtapan de la Sal y la Ciudad de México. Las cosas
cambiaron por dos momentos que sirvieron para mostrarle que la tranquilidad
prometida por López Obrador, estaba cambiando.
La primera llamada de
atención vino días después de la boda de la hija del abogado Juan Collado, uno
de sus íntimos amigos, a mediados de mayo, cuando circularon fotografías de la
mesa de honor donde se encontraba el cantante español Julio Iglesias, pero
sobre todo, lo que motivó gran irritación en Palacio Nacional, quienes los
acompañaban: los ministros de la Suprema Corte, Luis María Aguilar, Alfredo
Gutiérrez Ortiz Mena y Eduardo Medina Mora, el ex procurador interino Alberto
Elías Beltrán, y el líder del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps.
Varios medios identificaron a ese grupo como “la élite del poder”.
Días después de que apareció
la fotografía en la prensa, se giró la orden de aprehensión contra Emilio Lozoya,
ex director de Pemex en el gobierno de Peña Nieto. “Para que sigan tomándose
fotos”, dijo un cercano colaborador de López Obrador, como si esa acción
judicial hubiera sido consecuencia de la publicidad del evento. Tras el
comentario, sin embargo, estaba la molestia de la falta de cuidado y pudor
político, que se traducía como un mensaje de desafío al nuevo gobierno. Pocas
semanas después se reveló que se había iniciado una investigación contra
Beltrán. Hay una más sobre Romero Deschamps y, de acuerdo con funcionarios
federales, la más acabada es contra Rosario Robles, por el tema de la llamada
“Estafa Maestra”.
Peña Nieto debió haber tenido
noticias que había empezado a montarse un cerco judicial contra varios miembros
de su gabinete. Robles, que fue secretaria de Desarrollo Social y de Desarrollo
Territorial y Urbano, le reclamó en un momento donde estuvieron apartados en
esa boda, que la estuviera dejando sola. Personas con conocimiento de primera
mano de los generales de esa conversación, dijeron que en un momento le dijo
molesta a Peña Nieto: “Eso no fue lo que habíamos quedado”. No está claro qué
habían acordado, pero en el contexto, dos meses antes de la elección
presidencial, hubo un entendimiento entre López Obrador y Peña Nieto
-aparentemente a través de intermediarios-, de que el entonces candidato se
comprometía a no perseguirlo penalmente, si no se entrometía en la elección.
Nunca ha quedado claro si ese compromiso abarcaba a varios de sus
colaboradores. Como lo ha dicho varias veces López Obrador, Peña Nieto no se
metió en el proceso y, hasta ahora, tampoco hay ninguna instrucción para que se
inicie una investigación directa sobre él.
Pero fotografías como aquella
de la boda, han generado crisis dentro de Palacio Nacional, ante los reclamos
de los colaboradores del presidente del porqué no actúa contra Peña Nieto, y
críticas en la opinión pública de que su promesa de combatir la corrupción no
se está cumpliendo. Ese tipo de protagonismo no es bien visto en el entorno
presidencial que ven en ello sorna. En el marco de esa presión creciente contra
López Obrador, salieron a la luz otras imágenes de Peña Nieto, hace poco más de
15 días, en unos XV años, donde bailó con su actual pareja y con la novia de
uno de sus colaboradores de sus tiempos de presidente.
Las reacciones dentro del
gobierno a esta nueva afrenta de Peña Nieto, llegaron a oídos del ex
presidente. Uno de los argumentos que se le expusieron fue que López Obrador
seguía manteniendo el compromiso de no actuar contra él, pero que se tenía la
impresión de que cada vez se molestaba más por la imprudencia política de su
predecesor, lo que podía llevar en el corto plazo a que autorizara que se le
investigara. Haber cruzado la línea de la cautela y el bajo perfil, que había
mantenido durante un largo tiempo, prendieron los faros amarillos.
Peña Nieto entendió lo que
estaba sucediendo, en el contexto de lo que estaba pasando en Palacio Nacional,
donde las presiones económicas y políticas podrían llevar a López Obrador a
buscar un distractor enorme -nada más grande que abrir una investigación penal
contra un ex presidente-. No se sabe si eso pudiera finalmente suceder, pero es
un escenario que ya se concretó en 1995, cuando ante la profunda crisis del
sistema de pagos, se persiguió a Raúl Salinas, hermano del ex presidente. Peña
Nieto empacó y, discretamente, voló a Madrid.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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(EJE CENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/8 DE JULIO DE 2019)
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