En la primera evaluación del
presidente Andrés Manuel López Obrador sobre sus primeros 100 días de gobierno,
hay que detenerse en un punto que ante el cúmulo de anuncios sobre lo que hizo,
pasará desapercibido: la relación con el gobierno de Estados Unidos. López
Obrador dijo que está bien, que va bien, y que es cordial. Punto. No se metió
en matices ni en problemas. Esta relación, sin embargo, parece que va bien,
pero no está bien; parece que es cordial, pero crecientemente es todo lo
contrario. No está caminando sobre fuego, sino que, visto por altos
funcionarios, políticos y estrategas en Washington, se metió al fuego al optar
por aliarse con enemigos de Estados Unidos.
No está claro qué tanto
entiende López Obrador que dos decisiones políticas lo confrontan con el
presidente Donald Trump, con quien no quiere pelearse porque está consciente de
que el único que puede descarrilar su proyecto es el jefe de la Casa Blanca.
Por eso, instruyó a que nadie fuera de la Secretaría de Relaciones Exteriores,
lleve la relación con Estados Unidos, marginando a la Secretaría de Gobernación
en temas migratorios, o a la Secretaría de Economía, en asuntos comerciales. El
canciller Marcelo Ebrard es quien se encarga de ello. La unificación de un
mando, en el contexto del desordenado y desequilibrado gabinete de López
Obrador, parece un acierto. Pero por otras razones, no lo es.
Ebrard carece de una relación
de alto nivel en la Casa Blanca, y su ventanilla es la del secretario de
Estado, Mike Pompeo. En términos de política real, la relación con México fue
degradada con López Obrador. La relación con México e Israel, ordenó Trump al
iniciar su administración, la llevaría personalmente su yerno y consejero,
Jared Kushner, que es como se llevó durante el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Ya no. Kushner no está interesado en tener una relación con Ebrard. El acceso a
la Casa Blanca está cancelada para el canciller mexicano, quien sólo lo tiene,
de manera ajustada a los tiempos de Pompeo, a Foggy Bottom, la sede de la
cancillería estadounidense.
La falta de acceso a la Casa
Blanca no le ha permitido a Ebrard la posibilidad siquiera de explicar algunas
de las decisiones de López Obrador que tienen muy molesto a Washington. La
principal, el respaldo al presidente Nicolás Maduro, que es interpretado de esa
manera ante la incomprensión y falta de razonamientos convincentes de lo que
significa para México, en este momento, la política de neutralidad y no
intervención.
En Washington no creen el
discurso del gobierno mexicano, donde ven símbolos adicionales a los
diplomáticos de no reconocer como interlocutor válido, siquiera, al proclamado
presidente interino, Juan Guaidó, a quien han respaldado la mayoría de las
democracias. Una de esas señales es la continua presencia en México -con visitas
a colaboradores cercanos de López Obrador- de Juan Carlos Monedero, ex asesor
del presidente Hugo Chávez, y uno de los fundadores de Podemos, partido de
izquierda radical en España, que durante varios años recibió financiamiento de
Maduro.
El respaldo al régimen de
Maduro por la vía de la autodeterminación de los pueblos, ha unido a
republicanos y demócratas en Estados Unidos contra México. El 8 de febrero se
dio la primera gran señal de que las relaciones bilaterales dejaron de ser lo
que fueron. El senador republicano Marco Rubio afirmó a través de su cuenta de
Twitter que las relaciones habían cambiado. “Esperaba que pudiéramos redefinir
la relación entre México y Estados Unidos, para que la transformáramos en una
asociación estratégica. Una alianza para afrontar nuestros desafíos comunes”,
escribió. “Pero el inexplicable apoyo del nuevo gobierno a Maduro pone todo eso
en duda”. Dos semanas después, en una reunión del Grupo de Lima en Bogotá, el
vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, le hizo un llamado directo a
México a rectificar su posición—cada vez más aislada en el mundo.
La relación con Trump se ha
modificado radicalmente por el caso Venezuela, que es de muy alto interés para
Estados Unidos. Haberse entregado a Estados Unidos como tercer país, para
mantener a los inmigrantes centroamericanos en territorio mexicano mientras se
procesa su solicitud de asilo en esa nación, no ha servido para nada. Este
lunes que López Obrador hablaba de cordialidad en la relación con Trump, este
pedía fondos para construir el muro en la frontera con México, un tema del cual
el presidente mexicano no ha querido hablar. Les dieron a Estados Unidos lo que
buscaron por años, y no le redituó en nada a López Obrador.
No ha sido el único error
importante. Dentro de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes hay interés
de invitar a una empresa paraestatal china al proyecto del tren bala
México-Querétaro, que se canceló en el gobierno de Peña Nieto ante las
presiones de Estados Unidos. Todavía más grave, sigue adelante con la
instalación de un cable de fibra óptica submarina para telecomunicaciones, que
conectará a Topolobampo con La Paz, con la participación de Huawei, el gigante
chino que vetado en Estados Unidos por razones de seguridad nacional, y por lo
que está enfrentado con la Union Europea porque no quieren cencelarle
contratos.
Venezuela y Huawei son temas
geopolíticos que no entiende el presidente López Obrador, quien por la manera
como actúa, debe pensar que hincarse ante Estados Unidos en el tema migratorio,
que es el más sonoro de todos, es suficiente para tener una buena relación
bilateral. Está equivocado. Su reduccionismo internacionalista lo lleva por la
ruta indeseable, pelearse con Trump. El choque no va a venir pronto. Ya se dio.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(VANGUARDIA/ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 12 DE MARZO 2019)
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