Los prisioneros abarrotan el campo de
concentración habilitado en la plaza de toros de Santander. Foto: Biblioteca
Nacional de España.
En los campos de concentración de Franco
se hacía una labor de “selección”. Se investigaba a cada uno de los
prisioneros, principalmente mediante informes de alcaldes, curas, y de los
jefes de la Guardia Civil y la Falange de las localidades natales.
Belén Remacha
Madrid/Ciudad de México, 12
de marzo (ElDiario.es/SinEmbargo).– Franco creó en España un centenar más de
campos de concentración de los que se creía hasta ahora. Una investigación del
periodista Carlos Hernández, plasmada en su libro Los campos de concentración
de Franco, documenta 296 en total, a partir sobre todo de la apertura de nuevos
archivos municipales y militares. Por los campos pasaron entre 700 mil y un
millón de españoles que sufrieron “el hambre, las torturas, las enfermedades y
la muerte”, la mayoría de ellos además fueron trabajadores forzosos en
batallones de esclavos. Estuvieron abiertos desde horas después de la
sublevación militar hasta bien entrada la dictadura.
El estudio anterior más
completo, de Javier Rodrigo, había documentado hasta 188 campos de concentración
en todo el país. También en torno a 10 mil víctimas mortales entre los
asesinados y los fallecidos a consecuencia de las condiciones vividas ahí, pero
Hernández cree que “esa cifra se queda corta con estos nuevos datos. Es
imposible documentar todos los asesinatos y muertes porque no dejaban registro,
pero en solo 15 campos que han podido ser investigados en esto ya calculamos
entre 6 mil y 7 mil. No es una proporción exacta porque entre esos 15 estaban
algunos de los más letales, pero nos hacemos una idea de que hay muchas más
víctimas”.
CAMPOS DE CONCENTRACIÓN FRANQUISTAS (1936-1959)
Centros de detención y trabajos forzados
durante la dictadura en España, por provincias.
Fuente: Investigación Carlos Hernández.
Creado con Datawrapper.
Mapa elaborado por Ana Ordaz
La comunidad autónoma que más
campos albergó fue Andalucía, pero hubo por todo el territorio: el primero fue
el de la ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, abierto el
19 de julio de 1936, y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de los
años 60. El 30 por ciento eran “lo que imaginamos estéticamente como campos de
concentración, es decir, terrenos al aire libre con barracones rodeados de
alambradas. El 70 por ciento se habilitaron en plazas de toros, conventos,
fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados”, explica Hernández.
Ninguno de los presos había sido juzgado ni acusado formalmente ni siquiera por
tribunales franquistas, y pasaron ahí una media de 5 años. Sobre todo eran
combatientes republicanos, aunque también había “alcaldes o militantes de
izquierdas” capturados tras el golpe de estado en localidades que cayeron en
manos del ejército franquista.
Prisioneros de las Brigadas
Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).
Foto: Biblioteca Nacional de España.
TRABAJOS FORZOSOS, HAMBRE Y TORTURAS
En los campos de
concentración de Franco se hacía una labor de “selección”. Se investigaba a
cada uno de los prisioneros, principalmente mediante informes de alcaldes,
curas, y de los jefes de la Guardia Civil y la Falange de las localidades
natales. A partir de ahí, clasificaban a los prisioneros en tres grupos, en
términos franquistas: los “forajidos”, considerados “irrecuperables”, iban
directamente a juicio, en el que se les decretaba cárcel o paredón. Los
“hermanos forzados”, es decir, los que creían en las ideas fascistas pero
obligados a combatir en el bando republicano; y los “desafectos” o “bellacos
engañados”, los que estaban del lado republicano pero los represores valoraban
que no tenían una ideología firme y que eran “recuperables”.
Los “desafectos” poblaron de
manera estable los campos de concentración y fueron condenados a trabajos
forzosos. Durante la guerra estuvieron obligados a cavar trincheras, y al
término del conflicto, principalmente a labores de reconstrucción de pueblos o
vías. Sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían que
comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol, como ha documentado
Hernández. También hay testimonios explícitos de hambrunas extremas, “la peor
pesadilla de los prisioneros”, enfermedades como el tifus o tuberculosis y
plagas de piojos. Muchos de ellos fueron asesinados en el propio campo o por
tropas falangistas que iban a buscarles, y otros muchos no sobrevivieron a la
falta de alimento, higiene y atención sanitaria.
En noviembre de 1939, meses
después del fin de la guerra, se cerraron muchos campos, “pero lo que sucede
realmente es una transformación”, relata el periodista. “La represión
franquista era tan bestia y tenía tantas patas que evolucionó en función de las
circunstancias. Franco, aunque aliado con Italia y Alemania, quería dar una
buena imagen ante Europa, quería emitir una propaganda de respeto de los
derechos humanos. Por eso oficialmente los campos terminan, pero algunos
perduran durante mucho tiempo”. El último oficial, también el más longevo, fue
el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a 1947.
Después hubo lo que Hernández
denomina “campos de concentración tardíos”, creados durante los años 40 y 50 y
con denominaciones ya distintas. Fueron el de Nanclares de Oca (Álava), La
Algaba (Sevilla), Gran Canaria y Fuerteventura, estos dos últimos para
prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni y cerrados en el 59. Durante el
resto de la dictadura siguieron quedando vestigios: por ejemplo, en 1966 se
clausuró la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que
se encarcelaba y “reeducaba” a homosexuales.
Prisioneros haciendo el saludo fascista
en el campo de concentración de Irún en Guipúzcoa. Foto: Biblioteca Nacional de
España.
“HA HABIDO MIEDO A HABLAR”
Según Hernández, hay que
“rehuir” la comparación que parece inevitable con los campos nazis. En primer
lugar porque “al lado de Auschwitz, de millones de víctimas en la cámara de
gas, cualquier crimen brutal parece menos crimen”. Y en segundo porque el sistema
franquista era muy diferente: así como en la Alemania nazi todo estaba más o
menos estructurado y los dividían entre los de exterminio directo y los de
exterminio por trabajo, los españoles eran mucho más heterogéneos y todo más
“caótico”. Los campos de Franco variaban mucho en tamaño, y la suerte y destino
de los prisioneros dependía en muchos casos de las decisiones del propio
oficial, que los había más y menos sanguinarios.
Sobre el papel, estos centros
estaban destinados solo a hombres: “En la mentalidad machista y falsamente
paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los
campos de concentración”. Aunque sí hubo grupos de cautivas en algunos como en
el de Cabra (Córdoba), ellas fueron sometidas a idénticas torturas sobre todo
en las cárceles. Las prisiones, al igual que las unidades del Patronato de
Redención de Penas que construyeron el Valle de los Caídos, no están incluidas
en esta investigación. Hernández la ha limitado a lo que la propia
documentación del régimen categoriza como ‘campos de concentración’ –además de
los cuatro tardíos– porque “la represión fue de tal magnitud y tuvo tantas
estructuras que para poder explicarla tienes que parcelarla”.
La segunda parte del libro de
Hernández, que se publica el próximo 14 de marzo, consta de testimonios de
víctimas. Quedaban pocos supervivientes que pudieran contarlo pero el autor
conversó directamente con media docena de los que fueran presos en uno o varios
de los casi 300 campos de concentración. Todos ellos han fallecido en los
últimos tres años, el último el pasado jueves, Luis Ortiz, quien pasó por el de
Irún, por el de Miranda de Ebro y por el de Deusto.
Durante muchas décadas “ha
habido vergüenza y miedo” a hablar. Además de esas conversaciones con los
antiguos presos, mucho de lo recuperado por Hernández parte de publicaciones
elaboradas durante la Transición y de documentos familiares: “Hubo mucha gente
que dejó escritos a sus hijos y nietos de lo que ocurrió”. Él anima a eso, “a
preguntar a la abuela, al abuelo, por lo que pasó: en todas las familias
españolas hay alguien cercano con historias sobre esto. No quiero que esto sea
un punto y final a la investigación sobre los campos de concentración, sino un
estímulo para reabrir el tema”.
Prisioneros del campo de concentración
de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera
cercana. Foto: Biblioteca Nacional de España.
ESTE CONTENIDO ES PUBLICADO POR SINEMBARGO CON
AUTORIZACIÓN EXPRESA DE ElDiario.es.
(SIN
EMBARGO/ REDACCIÓN / MARZO 12, 2019, 4:00PM)
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