Fotos: Internet
Leoluca Orlando es un buen
hombre. En Palermo, Sicilia, fue alcalde. Históricamente, cuna y asiento de la
mafia. A mediados de los años ochenta, era como Tijuana: 240 o 250 ejecuciones
por año. Todo entre el lodazal pestilente de complicidad oficial y miedo civil.
Entonces, recuerda, los sicilianos se esforzaron para enfrentarse a la mafia
violenta y bárbara. Pero del mismo modo: Violenta y bárbaramente.
Leoluca recuerda sus tiempos
de alcalde. “Y como yo, muchas de otras ciudades sicilianas hablaban siempre
sobre delitos y procesos”. No tenía duda sobre la democracia y la legalidad,
pero estaba convencido: La legalidad en esos tiempos no era para confiársela a
los policías y jueces. Algo como ha pasado en Tijuana y otras ciudades de la
República. Además recuerda: “¿¡Pero qué democracia y qué mercado libre, si toda
la economía estaba controlada por los mafiosos y cada palermitano tenía un
pariente o un amigo asesinado por la mafia, porque estaba en contra o porque
estaba dentro de la organización criminal!?”.
El lunes conocí a este
hombre. Fornido. Cincuenta y pico de años. Moreno. Pelo lacio. No tiene tipo de
político, pero sus ideas e inquietud ante la mafia son tantas, como los
expresivos ademanes propios del italiano. Platicamos más de una hora. Entiende
perfectamente el español, pero no lo habla, por eso le traduce a la perfección
el maestro Francisco Rivas.
Apenas pude creer que este
hombre encontró la fórmula para enfrentarse a la mafia: Primero,
identificándola. Y luego, nada de violencia. Utilizando la cultura. Tiene un
ejemplo clásico: “Si somos agredidos por un ladrón que quiere quitarnos el
dinero, basta con llamar a la Policía, a la magistratura. Pero si somos
agredidos por un ladrón que quiere quitarnos el dinero invocando el orgullo
corso, la identidad vasca, las enseñanzas del profeta Mahoma o las palabras de
Jesucristo o Jehová, no basta con llamar a la policía. Se necesita mover la
rueda de la cultura”.
Lo explica con más detalle:
“Toda identidad cultural está expuesta al riesgo de anquilosar al ser humano,
los derechos fundamentales de cada persona. Es el fenómeno, la teoría que
partiendo del célebre libro de Salman Rushide y de la experiencia en Palermo.
llamo ‘los versos satánicos’. Cuando un valor, un rasgo cultural viene a usarse
para acabar con los derechos humanos, ese valor, ese rasgo se convierte en un
‘verso satánico’ De este modo, la libertad, la seguridad, el bienestar, pueden
ser utilizados como ‘versos satánicos’”.
Leoluca dice que se puede
restaurar la vida cultural si hay participación ciudadana. Eso devuelve la vida
y la seguridad a los barrios dominados por el crimen. Con orgullo, sostiene que
“cambiamos a Palermo, la ciudad de la vergüenza y la mafia, la ciudad del
silencio y el miedo”. Y sentenció: “Si fue posible cambiar Palermo, es posible
cambiar cualquier parte del mundo”.
“Con el respeto a la ley y a
la identidad, con cultura de legalidad nacida en Sicilia entre dolor y el
miedo, la rabia y la esperanza, es posible resistir a todas la mafias en todas
partes del mundo”.
Frente a Leoluca, sentí que
tenía ante mí a un hombre soñador. Cuando le escuché y miré a los ojos, notaba
el entusiasmo. Sus palabras las pronunciaba con ese gran orgullo de haber
transformado la mafia. Pero reconoce que ésta no ha muerto, tiene el temor de
que resucite. Existió y fue barrida por la moralidad. Ahora puede renacer
ligada a las extorsiones.
Me convencen su entusiasmo y
hechos. Pero dudo que en Tijuana, particularmente, en México -generalizando-
esa cultura de la legalidad tenga el mismo éxito en Palermo. No conozco
Sicilia, pero las condiciones deben ser muy diferentes.
Leoluca me sorprendió cuando
le dije: “¿Qué opinas de los norteamericanos que ofrecen una recompensa de 5
millones de dólares por cada uno de los Arellano?”. Expresivo, uniendo todos
los dedos de hacia arriba y moviendo acompasadamente el brazo, contestó:
“Deberían dar 100 mil dólares a cada empresario si declara que no tendrá tratos
con los Arellano”. Pero le dije: “Los van a matar si dicen eso”. Reviró: Todos
deben decidirse a declararlo. Pueden matar a uno si nadie más lo sigue, pero no
pueden acabar con todos si lo dicen al mismo tiempo. En su opinión, eso es
parte de la cultura de identidad que, en el fondo, tiene la legalidad.
Le puse otro ejemplo: Un
Arellano llega a cierta empresa automotriz. De tanto ver su foto, lo conocen.
Se para frente a los autos nuevos, diciendo “Quiero este, este, este otro y
aquel”. Y los paga al contado, billete tras billete. ¿Debe negarse el dueño de
la empresa a venderlo o debe llamar a la Policía tras vender los autos? Antes
de responderme, le advertí: “Si alguien hiciera eso a un Arellano, seguro que
por lo menos balacean su empresa o, en el caso más grave, matan al dueño”.
Su proposición me sorprendió:
Que todos los comercios manden hacer un letrero, una manta colgando de sus
edificios, muy visible y anunciando que no harán tratos con los Arellano Félix.
Pero insistió: Que sean todos, no nada más uno. Fue cuando me comentó que el
Gobierno norteamericano debía gratificarles. Consideró que la recompensa no
funcionará.
No es la primera vez que
Leoluca viene a Baja California. Anteriormente, fue invitado para crear un
organismo con el mismo título de “Renacimiento”, que utiliza en sus promociones
por todo el mundo. Pero ahora fue invitado por el Gobierno del Estado. Se
reunió con policías y funcionarios, representaciones de asociaciones políticas,
industriales y comerciales. También tuvo conferencias de prensa, charlas con
padres de familia y maestros. Con religiosos.
Pretende que Baja California
adquiera la imagen internacional de cultura y legalidad frente a la mafia. Para
eso, estimular a la sociedad para disminuir el fenómeno criminal.
No se puede ni debe
menospreciar la tesis de Leoluca. Tampoco dejar de tomar en cuenta el esfuerzo
del Gobierno Estatal invitándolo. Todo cuanto se haga para enfrentar al
narcotráfico, es bueno. Pero su tesis choca con la nueva acción de la PGR:
Recientemente, editó una “doctrina” para combatir directamente las finanzas de
los narcotraficantes, incluidos sus allegados, parientes, empresas,
propiedades.
Siento en el ex Alcalde
siciliano una postura más romántica. Ensoñadora. Indudablemente, en su
ejercicio debió encontrar las condiciones para disminuir a la mafia. Pero las
del México actual son diferentes. Es difícil ver a un empresario colocar esos
manteados, negando trato con los Arellano. No tanto si los tiene y los rechaza,
aun sin posibilidades de tenerlos y antes negarlos. Comentándolo entre mis
compañeros, alguno me dijo: “El Gobernador del Estado podría empezar instalando
un letrero en la Ford de Mexicali. Teniéndola a otro nombre, todos sabemos, es
suya. Y a los mafiosos les encantan las camionetas Lobo”.
En cambio, sería un ejemplo y
compromiso si esos manteados se colocan en la Procuraduría General de Justicia
del Estado, las comandancias policíacas municipales y oficinas del Gobierno.
Tomado de la colección Dobleplana de
Jesús Blancornelas, publicado por última vez en septiembre de 2003
(SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA JESÚS BLANCORNELAS/ LUNES, 7 ENERO, 2019
12:00 PM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario